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LIBREROS DE NUEVA YORK

Historias para no olvidar

Raquel

“Cuando era pequeña, había un libro que me encantaba leer en el colegio y en casa junto a mis hermanas. Se llamaba Senda 3 y, aunque era la típica lectura de EGB, había algo en él (probablemente en sus simpáticas e imaginativas ilustraciones) que me atrapaba. Aunque lo estuve buscando durante un tiempo pasada mi infancia, no volví a saber de él hasta varios años después. Fue a finales de verano, de nuevo en un aula, pero esta vez como profesora novata y ordenando la biblioteca para el curso que estaba por comenzar. Habrían pasado más de veinte años, pero aquel ejemplar refulgía con la misma intensidad en mis ojos, trasladados automáticamente a una época en la que aprendía en vez de enseñar. No dudé en solicitarlo al colegio y aún hoy lo conservo con la misma ilusión con la que empecé a leer”. (Libreros de Nueva York)

Libreros de Nueva York

Si dicen que somos lo  que comemos, también somos lo que leemos. Libreros de Nueva York no abre con esta frase ―aunque sí intercala varias citas de grandes personajes a lo largo de su metraje― pero sí desprende en gran medida esta idea de que necesitamos los libros más de lo que ellos nos necesitan, forman parte de nuestro ser. D.W. Young, prolífico montador de documentales ―la mayoría de ellos de una cinefilia que va desde Elia Kazan o Federico Fellini hasta Terence Davies y David Lynch― se encarga de dejar muy clara esta idea desde el principio. Libreros de Nueva York no es solo un documental sobre librerías y libreros, es un estudio en torno a los bibliófilos (afición), bibliobulimicos (amor) y hasta los bibliótafos (obsesión).

La figura de Fran Lebowitz ―muy presente también en otro reciente documental sobre La Gran Manzana, Supongamos que hablamos de Nueva York (Martin Scorsese, 2021)― ejerce en gran medida de Virgilio en este viaje por ferias, mercados y convenciones de libros hasta llegar al lugar donde todo se concentra, las librerías. Pero ni Lebowitz ni Parker Posey son las únicas narradoras, solo el rostro y la voz visibles. Los narradores de Librerías de Nueva York son más bien esos “héroes” desconocidos llamados libreros, que a través de sus pequeñas historias y anécdotas van dibujando el mapa histórico del mundo editorial en Nueva York. Son sus historias, o más bien las de sus libros, las únicas que importan.

Álvaro

Mi abuela solía ser una lectora voraz. Empezó a leer algo tarde a causa de la Guerra Civil y es por ello que recordaba perfectamente el libro que leyó por primera vez. Durante años lo estuvo buscando, al igual que mi madre y yo ―a los que sin duda contagió esa pasión lectora― sin ningún éxito. Hace un par de años mi madre andaba por una librería de segunda mano en Mallorca cuando de repente lo encontró. Mi abuela hace tiempo que apenas recuerda nada, es difícil que sepa qué hizo el día de antes o qué comió esa misma mañana. Pero en el momento que vio a mi madre aparecer por la puerta, todos aquellos recuerdos le vinieron a la cabeza. Ambas se sentaron y mi abuela, sosteniendo el ansiado libro en sus manos, comenzó a contarle la historia con la que habían empezado el resto”.

Bajo la capa de armonía y melancolía por el papel existe también cierto poso no ya capitalista e individualista ―no olvidemos ni que los libros son un negocio ni que el acto en sí de leer no es una actividad del todo social que digamos, más si ocupa la mayor parte del tiempo de algo― que sin reflexión ni juicio alguno sobrevuela todo el documental. Los libreros son gente que ama la literatura, lo cual es muy loable, pero también gente dispuesta a todo por obtener una primera edición de El Quijote o Hamlet. Como sucede en el cine con la cinefilia y la cinefagia, Libreros de Nueva York no esconde que detrás del mundo editorial están personas que a veces ponen por delante la posesión que el disfrute. Es gracioso ver como muchos de los protagonistas reconocen no haber leído la mitad de lo que tienen en sus bibliotecas. Da igual, lo importante es saber que lo tienen ahí, comentan.

Marta

“Mi padre leía tanto que tuvimos que hacer una pequeña librería en la buhardilla solo para que pudiera poner todos sus libros. Siempre me leía algo que le gustaba o descubría y fue gracias a él que surgió mi interés por la lectura. Tenía la costumbre de escribir sobre sus libros: cuando lo empezaba, cuando lo terminaba, subrayar frases que le parecían interesantes y demás anotaciones. De vez en cuando, si no estaba en casa, yo me escabullía a la buhardilla para coger algunos y leer con toda atención esas notas adjuntas a las líneas que tanto le fascinaban. Aún lo hago, aunque con menos frecuencia. Hace ocho años que se fue pero me gusta pensar que a través de todos esos libros, de esas anotaciones y subrayados, sigo conociéndolo más y descubriendo aquellas cosas que tanto le gustaba enseñarme de pequeña”.

Con sus luces y sus sombras ―amén de un ataque no demasiado argumentado a la venta de libros por internet―, Libreros de Nueva York pasa por ser un precioso recordatorio de que la gente se irá pero los libros permanecerán, y serán estos los que ayuden a que esas personas también permanezcan, aunque sea en el recuerdo.

Yo no tengo grandes historias con libros, o si las tengo no las recuerdo. Me es imposible saber cuál fue el primero que leí pero no el último que he tenido entre mis manos. Fue esta misma semana, un día de clase y jaqueca  que terminó en la Ocho y Medio. Buscaba un libro de un cineasta taiwanés presuntamente descatalogado, y tras no encontrarlo por las estanterías pregunté al librero. Fue hasta una esquina que había al fondo y, de un montón de libros apelotonados, sacó el último ejemplar que quedaba. “Tienes suerte”, me dijo. Y ya lo creo, porque aquel libro me salvó el día.


Libreros de Nueva York (The Booksellers, Estados Unidos, 2019)

Dirección: D.W. Young / Producción: Blackletter Films / Fotografía: Peter Bolte / Música: David Ullmann / Montaje: D.W. Young / Intervenciones: Parker Posey, Fran Lebowitz.

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