LÚA VERMELLA
El tiempo suspendido (o cuando la luna pide sangre)
Prisioneras de la luna, silentes figuras inmóviles parecen atrapadas en un tiempo suspendido. Ni muertos ni vivos, elevados al plano de lo mítico, los pobladores espectrales de la costa gallega habitan en un limbo temporal del que Lois Patiño, cineasta autóctono, pretende extraer recuerdos e imágenes enterradas. Si en Fajr (2016) Patiño se trasladaba al desierto para acotar su investigación acerca de la experiencia temporal de la imagen (allí tan solo la luz se mueve), en Lúa Vermella vuelve a la senda narrativa de Noite Sem Distância (2015) para incorporar a la misma búsqueda un relato mínimo sobre meigas y bestias marinas. Sin renunciar a lo contemplativo ni a la exploración plástica, Patiño encierra al espectador en un universo en el que el mar es un monstruo durmiente… “y nosotros somos su sueño”, según reza una aldeana.
Lúa Vermella supone una continuación conceptual de Costa da Morte (2013) en cuanto a la exploración de una identidad mítica en el paisaje gallego, pero se mueve formalmente entre un cuento de terror susurrado y un ensayo visual sobre el duelo y el trauma. El amado “Rubio”, buzo local y persona real dedicada a buscar náufragos entre aguas turbulentas, ha sido engullido por el mar (o la bestia) y ha dejado al pueblo huérfano e inmóvil. Desde su desaparición, que data de un tiempo indefinido, los habitantes quedan sumidos en un ciclo de pensamientos y alegatos oscuros que culpabilizan indistintamente al mar, al monstruo o a la luna roja hasta que la madre de Rubio reclama el auxilio de tres meigas. Mágicas y de índole detectivesca, las brujas confeccionan una serie de bellos conjuros con el fin de revertir la tragedia. Sólo ellas guardan la llave del reino de los muertos. Solo la presencia del cuerpo puede concluir el duelo y sanar la herida.
En el cine de Lois Patiño es la naturaleza, guardiana de los secretos, quien ostenta el protagonismo en su relación con las personas. El cineasta rompe el antropocentrismo y privilegia la mirada de las rocas, los ríos y los mares, testigos mudos de la historia y no carentes de voluntad (desean, en su mayoría, sangre), y minimiza a su lado la endeble presencia de los cuerpos humanos. El uso de la cámara fija, en consonancia con la inmovilidad de los habitantes del pueblo, liberan de urgencia a las imágenes y permiten centrar la atención en el movimiento del paisaje. El tiempo se suspende, vacío de acción mas lleno de misterio, y permite al espectador indagar con calma en cada plano, siempre polisémico. La presencia, por otra parte, del plano sonoro en primer término frente a la imagen lejana, relaciona la intimidad de los personajes con la inmensidad de los espacios de una forma espiritual e introspectiva, rompiendo de nuevo una percepción realista del tiempo.
Nada es real en Lúa Vermella, película plagada de planos y secuencias imposibles u oníricas (la frontera entre el mar y el cielo observada desde el fondo, la manada de corceles blancos corriendo sin rumbo) que responden únicamente al punto de vista de un autor que busca el mito a través de lo pictórico. Patiño conduce el filme hacia un punto de ruptura estética definitivo, presagiado por la reaparición de Rubio, en el que el rojo se apodera de la imagen y las voces se acallan. A partir de este momento el espectador es testigo de lo inexpresable, el mito se vuelve visible y el símbolo carne: un enorme tiburón ballena cuyas escamas reflejan la luz sangrienta de la luna. El rugido definitivo de la bestia que cierra la película, terrorífico por su evocación ancestral, alerta al humano sobre la futilidad de su vida. Pero también pregunta. Pregunta por los cuerpos desaparecidos de España y por las heridas abiertas. Pregunta por los pueblos olvidados, paralizados en la Historia ante el desarrollo urbanístico. Pregunta por los fantasmas, oscuros e inevitables cuando el duelo no concluye.
Lúa Vermella (Luna roja, España, 2020)
Dirección Lois Patiño: / Guion: Lois Patiño / Producción: Zeitun Films- Felipe Lage / Fotografía: Lois Patiño / Diseño de sonido: Juan Carlos Blancas / Sonido: Aníbal Menchaca / Montaje: Pablo Gil Rituerto, Óscar de Gispert, Louis Patiño / Dirección de arte: Jaione Camborda / Reparto: Ana Marra, Carmen Martínez, Pilar Rodlos, Rubio de Camelle.
Pingback: El mejor cine de 2020. Votaciones individuales - Revista Mutaciones
Pingback: CUERPO ABIERTO - Revista Mutaciones