Paul Thomas Anderson

MAGNOLIA

La flor de la vida

Magnolia

En una época en la que la calidad de la narración parece que solo se mide en cliffhangers, seasons y showrunners es bueno volver al año 1999 porque fue clave en la historia de la narración audiovisual. Ese año David Chase y HBO nos presentaron a un tal Tony Soprano que se convertiría en el mejor comedor de pasta de la Historia y, de paso, en el antihéroe pionero de la Edad de Oro de la televisión. Pero eso aún no se sabía en 1999. Lo que sí se supo aquel año es que el joven director de Boogie Nights (1997) volvía con otra película bajo el brazo, una de historias cruzadas, con nueve personajes protagonistas y tres horas de metraje. Esa película, con nombre de flor, parecía a priori demasiado arriesgada o demasiado pretenciosa pero todo aquel que le concedió esos 180 minutos coincide en que el riesgo y las pretensiones eran necesarias para llegar a ser esa obra maestra de la narración que es Magnolia.

Cuando hablamos sobre Magnolia solemos cometer el error de definirla como una historia coral, de vidas cruzadas, -para muestra el párrafo anterior- pero aunque sea cómodo y técnicamente preciso no es realmente así. Más allá del prólogo, del que descubriremos su función luego, lo que vemos durante todo el metraje es una sola historia, compartida, pero una sola. Una historia marcada por el pasado, la que busca nuestro lugar en el mundo, sobre la necesidad de amar y de ser amados, de perdonar y de ser perdonados, la historia de la redención, del ser humano, de la vida. Para contarla se vale, entre otros, de un niño prodigio y de otro que lo fue, de un enfermero entregado, de una mujer adicta a la autodestrucción o de un predicador machirulo. Estamos ante una amalgama de personajes inconexos con profundos miedos, dramas o situaciones límites, en la que por si fuera poco llueven ranas ¡y resulta que es lo de menos!

Magnolia

Con todo, el tema de la redención se encuentra de forma latente y la conexión entre los personajes no se revela hasta que avanza el film, entonces ¿cuál es el la razón que nos atrae desde el minuto uno? ¿En qué reside el magnetismo de la película? Obviamente el director de entonces no era el de hoy, el acrónimo PTA aún no era sinónimo de gran autor y debía convencer a cada espectador de que Magnolia era una locura con sentido. Lo consigue de dos formas: con una invitación y con una demostración. La invitación la hace en el prólogo, mostrándonos tres historias increíbles que sin embargo sucedieron, una invitación a creer en las casualidades o, al menos, a dejar nuestro escepticismo a un lado. Vivimos en un mundo en el que un buzo puede acabar en la copa de un árbol, ¿vale? Así que hay cosas que pasan. Después de la invitación viene la demostración: la de un autor que es capaz de crear una cremallera narrativa que funciona a la perfección, que se vale de laberínticos travellings y trampas visuales cuando quiere acelerar pero que también sabe frenar y detenerse en un primer plano o aguantar un monólogo para que el film respire. La maestría narrativa de Paul Thomas Anderson en Magnolia tiene sus puntos álgidos en el convergente Wise Up de Aimee Mann o en el famoso y bíblico diluvio, pero no hay que perder de vista que esas escenas sobresalen porque el conjunto es muy sólido.

Es bueno volver a Magnolia casi veinte años después, en la época de las series, porque sigue asombrando la capacidad de un autor para sintetizar en una película tantas tramas y abordar temas tan profundos. El propio PTA ha dicho de Magnolia que “para bien o para mal, es la mejor película que hará nunca”, podremos estar o no de acuerdo pero es innegable su impacto. Un impacto que es tan grande porque sabe equilibrar sus cualidades cinematográficas con un torrente de emocionalidad que nos arrastra y en el que nos vemos reflejados. Al fin y al cabo, hoy ha amanecido parcialmente nublado, hay un 82% de probabilidad de lluvia y las cosas pasan.

Magnolia


Gonzalo Ballesteros es crítico y coeditor de Revista Magnolia.

 

3 comentarios en «MAGNOLIA»

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