LAZZARO FELIZ
Una bondad engañosa o sobre Lazzaro feliz
Hay pocas cosas que me resulten más sospechosas que la uniformidad de opinión. Desde que en mayo del año pasado se presentase en el Festival de Cannes la tercera película de Alice Rohrwacher, Lazzaro feliz, no ha parado de cosechar elogios. No solo elogios, de hecho: los mismos elogios. Tras su estreno era imposible leer un texto sobre ella que no la definiese como “un milagro”, sacase a relucir a Pasolini o el neorrealismo como referentes directos, hablase de la bondad beatífica (y en algunos casos subversiva) de su protagonista o coronase a su directora como la gran esperanza del cine italiano, europeo o mundial. Nada que objetar contra el entusiasmo que uno puede sentir al hablar de una película que le ha fascinado. Transmitir eso es, de hecho, uno de los posibles objetivos de la crítica de cine. Sin embargo, creo que otro de los objetivos, incluso diría que obligaciones, es el de ofrecer una perspectiva sobre la película que de alguna forma pueda iluminar aspectos ocultos o en sombras de ella. En el caso de Lazzaro feliz, pocas han sido las voces negativas y menos aún las que la han afeado en el terreno ideológico. Eso es justo lo que me propongo hacer con este texto.
El primero acto de Lazzaro feliz se desarrolla geográficamente en los parajes naturales de Inviolata y cronológicamente en un pasado cercano que hace, sin embargo, referencia a un pasado más lejano, concretamente aquella Europa pre-derechos de los trabajadores en la que los terratenientes eran dueños de sus peones. Alice Rohrwacher ha declarado que la película empezó a tomar forma en su mente cuando leyó una noticia sobre un grupo de campesinos que, en pleno siglo XX, fueron descubiertos en Italia trabajando en situación de semi-esclavitud, desconocedores de que en el resto del país se estaban aplicando toda una serie de leyes que les protegían de los abusos de sus empleadores. Durante este primer acto, Lazzaro feliz muestra a una comunidad de gente mísera claramente sometida a los deseos y maquinaciones de la marquesa Alfonsina De Luna, que no tiene ningún tipo de reparo en enunciar que la vida es un ciclo de abusos en el que los abusados son a su vez abusadores, justificando sus propios abusos como terrateniente. Cuando un joven matrimonio anuncia que se va a marchar de Inviolata, la mano derecha de la marquesa les recuerda que eso solo es posible si ella da su visto bueno, ante lo cual el matrimonio responde, en una mezcla de frustración y resignación, bajando del vehículo que habría de llevarlos a la ciudad. No son dueños de su propio destino. Sin embargo, la película se asegura de matizar esta situación de dos formas. Primero, a través del trabajo de fotografía de Hélène Louvart, que baña Inviolata de luz y otorga a los colores una calidez que resulta armónica y reconfortante. Segundo, mostrando una comunidad que, pese a sus carencias y sus miserias, se muestra unida e incluso feliz. La secuencia que abre la película es precisamente la que marca esa idea con el recital del enamorado a su futura esposa y la reunión de la comunidad para celebrar los futuros esponsales: el ambiente es alegre y festivo, hasta el punto de que aspectos de pura miseria como el tener que compartir las bombillas adquieren cierto cariz entrañable.
Al final de ese primer acto, cuando Lazzaro cae por el barranco y despierta en el presente se encuentra con que la mansión de la marquesa está abandonada, al igual que los terrenos de labranza. Inviolata ha quedado totalmente deshabitada, por lo que Lazzaro parte en busca de sus antiguos amigos. El primer contacto que tiene con el nuevo mundo es en lo que parece un barrizal gris a las afueras de un polígono industrial, donde un capataz y varios grupos de trabajadores están discutiendo su salario. Un primer grupo se ofrece a hacer el trabajo por una cantidad y el capataz reacciona como si aquello fuese una suerte de subasta en la que cada grupo lo abarata aún más hasta que el grupo que consigue el trabajo es el que está dispuesto a hacerlo por el sueldo más injusto. Poco después, Lazzaro llega a la ciudad, donde la luz es fría y predominan los colores menos cálidos o los asociados con el oxido y la herrumbre. En líneas generales, la ciudad en Lazzaro feliz aparece como un espacio hostil. Cuando el protagonista logra dar con algunos de sus compañeros de Inviolata (que han envejecido 20 años), estos viven en un deposito junto a las vías del tren, separados del resto de su comunidad, en condiciones de miseria aún más notables que antes y obligados a recurrir al robo para sostenerse.
Por tanto, en sus dos segmentos claramente diferenciados (tanto cronológica como visual y espacialmente), Lazzaro feliz contrapone la vida en el campo con la ciudad y también las condiciones laborales del pasado con las del mundo del siglo XXI. Aunque la propia Rohrwacher ha indicado que en ningún momento ha sido su intención proponer un discurso campo vs. ciudad, lo cierto es que resulta difícil sustraerse a las diferencias en el trabajo de fotografía de ambos segmentos. Pero, si entendemos los espacios como representaciones de los seres humanos que los habitan, lo importante está entonces en esas diferencias de las condiciones laborales. El trabajador estaba antes esclavizado por su jefe, dice claramente Rohrwacher, pero era más feliz y vivía en un entorno más humano. Por el contrario, cuando se emancipó lo hizo a costa de perder no solo su pertenencia a un grupo sino también su dignidad. Rohrwacher ha comentado directamente sobre esto, indicando que los que tenían poco lo perdieron para tener incluso menos. Así, la película se embarca en un discurso nostálgico en el que toda la lucha durante el siglo XX por mejorar las condiciones laborales es barrida de un plumazo en favor de la idea de que antes éramos pobres pero honestos. Sin ningún tipo de vergüenza, Lazzaro feliz repite un tipo de discurso que habría hecho muy feliz al poder eclesiástico del medievo: la libertad es el peor de los venenos para los pobres y miserables, que en la esclavitud al menos se tienen los unos a los otros.
Todo esto se refuerza mediante el personaje de Lazzaro, ese joven de rostro angelical que siempre está dispuesto a ayudar a cualquiera que se lo pida, que no juzga a los que le rodean ni discrimina en su bondad. Como decía antes, este término, “bondad”, ha sido uno de los más repetidos por parte de la crítica y la propia directora al hablar de la película y su protagonista. Para muchos, la bondad incondicional e indiscriminada de Lazzaro es, en el mundo cínico que habitamos (y que en la película tiene su reflejo en esa segunda mitad que antes comentaba), un acto de subversión radical. Puede que esa capacidad de Lazzaro para aceptar a todos como son y mantener su pureza e inocencia incluso ante las peores adversidades sea, en efecto, algo admirable. Sin embargo, también cabe preguntarse: ¿amar incondicionalmente no es, básicamente, amar a todos? Y, ¿amar a todos no es simplemente no amar a nadie? ¿Cómo podemos amar sin concretar, sin centrar nuestra mirada en lo particular? Siguiendo esa línea de pensamiento, el amor que exhibe Lazzaro sería en realidad el peor de los amores, aquel que carece de respeto por uno mismo, que siempre dice que sí porque no conoce la existencia de la palabra no. Es un amor que no se conoce como tal. A eso se le llama servilismo, y encaja perfectamente en el mundo medieval que Lazzaro felice parece echar de menos.
Es también un amor de carices profundamente religiosos, pues solo los santos y Jesús (y algún que otro político populista) han hecho gala de un amor así. Muy lógico en una película abundante en motivos y referencias cristianas, empezando por el nombre de su protagonista y siguiendo por los múltiples milagros que este efectúa (¿considera Rohrwacher que la bondad es también un milagro?). Al final, es posible que ese acto de subversión no sea nada más que la vieja religión que lleva acompañándonos unos cuantos años y que Lazzaro felice no sea otra cosa que una versión hábilmente maquillada de películas evangelizadoras como God’s Not Dead (Harold Cronk, 2014). También cabe la posibilidad de que, por el contrario, la mirada de Rohrwacher no tenga nada de nostálgico, sino que busque criticar la situación actual con tanta dureza que incluso en el feudalismo encuentre aspectos positivos en comparación. Esta opción, sin embargo, no conduce a nada mucho mejor.
El trazo de Lazzaro feliz a la hora de mostrar la sociedad actual es tan grueso que acaba por ofrecer los mismos villanos que podemos encontrar en el más burdo comentario social: la banca y las grandes empresas controlan el mundo, que se ha deshumanizado completamente por culpa de esto. No hay aquí ni una pizca de complejidad: el mal a derrotar es la desnaturalización del ser humano, ejemplificada en los espacios atroces que habita, y los culpables de esa enfermedad son los mismos villanos de siempre. No aparecen por ningún lado las indiscutibles mejoras de las condiciones laborales que trajo el siglo XX, ni se plantea la posibilidad de que, en las democracias modernas, todos somos algo responsables (en mayor o menor medida, pero responsables igualmente) de los problemas que aquejan al sistema. La villana del pasado, la marquesa de Luna, es una cínica explotadora sin vergüenza alguna; los villanos del presente son tan inhumanos que ni siquiera aparecen (su única representación podría ser ese lobo que recorre la película). Los pobres, sin embargo, se mantienen siempre igual: míseros, ignorantes y dispuestos a venderlo todo por un plato de lentejas. En un momento de la película, ya en el presente, los amigos de Lazzaro compran una carísima bandeja de pasteles, pagándola con dinero estafado a una joven pocas horas antes. Esos pasteles han de servir de regalo para el hijo de la marquesa, que en pleno ataque de ebria generosidad les ha invitado a su casa a comer. Es muy difícil entender este gesto, la compra de los pasteles, como un acto de generosidad. Gastándose lo que para nada les sobra para poder afrontar un acto social, estos parias que forman la nueva familia de Lazzaro buscan comprar algo de dignidad. Este detalle, aunque muy humano, queda empañado porque en el fondo no hace otra cosa que continuar en la línea de todo el relato: retratando a los pobres como niños pequeños que se dejan llevar por sus impulsos.
En un momento histórico en el que todos esos avances en materia de derechos corren peligro de desaparecer por culpa de la crisis, presentar una lectura sociopolítica como la de Lazzaro feliz, en la que directamente nunca han existido o parecen no tener relevancia, es de una enorme irresponsabilidad. Sobre la fachada de la bondad angélica de Lazzaro, que parece denunciar la mezquindad y el cinismo de los tiempos actuales, Rohrwacher construye una película que es tan cínica como lo que denuncia y niega cualquier progreso. Según Lazzaro feliz, lo único que nos puede salvar es aceptarlo todo sin criticarlo, amarlo todo y a todos por igual. Eso sí, siempre y cuando tengamos un rostro tan agradable como el de Lazzaro.
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Muy interesante el artículo. Es hermoso encontrar una opinón alejada de la hegemonía. Y como me hiciste pensar, quiero compartirte en que discrepo contigo.
Independientemente de lo que haya manifestado la directora, la obra ya es de quien la interpreta, por eso me parece que existe demasiado peso en el juicio de acuerdo a la luz (nuevamente, solo arrojan sombras que circunscriben la libertad analítica) de sus declaraciones. Soy de los que prefieren artistas que dejan que solo hablen sus obras.
Por eso, desde mi visión, no hay una mirada nostálgica al feudalismo, como tampoco veo «que al menos se tenían los unos a los otros» ya que de manera explícita el protagonista es explotado por quienes debieran ser sus pares, el hijo de la marquesa y ella lo dejan aun mas claro en una conversación. Interpreto la narración de la segunda parte como la continuidad de la miseria (donde siguen juntos…) y, más allá que coincido contigo en que la representación del mundo actual es de un estereotipo de trazo muy grueso (la primer parte gana en belleza y sutileza) , encuentro en la figura del lobo no la representación del sistema, sino, el lobo de Gubbia, pero el de Rubén Darío, «Los motivos del Lobo», donde no hay milagro, el lobo se va, como en la película, no hay salvación, para Lazzaro tampoco, nuevamente no veo el cinismo que tu ves, no veo en la narración que el planteo sea que la inocencia y sumisión (no la bondad, que coincido es otra cosa) sean la salvación.
Tampoco considero cínico negar el progreso (dicho antes que no veo melancolía en la parte de la europa sin derechos laborales), desde el punto de vista de la concentración de la riqueza, estamos peor aun que en ese nefasto capitulo de nuestra historia.
Al igual que tu, no veo una película genial, si muy sutil por momentos (gracias a eso vemos diferentes cosas) y creo que valiosa en términos de crítica.
Excelente artículo. saludos
Estimado Jorge:
Comparto contigo que una vez la obra artística sale al mundo le pertenece al espectador y, por tanto, lo que diga el autor es todo menos vinculante. Con todo, creo que de vez en cuando compensa escuchar, porque las películas, y en particular las películas hermosas, pueden ser también engañosas. En este caso, los comentarios de Alice Rohrwacher eran una forma muy cómoda de articular un discurso que percibo y me resulta profundamente preocupante. No pretendo que, por citar a la directora, mi argumentación sea más solida; lo que me interesa es, por el contrario, indicar que creo que el caso de «Lazzaro feliz» es uno de lenguaje mal usado, de discurso confuso en el que se dice una cosa y la contraria, y que la canonización por parte de los medios de Rohrwacher me parece tanto apresurada como un poco irresponsable. En cualquier caso, muchas gracias por tu comentario, así da gusto discrepar (y que discrepen de ti).
Un saludo
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Pablo Lopez No entendiste nada de la fabula de esta extraordinaria película. Tu percepción y critica de esta alegoría
es mediocre y carente de profundidad. Eres muy mediocre y tu seudocritica exhibe tu pobreza intelectual. Quisiste ser una voz disruptiva y sobresaliente. Sabes que ? eres un perdedor y carente de cultura cinematografica de alto vuelo.
Lo siento, cambia de oficio y aplicate mas. No eres ninguna autoridad en este tema. Para mi que ni viste la pelicula.
Amargo sabor deja esa película,salir de una opresión rural para pasar a otra más cruel en la ciudad,no se vislumbra un milagro o una salvación,solo realidad cruel..el único milagro es la música que los acompaña, cuando están empujando el vehículo,la única enseñanza es la aceptación de la realidad…y ser feliz con ella..