LA VIDA INVISIBLE DE EURÍDICE GUSMÃO
La (des)integración del edificio familiar
Eurídice toca el piano y Guida baila la melodía que producen las manos virtuosas de su hermana pequeña. Todavía hay muchas cosas que hacer en la preparación de una cena especial que la madre de ambas cocina para agasajar al proveedor de su marido. Sin embargo, ambos se detienen y admiran las gracias de sus hermosas hijas. No solo se manifiesta en esta escena el orgullo paterno, pues también hay lugar para la proyección de futuro en dos jóvenes mujeres con el porvenir por labrar. Es 1950 en Río de Janeiro y la cena parece ser el primer ladrillo de un puente entre familias que comparten un negocio. La gracia de las niñas, al menos la de una de ellas, debe ser el cemento de tal empresa, la promesa de un matrimonio.
Karim Aïnouz empieza así la película que adapta libremente La vida invisible de Eurídice Gusmão, novela de Martha Batalha, que recorre los universos particulares de dos hermanas que fueron separadas por un engaño. En un ambiente doméstico conservador y moralista se castigarán los sueños de dos mujeres que no tuvieron la oportunidad de ser libres con unos resultados devastadores para ambas, pues el amor que se profesaban y la intimidad que habían creado en una relación fraternal y de entregada amistad, se convertirán en espacios vacíos habitados por el fantasma y la ausencia de lo amado. Guida es sentenciada al exilio por su padre, después de que ella persiguiera el sueño romántico junto a un marinero griego, que más adelante se le revelará como un burlador donjuanesco; Eurídice es guiada a postergar indefinidamente su sueño de estudiar en el Conservatorio de Música de Viena para aceptar el anillo y firmar los papeles que ha ofrecido por ella el hijo menor del invitado de honor de la última cena que dieron los Gusmão al completo. La mentira reconfortante paterna, que se ampara en la necesidad de mantener las apariencias de estabilidad y autoridad patriarcal, se lleva a cabo a partir del recurso narrativo de la ironía dramática. De esta manera, con una construcción de guion bien conocida por el espectador, en la que se sabe conocedor de más información que los personajes, se está a la espera de la convencional llegada de la verdad que dé consuelo a las protagonistas. Este sistema de dosificación de la información tan académica encuentra puertas abiertas al deleite inesperado por las interpretaciones complejas y ricas en matices de las actrices que personifican a las hermanas: Julia Stockler (Guida) y Carol Duarte (Eurídice).
La puesta en escena de Aïnouz transita con habilidad entre el naturalismo costumbrista de recreación histórica y secuencias sugerentes que se benefician de la fotografía expresiva de Hélène Louvart, cuya iluminación llena de contrastes y colores saturados genera una atmósfera sensorial que representa las emociones más íntimas de las protagonistas. Unas emociones que se verbalizan en la correspondencia epistolar narrada en off, que se constituye como otro dispositivo de frustración por el control masculino de la recepción de las cartas.
La vida invisible de Eurídice Gusmão se erige como un melodrama que ofrece una lectura política de la situación que vive el Brasil contemporáneo. Película que se abre sin miedo al espectador y no se pierde en formalismos. El discurso es reivindicativo, feminista y propone un mensaje optimista por la justicia que, aunque tarde, llega. Y el valor de esos pequeños fragmentos en los que se vislumbra la libertad de dos mujeres sometidas, conmueve y perdura.
La vida invisible de Eurídice Gusmão (A vida invisível de Eurídice Gusmão, Brasil/Alemania, 2019)
Dirección: Karim Aïnouz/ Guion: Murilo Hauser (novela de Martha Batalha)/ Producción: Rodrigo Teixeira, Viola Fügen, Michael Weber/ Fotografía: Hélène Louvart/ Montaje: Heike Parplies/ Diseño de Producción: Rodrigo Martirena/ Música: Benedikt Schiefer/ Reparto: Julia Stockler, Carol Duarte, António Fonseca, Maria Manoella, Gregório Duvivier, Fernanda Montenegro.
Pingback: El mejor cine de 2019. Top 20 - Revista Mutaciones