LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS (T2)
De Wellington a Staten Island: vampirismo absurdo en la era contemporánea
Desde Nosferatu (Friedrich Wilhem Murnau, 1922) hasta la saga adolescente que iniciaría Crepúsculo (Catherine Hardwicke, 2008), las representaciones del vampirismo en el mundo del cine son casi innumerables y tan radicalmente distintas entre sí como los dos ejemplos recién mencionados. Partiendo del terror no-muerto, se ha romantizado, humanizado y parodiado la figura del vampiro, además de incidirse en el erotismo vinculado al mito, ya fuera implícito o explícito. Uno de los últimos largometrajes que, a pequeña escala, ha conseguido el estatus de culto, es Lo que hacemos en las sombras (Taika Waititi y Jemaine Clement, 2014).
Por un lado, esto ha ocurrido debido al rápido ascenso de Waititi en la industria hollywoodiense, quien tras unirse al universo Marvel con Thor: Ragnarok (2017), también se las ha arreglado para cosechar premios importantes con Jojo Rabbit (2019). Por otro, más allá de la reivindicación de una de las primeras películas del neo-zelandés de moda, la cinta protagonizada por unos vampiros que comparten piso en la época contemporánea supuso un soplo de aire fresco en relación al enorme corpus heterogéneo del mito. A modo de falso documental, se nos mostraba cómo convivían los inmortales huéspedes y cómo cada uno de ellos encarnaba las distintas representaciones de la criatura vampírica: el monstruo chupa-sangre, el antiguo y despiadado emperador, el dandy… El cóctel reunía homenaje, pastiche, parodia y humor absurdo sin pretensiones, que resultaron en una película muy estimable.
Tal y como suele ocurrir actualmente, el fenómeno no tardó en suscitar el interés comercial que podría suponer un remake de la cinta. Es así como surge la serie Lo que hacemos en las sombras (2019- ), también por parte de Waititi y Clement. Esta retoma el mismo acercamiento absurdo a los diversos mitos vampíricos e incide en el sinsentido de la vida moderna desde el punto de vista no-muerto. Las únicas diferencias se hallan en el renovado reparto y escenario de la trama (en la película viven en Nueva Zelanda, aquí en Staten Island), además de la inclusión de un nuevo tipo de vampiro que chupa energía vital. Por supuesto, tal vampiro innovador no es más que el típico pelmazo conocido por todos nosotros, el cual vive por y para aburrirnos con sus temas de conversación insustanciales, nutriéndose gracias a nuestro hastío. Para la serie, un añadido tan absurdo como este pretende dinamizar y proponer nuevas líneas narrativas que eviten el agotamiento, por otra parte ineludible, del concepto iniciado por la película de 2014.
Mantener el nivel y frescura de su precedente era tarea complicada, pero la serie consigue, en gran parte, dar en el clavo con sus gags y desarrollar unos personajes hilarantemente desfasados e ineptos a la hora de interactuar con la sociedad contemporánea. No es tan importante aquí el formato de falso documental, muy alejado de cualquier pretensión de veracidad, algo evidente en situaciones imposibles para los supuestos operadores de cámara o en las arbitrarias rupturas de la cuarta pared, que responden más bien a la lógica de su comicidad. Sí funcionan, por ejemplo, las referencias culturales y pictóricas (tanto reales como ficticias) al intercalarse con los testimonios de los personajes cuando se sinceran frente las cámaras, ya que otorgan, de forma simultánea, una perspectiva histórica y anti-histórica a la existencia de estos vampiros.
Otro aspecto destacado y bastante acertado sería el papel del ayudante humano, Guillermo. Con gran protagonismo en la serie, el absoluto nerd del vampirismo, dispuesto a aguantar todo tipo de vejaciones con la ilusión de poder ser vampiro algún día, es quizás el eslabón que proporciona cierta continuidad a una serie que, de otro modo, estaría destinada a un eterno retorno sobre sí misma. Los vampiros no cambian, siguen siendo igual de estúpidos e inconscientes al vivir en una era que ya no les pertenece; sin embargo, Guillermo simboliza la bisagra entre el mundo vivo y el no-muerto en su interdependencia mutua. Incluso cuando se descubre, en la primera temporada, que el ayudante viene de una dinastía caza-vampiros (lo cual guía en parte la segunda y posiblemente la futura tercera entrega de la serie), existe una tensión irresoluble entre la atracción hacia el vampiro y el instinto asesino hacia él, esencial para el mito.
En definitiva, su segunda temporada, cuando parece que ya no puede sorprender más, acaba cimentando situaciones delirantes que plantean conflictos tan ridículos como: ¿cuál sería la reacción de unos vampiros al descubrir una falsa maldición en el spam de su correo electrónico? Con el apoyo de algunos cameos muy inesperados como los de Haley Joel Osment o Mark Hamill, la comedia se sostiene y sigue aportando matices a su propio universo cargado de absurdidad. Confirmada ya su siguiente entrega, tiene un nuevo reto por delante a la hora de no estancarse en su propia premisa.
Lo que hacemos en las sombras (What we do in the shadows, EEUU, 2019-Actualidad)
Dirección: Jemaine Clement, Taika Waititi, Kyle Newacheck, Yana Gorskaya/ Guion: Jemaine Clement (creador), Taika Waititi, William Meny, Jake Bender / Producción: Jemaine Clement, Taika Waititi, Garrett Basch, Scott Rudin, Paul Simms / Música: Mark Mothersbaugh / Fotografía: D. J. Stipsen / Editor: Yana Gorskaya, Shawn Paper, Dane McMaster/ Diseño de producción: Kate Bunch / Reparto: Kayvan Novak, Matt Berry, Natasia Demetriou, Harvey Guillén, Mark Proksch, Haley Joel Osment, Mark Hamill.
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