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De cuando Scream (2022) se convirtió en una película sobre Star Wars
A estas alturas, no es nada novedoso señalar que uno de los rasgos más interesantes de la saga Scream es su carácter metanarrativo. Desde que Randy Meeks (Jamie Kennedy) enunciara las reglas del slasher en la primera entrega, los fans se han deleitado en comprobar la forma en que la franquicia expone y sigue en cada nuevo film su correspondiente manual de instrucciones (secuelas, trilogías… aplíquese la que toque en cada caso). Pero lo cierto es que en cualquier película de Scream, lo ‘meta’ va mucho más allá de lo que verbaliza el guion de manera explícita. Es más: es en el resto de mecanismos narrativos donde esta dimensión adquiere toda su relevancia. Desde gags más o menos superficiales (el propio Wes Craven interpretando a un conserje sospechosamente parecido a Freddy Krueger) hasta auténticos juegos de espejos (la secuencia inicial de Scream 4 (2011) es uno de los momentos más divertidos y a la vez más brillantes de toda la serie). Pero, por encima de todo, cada película es un tratado sobre sí misma –como si fuera a su vez película y making of–, y también sobre ese espacio indeterminado del reino cinematográfico en el que confluyen el arte, la industria y la cultura popular. A lo largo de seis largometrajes y una serie televisiva, Scream ha radiografiado de forma certera cuatro décadas de espíritu adolescente, de zeitgeist social y cultural y de tropos cinematográficos. Y estos últimos van mucho más allá del género de terror. Por eso, cuando hace poco más de un año Scream (2022) resultó ser una película sobre Star Wars, debimos haberlo visto venir.
Esta quinta parte llegó más de una década después de la anterior, con la promesa de abrir nuevos territorios y de convertirse en la primera parte de una trilogía. Tras la cámara ya no estaba Wes Craven (fallecido en 2015), y Kevin Williamson había pasado definitivamente los bártulos de guionista a James Vanderbilt y Guy Busick. En otras palabras, se trataba de una secuela tardía que apelaba a la nostalgia y al cariño de los espectadores por unas situaciones y unos personajes icónicos, pero sin ninguno de los creadores originales a los mandos del proyecto. Aunque esto la emparentaba de forma directa con la aún reciente La noche de Halloween (2018) de David Gordon Green, planeaba sobre ella la larga sombra de un referente mucho mayor: la franquicia galáctica que George Lucas había vendido a Disney, y la trilogía de secuelas surgida a partir de aquel traspaso de poderes. Por eso, ni los guionistas ni los nuevos directores (el tándem formado por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett) iban a dejar escapar la oportunidad de lanzar sus afilados dardos contra una de las expresiones más nocivas de la cultura pop reciente: la toxicidad reaccionaria del fenómeno fan.
La (hasta la fecha) penúltima entrega de Scream incorporaba esa reflexión en su ADN a todos los niveles posibles, pero sin llegar a explicitarla. Por un lado estaba el simple gag, consistente aquí en convertir a Rian Johnson (responsable del ‘episodio VIII’, la mejor y más vilipendiada película de Star Wars) en el director de la ficticia Puñalada 8, odiada por “los fans más acérrimos”, según explicaba Mindy (Jasmin Savoy Brown) a sus amigos en la obligada escena de ‘las reglas’. “Van a 4chan y Dreadit, y de lo único que hablan es de cómo Puñalada 8 se meó en su infancia”, añadía. “Cómo metieron el comentario social solo para hacerla más elevada. Cómo el personaje protagonista es una Mary Sue”. ‘Mary Sue’ es el término utilizado por ciertos fans para calificar de forma peyorativa a personajes (generalmente mujeres) que, a su juicio, son demasiado perfectos o poderosos. Exactamente lo que la legión incel y misógina sostiene sobre Rey, la protagonista de los últimos episodios galácticos. Scream comparte con estos un nítido protagonismo femenino, con Sidney Prescott (Neve Campbell) como reiterada final girl. Pero esto es algo habitual en el slasher, así que es improbable que el comentario de Mindy esconda una reflexión sobre este género. En realidad los tiros van por otro lado, y son disparos láser.
En esa misma escena, Mindy enuncia las reglas de las ‘recuelas’ (híbridos entre secuelas y remakes): personajes nuevos, relacionados de algún modo con los originales; regreso de estos últimos en papeles secundarios; vuelta a los esquemas narrativos de la cinta original. A continuación, la joven enumera las cabeceras que han empleado este tipo de estrategia: Halloween, Saw, Terminator, Parque Jurásico, Cazafantasmas y, sí, Star Wars, en la única referencia abierta a la saga. Así pues, el dardo envenenado podría ir dirigido hacia los fans de cualquiera de esos títulos. Y, en línea con la temática de la saga de Ghostface, Halloween y Saw serían las candidatas ideales. Incluso recientes entregas de Viernes 13 o La matanza de Texas encajarían en el perfil. En definitiva, Scream (2022) no tiene por qué estar hablando específicamente de La guerra de las galaxias… salvo porque, como delata su estructura y su uso de los personajes, eso es exactamente lo que está haciendo.
En última instancia, la cinta de Bettinelli-Olpin y Gillett es una amalgama de las narrativas de El despertar de la fuerza y Los últimos Jedi con algunas gotas de las revelaciones aportadas por El ascenso de Skywalker. Sam Carpenter (Melissa Barrera) ocupa el lugar de Rey como la nueva heroína que resulta ser descendiente del mal primigenio, y es la puerta de entrada para los nuevos espectadores. Para los fans más veteranos, sin embargo, buena parte del placer del film reside en reencontrar a los personajes clásicos y comprobar en qué momento de sus vidas se encuentran. Aquí, Sidney y Dewey (David Arquette) se reparten el rol de Luke Skywalker, el héroe renuente que acaba regresando al campo de batalla a su pesar. De hecho, cuando Sam y Richie (Jack Quaid) llaman a la puerta de la caravana donde vive un Dewey casi ermitaño, este responde con un “go away” idéntico al que Luke Skywalker le espeta a Rey. Pero, en este juego de transferencia de papeles, Dewey es también Han Solo, mientras que Gale Weathers (Courteney Cox) sería la general Leia Organa: ambos sobreviven como pueden a una ruptura sucedida en el intersticio entre películas, una separación con la que ninguno de los dos está realmente conforme, y se reconcilian justo a tiempo para la despedida final de uno de ellos. Scream encuentra así en Star Wars la plantilla para reinventarse con éxito donde otras fracasaron. Y, cuando la máscara de Ghostface se levanta y se descubre quién es el asesino, todas estas correspondencias desembocan, inevitablemente, en la verdadera tesis de la película: que los villanos de las franquicias pueden ser sus autoproclamados mayores fans, guardianes de unas pretendidas esencias que ya desaparecieron hace mucho, porque las grandes historias seriales deben convertirse en algo nuevo si de verdad quieren sobrevivir.