LA REINA DE LOS LAGARTOS
Más allá del posthumor
Viendo La reina de los lagartos (Burnin’ Percebes, 2019) uno no puede dejar de pensar en lo mucho ha llovido desde que el crítico cultural Jordi Costa acuñase el término posthumor para definir el sentido del humor que respiraban los sketches de la ya mítica La hora chanante (Joaquín Reyes, 2002). Incómoda y pura destilación de la célebre máxima que reza que el humor es algo muy serio, a decir de Costa en un post publicado en Periferias 20.0: “En el post-humor, los mecanismos narrativos que garantizan la presencia de la comedia desde sus formas primigenias -el slapstick: el gag del tipo resbalando en una piel de plátano como origen del discurso- se ponen al servicio de sensaciones alejadas de la tradicional catarsis cómica: la perplejidad, la vergüenza ajena, la incomodidad…”. Una concepción de la comedia que abarcó y abarca medios y formatos muy dispares pero que en España logró agrupar a un conjunto de creadores que van desde la troupe de los chanantes hasta los Vengamonjas o Ignatius Farray, pasando por Miguel Noguera y, de forma más tangencial por intermitente, Nacho Vigalondo, Juan Cavestany y, ahora, los Burnin’ Percebes, capaces todos ellos de reinventar un panorama cómico viciado, para asentarse como el canon de la comedia española de principios del siglo XXI.
Y es que, por el contrario, este último trabajo de Fernando Martínez y Juan González -a la sazón, los Burnin’ Percebes- es tanto una prolongación de algunos de los lugares comunes de esta peculiar corriente cómica como también un firme paso adelante en una dirección opuesta a algunos de los rasgos más fundamentales del posthumor. La estética entre realista y precaria de la que hacen gala muchas de sus manifestaciones, y que parecen aprovechar todo límite presupuestario como una muestra de estilo, los quiebros tonales y humorísticos, o la complicidad que generan sus más o menos esquinados retratos de la realidad generacional de la que surgen muchos de sus integrantes, siguen ahí. Pero la voluntad de incomodar, traducida en el cinismo que supuraban sus dos trabajos anteriores -las curiosas Searching for Meritxell (2014) y IKEA 2 (2016)- se ha desintegrado en La reina de los lagartos, dando paso a una ternura fundamentada en un arriesgado equilibrio entre lo marciano de sus planteamientos y lo aparentemente sencillo de su desarrollo.
Y es que La reina de los lagartos parte de una base argumental que haría las delicias de todo surrealista, pero que adopta, pese a sus posibilidades como relato más o menos espectacular, las formas de lo costumbrista: Berta (Bruna Cusí) es una joven madre separada que vive un fugaz y amistoso romance con Javi (Javier Botet), un príncipe lagarto de aspecto humano, llegado desde otro planeta con la intención de reproducirse y que sus vástagos invadan la Tierra. Un objetivo que se ve cumplido en el que iba a ser su último día junto a Bruna y su hija Margot (Margot Sánchez) antes de ser recogido por la nave nodriza que lo devolvería al lugar al que pertenece. Pero el imprevisto embarazo de Berta da al traste con sus planes de retorno, obligándolos a replantearse su relación y que ella se vea en la tesitura de aceptar su nuevo rol como la apocalíptica reina de los lagartos.
Esta comunión entre lo fantástico y lo realista planteada desde su argumento se traslada formalmente al filme desde su obertura, en la que unas gigantescas iguanas amarillas campan a sus anchas por Barcelona bajo la festivalera banda sonora firmada por Sergio Bertrán. En La reina de los lagartos la extrañeza que provoca la integración del fantástico en lo cotidiano no se produce desde el conflicto entre dos formas de entender la realidad (la humana como víctima y la reptiliana como invasora), si no desde su reconciliación en un mismo plano afectivo que también es narrativo, tanto en el fondo como en la forma. Del mismo modo que la relación entre Javi y Berta (o entre ésta última y el padre de Margot, interpretado por Miki Esparbé) no se plantea desde el individualismo si no desde el respeto mutuo y el afecto, no existe en La reina de los lagartos una diferenciación tonal, ni en su uso de la fotografía ni de la banda sonora, entre los instantes más decididamente inverosímiles de su trama y aquellos que responden a un desarrollo más o menos realista de la misma.
Todos y cada uno de los momentos que componen La reina de los lagartos reciben el mismo tratamiento formal, a medio camino entre la comprensión y la luminosidad, sin por ello ocultar sus respectivas distancias respecto a lo que entendemos por realismo. La relación entre Javi y Berta, los viajes de esta última en transporte público o las conversaciones que mantiene con su madre conviven en el mismo plano costumbrista que la espigada apariencia que Botet aporta al príncipe lagarto, la afición del personaje de Margot por disfrazarse de reptil, y que despierta no pocos recelos en su profesor de catequesis (Roger Coma) que la considera blasfema. Pero el argumento que se desgrana a través de los diálogos, y momentos como las conversaciones telepáticas (divertidamente bien resueltas) que Javier mantiene primero con una vaca, luego con Berta y finalmente con toda la humanidad, provoca que los elementos más cotidianos de La reina de los lagartos resuenen en los más fantasiosos y viceversa. El resultado es una extraña, pero muy lograda proximidad, sustentada tanto en el aprovechamiento (y extrañamiento) de los escenarios naturales en los que transcurre gran parte del metraje como en un aparato formal que retrotrae al espectador a un instante histórico y vital mucho menos cínico en su aproximación al cine como medio narrador de historias.
Un pasado presuntamente idílico, en el que no se sabe dónde acaba la supuesta virginidad del medio cinematográfico y donde empieza la de la mirada de sus espectadores, pero que en todo caso sitúa al público de La reina de los lagartos en un poco habitual estado de inocencia en el que todo es posible, por creíble. Los efectos visuales de la película que se dirían una deliberada resurrección de trucajes y efectos de montaje propios de épocas cinematográficas anteriores en el tiempo, o la decisión de filmarla en Súper 8, respetando repentinos virajes visuales en sepia o manchas en la imagen inherentes a este formato hoy olvidado, que funcionan como ecos de formas audiovisuales anteriores en el tiempo que sintonizan la mirada del espectador a formas (y tiempos) de ver y gozar el cine presuntamente menos resabiadas. Una apuesta por recuperar la inocencia perdida que, quizás, sea paradójicamente denostada desde la distancia propia del posthumor como un simple esnobismo creativo (o peor aún, como una modernez), cuando en su ausencia esta joya no sería, probablemente, la pequeña gran película que es.
La reina de los lagartos (España, 2019)
Dirección y guion: Burnin’ Percebes (Fernando Martínez y Juan González) / Producción: Fernando Martínez, Juan González y Pedro Hernández Santos/ Fotografía: Fernando Martínez/ Montaje: Fernando Martínez y Juan González/ Música: Sergio Bertrán/ Reparto: Bruna Cusí, Javier Botet, Margot Sánchez, Roger Coma, Miki Esparbé, Iván Lavanda./
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