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LOS BUENOS MODALES

Transformaciones y descubrimientos

Aunque alejada de las formas, tanto estilísticas como narrativas, de la clásica El Hombre Lobo (George Waggner, 1941), la última película del dúo brasileño constituido por Marco Dutra y Juliana Rojas bebe, de entre muchas otras referencias, de ese fantástico teatral con aroma a cuento de fogata que tenían las cintas de terror clásico de la Universal. Obras que, vistas con ojos contemporáneos, se alejan del miedo para mostrarse como una suerte de mágico y fantasmagórico relato de inocencia y cándida mirada.

Los buenos modales

De algún modo, en un camino donde también aparecen Polanski, la primera serie B de Cronenberg, el retrato social, e incluso el musical y la animación 2D, Los buenos modales (2017) expone esta vertiente clásica del género de una manera tan sorprendente y estimulante en sus hallazgos narrativos, como irregular y desconcertante en el desarrollo de los mismos. Es decir, partiendo de una idea rica en posibilidades, este film licantrópico va transformándose sobre sí mismo, al igual que un hombre lobo, con resultados tan dispares e inesperados como las propias acciones que es capaz de realizar dicha “bestia humana”.

Sobre una colorida ornamentación azulada, imitando lo que podría ser la tapa de un antiguo libro de cuentos, los títulos de crédito aparecen al son de una música celestial, como bañados por esa fantasía infantil que proporcionan las breves lecturas nocturnas en la cama. No es casual ni caprichoso que la película comience evocando estos recuerdos de la infancia. Al poco tiempo descubriremos que una de las protagonistas está embarazada y, más adelante, su alumbramiento partirá el relato en dos, dando todo el sentido tanto a su mirada social, como también a la historia de amor que sustenta la superficie del film.

As boas maneiras

En Los buenos modales, Clara, una enfermera solitaria de las afueras de São Paulo, es contratada por la misteriosa y adinerada Ana como niñera de su hijo aun no nacido. La diferencia de raza y clase pone en contexto uno de los grandes temas de la Brasil actual, país presidido por el ultraconservador Jair Bolsonaro. La niñera sin niño se convierte en asistenta. Una exposición bastante explicita de la lucha de clases que no frenará el fuerte vínculo que entre ambas se desarrolla (otro tema candente en el país), más incluso cuando unos extraños y siniestros hábitos nocturnos de Ana afecten directamente sobre Clara.

En este contexto, la mirada fantasiosa, calibrada bellamente mediante el sobrenatural artificio de la fotografía nocturna de Rui Poças, será la que dé pistas de los descubrimientos que tanto los personajes como nosotros mismos iremos haciendo a lo largo del metraje (el ardiente rojo fuego que nos lleva a los secretos sobre la concepción del bebé, el azul oscuro que expone la peligrosa pasión sexual entre las protagonistas…). Todos estos temas de la película se trasladan a la pantalla mediante una constante transformación de la puesta en escena que va desde el gore de aliento setentero -ese nacimiento a lo Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979)- al musical de raíz nostálgica en los momentos de debate interno que sufre la protagonista.

Los buenos modales

Todas estas sorprendentes decisiones, que además funcionan sin rechazo durante gran parte de la película, tienen su explosión con la llegada de esa gran elipsis temporal que actúa como una suerte de ruptura vibrante y luminosa. Las sugerencias que navegan por el primer tramo, y que nos acercan a un misterio de aire Polanskiano, crean la atmósfera propicia para que la llegada de lo físico sea acogida con cierto misterio e intriga. Hasta entonces, solo la decisión de rodar la mayoría de las conversaciones en unos muy poco personales planos/contraplanos podría ser visto como una decisión errónea o poco interesante.

Por ello, quizá, da aún más rabia comprobar cómo la última media hora del film (demasiado alargado hasta llegar a los 130 minutos de metraje) echa por tierra todo ese juego de sugerencias y rupturas tan bien medidas. A través de un desenlace demasiado obvio, con reminiscencias a otra obra clásica de la Universal como El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), Los buenos modales hace gala de un exceso, hasta entonces oculto, que pone al descubierto las costuras de una obra a medio camino entre el autoral más arriesgado y el fantástico irregularmente calibrado. No obstante, queda el gesto: el de una película ambiciosa y el de unos creadores con ganas de mostrar su mundo propio. Los buenos modales es, ante todo, una bifurcación más que interesante dentro del panorama de cine fantástico actual.


Los buenos modales (As boas maneiras (Good Manners), Brasil-Francia, 2017)

Dirección: Marco Dutra y Juliana Rojas / Guion: Marco Dutra y Juliana Rojas / Producción: Frédéric Corvez, Clément Duboin, Maria Ionescu y Sara Silveira (para Dezenove Filmes, Filmes do Caixote, Globo Filmes, Good Fortune Films, Urban Factory y ZDF/Arte) / Fotografía:  Rui Poças / Música: Guilherme Garbato, Gustavo Garbato / Montaje: Caetano Gotard / Diseño de producción: Fernando Zuccolotto / Reparto: Isabél Zuaa, Marjorie Estiano, Miguel Lobo, Cida Moreira, Andréa Marquee, Felipe Kenji, Nina Medeiros, Neusa Velasco, Gilda Nomacce, Eduardo Gomes

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