LOS VIDECLIPS DE MICHAEL JACKSON
Las reglas del juego

Como todos los bebés, las industrias creativas necesitan tiempo para echar a andar. La mayoría de ellas nace por chispazos de genio, intuición o, como en este caso, por puro amor al metal. El videoclip se introdujo a mediados de los setenta como alternativa a las películas y los programas de variedades con los que se había estado promocionando a los músicos en las dos décadas anteriores. En poco tiempo el formato se estableció gracias a su versatilidad y bajo coste y, apenas un lustro después, el 1 de octubre de 1981, nació la MTV con Video Killed the Radio Star, de The Buggles.
La industria comercial del videoclip comenzó ahí. Pero el nacimiento del videoclip como arte se estaba gestando en ese momento en una casa de Encino, California. Ese mismo mes, Jackie Jackson, uno de los Jackson 5, visitó a su hermano Michael y le descubrió el nuevo canal. “Sólo ponen música. Es la MTV”, le contó. A Michael, que se encontraba en plena efervescencia de su carrera en solitario, le gustó el concepto, pero no los vídeos. Él mismo ya había hecho alguno. Y programas de variedades, cine y hasta animación, a su corta edad lo había probado todo. Le interesaba el formato, pero, en general, no le atraían porque no tenían nada más allá del artista. Él quería llegar más lejos. “Yo quería hacer algo con valor de entretenimiento. Mi sueño era hacer algo con principio, nudo y desenlace, como un cortometraje.” Un año después vio Un hombre lobo americano en Londres (1981) e hizo una llamada a John Landis, su director.
Ese fue el día en que el bebé se levantó y empezó a andar solo.
Thriller fue dirigido por Landis y emitido en 1983. Supuso una revolución, no solo por su innovador formato de cortometraje, sino por cambiar la naturaleza del producto en sí mismo. Con Thriller, el videoclip pasó de centrarse en la interpretación del artista a girar en torno a un concepto narrativo. Sin embargo, fueron su carácter universal y su síntesis de elementos familiares y modernos los que lo convirtieron en una piedra angular de los ochenta. Billie Jean y Beat It (1983) anticiparon su éxito pero, aun teniendo características similares, no pudieron igualar su impacto. La importancia industrial y cultural de Thriller daría para otro texto, pero baste resumir su importancia con un dato: es el único videoclip incluido en el Registro Nacional de Cine por la Librería del Congreso de Estados Unidos. Thriller se ha convertido, literalmente, en arte historiográfico que será conservado durante generaciones.
En cuanto a videoclips, para Michael Jackson los 80 son, básicamente, una fantasía de poder urbana respaldada por un enorme culto a los clásicos. Al fin y al cabo, Michael había crecido respirando el jazz y el soul de la Motown y admirando los fastuosos musicales de la era dorada de la Metro Goldwyn Mayer. Pero a la vez era un joven ávido de cambio, de gran ambición y en constante búsqueda de lo moderno y lo distintivo. Su trabajo en el videoclip en esta década, entendido como un conjunto, está plagado de coreografías eléctricas y una búsqueda constante de conceptos originales. Su siguiente trabajo, el icónico Bad, indagaría en esta búsqueda de formas con resultados desiguales, pero siempre sorprendentes.

Bad (1987) es el detonante de la vertiente humanista de Michael, comprometido con causas como el racismo y la pobreza, una faceta que posteriormente le causaría mil problemas por las contradicciones que crearía con su figura mesiánica. Sin embargo, el vídeo, dirigido por Martin Scorsese, se siente crudo y honesto, cercano al cine de autor en su primera mitad, y a un sofisticado ensueño rock en su segunda parte. Todo su estilo, desde el cuero y las cadenas, pasando por su sonido callejero fue, de nuevo, convertido en el estándar de finales de los ochenta. Con coreografías contundentes, reminiscencias a West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961) y una realización elegante y concisa, este vídeo puede considerarse la culminación de la etapa más fulgurante y carismática del artista. Fue aquí cuando empezó a conocérsele como el “Rey del pop”.
Su búsqueda de la distinción hizo que los tonos de sus trabajos fuesen muy distintos en este período, aunque todos mantuviesen un carácter vitalista y luminoso. Desde el tono de cartoon pirotécnico de Speed Demon (1988) al rock áspero de Dirty Diana (1988), uno de los vídeos que mejor captura sus movimientos felinos. Viaja del Hollywood dorado de Smooth Criminal (1987) al stop motion de Leave Me Alone (1988), un trabajo encantador con ecos de las animaciones de Terry Gilliam. Pertenece también a esta etapa el más desconocido Captain EO (1986), un cortometraje rodado para Disneyland, especie de remedo infantil de Star Wars, en el que Michael interpretaba a un aventurero espacial acompañado de su tripulación de marionetas. Contó con un equipo tan desconcertante como excepcional: dirigido por Francis Ford Coppola, escrito por George Lucas, con música (orquestal) de James Horner, fotografía de Vittorio Storaro y Anjelica Huston en el papel de villana. Es, quizás, la mejor muestra de su faceta cándida, un delirio delicioso con un Michael Jackson intrépido venciendo a las fuerzas del mal a base de música y coreografía. Podría ser el piloto de una serie imposible que muchos niños habrían devorado con pasión.
Los noventa y la llegada del grunge y el inconformismo pillaron a Michael un poco a traspiés y aunque se adaptó bien al sonido de la calle, no lo hizo tanto en cuanto a la ideología. Aunque sus trabajos, optimistas y multiculturales, siguieron a la vanguardia de lo técnico, las sensibilidades estaban cambiando y en esta etapa empezaron a lloverle pedradas por las mismas extravagancias por las que había sido amado en los ochenta. Ironías aparte, su siguiente trabajo, Dangerous (1991), generó vídeos que consiguieron ser punta de lanza de la década. Michael seguía siendo enérgico e inquieto y sus coreografías se hicieron más sintéticas, propias de un maestro que busca decir más con menos. Sus vídeos, además, comenzaron a separarse claramente entre sus fantasías escapistas y los más puramente humanitarios, valiosos en su compromiso, por supuesto, pero menos interesantes visualmente.
Black or White (1991), de nuevo rodado por John Landis, es una utopía multicultural tan idiota como desprejuiciada y autoconsciente. Destaca su naturalidad y por situarse a la vanguardia de la técnica con el famoso efecto morphing, copiado posteriormente hasta la saciedad. Brilla especialmente el último segmento, una sección de baile desenfrenado sin música, que muestra lo mejor del talento de Michael al natural de forma sencilla y directa. Remember the Time (1991) destaca por su fastuosa producción, una original estética egipcia y su icónica coreografía, inspirada en el lenguaje visual de los jeroglíficos. En el lado más sofisticado se encuentra In the Closet (1992), con reminiscencias al Vogue de Madonna (1990), gracias a su exquisita fotografía saturada y su sexualidad susurrada. Finalmente, Who Is It (1992) es una de sus canciones más evocadoras y el vídeo, rodado por David Fincher, es toda una anomalía con su chocante atmósfera art decó.

La década continuó con History (1995), su último disco popular, que en su faceta visual dio para lo mejor y lo peor de su carrera. Scream (1995) sorprendió con una imaginería futurista de estética chillona, efectos visuales imposibles, un uso pionero del CGI y un blanco y negro vibrante. A día de hoy, sigue siendo el vídeo más caro de la historia. They Don’t Care About Us (1996), dirigido por Spike Lee y ambientado en Río de Janeiro, consigue ser su único vídeo humanitario destacable. Es dinámico, colorido y desprende autenticidad en su batucada final. Stranger in Moscow (1996) es otra rareza en su carrera, de un tono más adulto de lo habitual. Rodado con ritmo lento y contemplativo, transmite una melancolía y un desencanto muy distintos del resto de su filmografía. En el lado menos positivo, Childhood y You Are Not Alone (1995) ganan la mención de honor a lo peor de su carrera y representan los peores defectos del artista, su desvergonzada carga edulcorante y su cursilería barroca.
El último paso notable lo dio con Ghosts (1996), superproducción de 40 minutos dirigida por Stan Winston en la que Michael interpretó 5 papeles. Fue presentada y aplaudida en Cannes, donde sorprendentemente supieron encontrarle la gracia. Con guion coescrito junto a Stephen King, Ghosts no deja de ser un inocuo tren de la bruja, pero lo que le falta de fondo, lo da de forma; su cuidada estética gótica, los efectos especiales y las sofisticadas coreografías consiguen elevarlo a la altura de sus clásicos. Es el último gran trabajo del Rey del pop frente a una cámara.
Su carrera se truncó con el nuevo siglo y la llegada de su último disco, Invincible (2001), un trabajo impecable que sufrió mil calamidades. La denuncia por acoso a menores y su crucifixión en la prensa terminaron de asesinar su nuevo trabajo. Durante los ochos años de calvario, ni un vídeo ni una canción llegó al público, pero Michael, acostumbrado a una vida de trabajo (o quizás, refugiándose de la tormenta mediática), no pudo abandonar el estudio. Multitud de canciones se amontonaron a la espera de ver la luz en tiempos mejores. Posteriormente, demostrada su inocencia, el artista anunció su regreso y el mundo le esperó con avidez. Pero unos días antes de su retorno en concierto, Michael se fue como había vivido, con todos los ojos puestos en él. Un final repentino que dejó al público preguntándose si, una vez más, Michael Jackson lo habría vuelto a conseguir.
Hoy suele decirse que los videoclips ya no son lo mismo. Hay cierta base, el bebé ha crecido y sus caminos son un misterio. Lejos quedan los noventa, con una industria en pleno apogeo invirtiendo enormes cantidades en trabajos cada vez más ambiciosos. El campo de juego hoy es muy distinto y ese es parte del motivo por el que nadie ha conseguido igualar el legado de Michael Jackson. Estuvo ahí cuando todo empezó y sus trabajos marcaron los límites a los demás. Durante un tiempo, fue su propia empresa y su único rival. Muchos han traído prestigio y relevancia al videoclip, pero pocos han estado en la cumbre tantas veces. Y, desde luego, ninguno ha vuelto a cambiar las reglas del juego. El próximo Michael Jackson está por llegar. Pero, hasta que eso pase, larga vida al rey.
