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LAS CHICAS ESTÁN BIEN

Un roce conmovido

La carta, decía Roland Barthes, es un símbolo de sinceridad con el amado. Las chicas están bien (2023), ópera prima en la dirección de la actriz Itsaso Arana, es una gran carta; sin intenciones de dedicársela al cine, pero sí al trabajo del cine, a la interpretación y a la imagen. Con papel y pluma en mano, un croquis y una lista, se introducen los títulos de crédito que en un acto de franqueza presentan la película como un «ensayo de una película-ensayo». Los ensayos, las correspondencias y las conversaciones como formas de un prueba y error constante terminan gestando una película en la que la verdad se aleja del realismo para abrazar la ternura de ser sincera.

Trasladando al campo a los personajes, las actrices Irene Escolar, Bárbara Lennie, Itziar Manero y Helena Ezquerro –que se interpretan a sí mismas junto con Itsaso Arana–, se configura una especie de comunidad minúscula en la que la película adopta un ritmo sosegado y bucólico, acompañado de la fotografía de Sara Gallego, repleta de colores vibrantes, luces y reflejos naturalistas. Compuesta de planos largos con sus conversaciones, la vivacidad de la película se encuentra en los propios movimientos de las actrices, como si la intención fuese romper el encorsetamiento de la obra de príncipes y princesas que ensayan en el antiguo molino. Y aun así, en esos ensayos constituidos a base de fundidos encadenados, repeticiones y jump-cuts, también existe una intención de romper con la narrativa clásica de princesas desvalidas. Arana lo hace guiando la dirección hacia una cierta colectivización del relato, saliendo del plano, animando a la improvisación y preguntando qué cambios harían las actrices para sentirse cómodas. Se configura así un relato que es imposible no sentir desde lo comunitario, como una creación acompañada.

A lo largo de toda la película, cada una de las chicas recibe o manda su particular carta. Se encuentran en esa vergüenza incipiente con la que Helena transmite su agradecimiento y admiración al resto de mujeres, en Irene intercambiando audios declarando su amor, en ese «final» que Arana le escribe a Bárbara y en aquel mensaje con el que Itziar revive su duelo. Las historias de madres, hijas, amantes y amigas se entrelazan en la imaginación de la cineasta que se pregunta cómo grabar la emoción contenida en las cartas. La respuesta parece ser el acto de fe de que grabarlas sea suficiente. Lo es, porque la vida está en los gestos, en los roces, en las miradas llorosas, en las repeticiones nerviosas, en los cuerpos que se derrumban en la oscuridad de una calle desierta tras las fiestas.

No obstante, quizás el mayor acto de sinceridad es reconocerse como lo que es: una película que solo tendrá sentido cuando sea vista por ojos ajenos. En esos ojos en los que se clava la mirada de Bárbara Lennie durante una escena en la que las cartas cobran el protagonismo absoluto, cerrando la distancia entre la ficción y realidad por completo. Está ya acostumbrado el cine contemporáneo a romper la cuarta pared, pero quizás no a hacerlo con tanta inocencia, con una interpretación de Lennie que alude a la cámara de forma tentativa, como si dejar de dirigir la mirada a su compañera Arana fuera una aventura. La duda que atraviesa la película es la gran señal de que lo que se desarrolla ante los ojos no es otra cosa que un cuento, algo que si se toma demasiado en serio resulta artificioso. Las chicas están bien es un fragmento de una carta, de una declaración, de un manifiesto. Es quizás una frontera, un portal entre lo real y lo narrado. Y como toda carta a su lector, deja al espectador deseando más.


Las chicas están bien (España, 2023)

Dirección y guion: Itsaso Arana / Producción: Los Ilusos Films / Fotografía: Sara Gallego / Montaje: Marta Velasco / Interpretación: Bárbara Lennie, Irene Escolar, Itsaso Arana, Itziar Manero, Helena Ezquerro

2 comentarios en «LAS CHICAS ESTÁN BIEN»

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