LA RED SOCIAL
La sátira en una realidad de juguete
«Los final clubs son exclusivos, son divertidos y son el camino hacia una vida mejor»
Unos compases de guitarra marcados por golpes de bombo y caja sobre el logo de Columbia dan paso a la escena en el interior de un bar abarrotado de estudiantes: Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) y Erica Albright (Rooney Mara) charlan mientras toman unas pintas. La conversación es frenética. Ya desde el prólogo puede notarse la mano del guionista Aaron Sorkin (ganador del Oscar al mejor guión adaptado) haciendo de las suyas. Los diálogos ingeniosos, dinámicos, sobrantes de estilo narrativo y acotaciones brillantes, son marca de la casa del experimentado guionista televisivo a quienes muchos prefieren citar como gurú antes que al sobreexpuesto (y más conservador) Robert McKee. Ahí tenéis El juego de Molly (del propio Sorkin, 2017). O el retrato de otro gran hombre de la industria informática, Steve Jobs (Danny Boyle, 2015).
Esta primera escena no es más que una instantánea, un vistazo, la versión lite del joven estudiante que cambiará para siempre el uso de internet y erigirá un imperio multimillonario: habilidades sociales nulas, divagando sobre la valía necesaria para entrar en los añorados final clubs, el estatus, la valía personal, el coeficiente intelectual o las capacidades físicas hasta el punto de exasperar y hacer sentir terriblemente incómoda a su interlocutora. Es ella quien le lanza a la cara una especie de maldición que pesará hasta el final del filme sobre nuestro protagonista: you´re an asshole (eres un gilipollas).
A partir de ahí, la magia del pianista Sorkin no funcionará sola, ya que entra en juego la dirección de Fincher y la pericia en el montaje de Kirk Baxter y Angus Wall. El recorrido del actor es de derecha a izquierda, en dirección opuesta al resto de estudiantes. Los compases musicales son melancólicos pero traen, empujando desde el fondo, unos misteriosos zumbidos y pulsaciones graves: interferencias que son como aullidos, presagios dramáticos que crepitan como un archivo mp3 con errores en su codificado.
La secuencia de créditos es uno de los pocos oasis de una atropellada historia de traiciones y ambiciones que abandonará el registro dramático para convertirse en una verdadera sátira -con una clara vertiente cómica- sobre las élites y el mundo de los negocios, la figura del emprendedor y los grandes capitales volcados en las startups. En esta, Mark Zuckerberg es todavía un estudiante apocado que vuelve a casa tras una ruptura, cuyas capacidades para convertirse en un exitoso triunfador a contracorriente son difíciles de separar de las que le hacen ser un torpe social obsesionado por destacar y un resentido.
Pero La red social también aborda un tema central en la filmografía de Fincher: la de la mente excepcional. Las personalidades extremas, deshumanizadas, ya sea por su inteligencia, ambición, patologías o posiciones que cuestionan el sistema. Esto puede identificarse en muchos de los proyectos en los que Fincher se ha involucrado: la serie House of Cards (2013-2018) descubre la corrupción sistémica de la política desde la visión de un fascinante a la vez que turbio Frank Underwood; Mindhunter (2017-2019) parte del nacimiento de la unidad destinada a la elaboración de perfiles criminológicos y se asoma a la mente criminal, casi como una extensión de su anterior Zodiac (2007), y ambas suponen avances en dirección al realismo con respecto a su primeriza Seven(1995); Perdida(2014), su última incursión como director para la gran pantalla hasta la fecha, pone en evidencia el voluble mundo mediático, los juicios paralelos y la opinión pública, más allá de lo que podamos ir conociendo sobre las disposiciones de su protagonista, otra mente excepcional.
Y por supuesto El club de la lucha (1999), que presenta una mente excepcional por fragmentada. Aunque no lo pueda parecer a simple vista, La red social puede leerse como una lectura paralela de aquella: una parodia afilada como un bifaz sobre élites masculinas, la puesta en evidencia del sistema. Desde la afluencia de grandes capitales a proyectos de desarrolladores casi adolescentes en Silicon Valley hasta el hecho de que grandes ideas capaces de transformar nuestras vidas se conviertan necesariamente en negocios multimillonarios.
«Que empiece el hackeo»
Pasado este oasis melodramático, ese breve trayecto de Mark hasta su residencia durante los créditos, la acción estalla y el montaje se despliega con la belleza matemática de un algoritmo. Se trata de la secuencia, descrita con exactitud en el quinto capítulo del libro de Ben Mezrich, en la que Mark Zuckerberg hackea los sistemas de las distintas residencias de estudiantes de Harvard para hacerse con fotografías de alumnas (solo de alumnas) y montar una página web esa misma noche.
En las majestuosas salas de un selecto club de Harvard, sus miembros uniformados con americanas y corbatas esperan la llegada del «polvo bus» (fuck-truck en el original), literalmente un cargamento de chicas que acudirán a la fiesta. La punta del iceberg de la vida social de la prestigiosa universidad, inaccesible para la mayoría: alcohol, sexo y prestigio. Los chicos atractivos y ambiciosos se reúnen en clubs como el Phoenix y el Porcellian, los demás se recluyen en sus residencias, en habitaciones solitarias y salas de estudio vacías. Mientras Mark teclea líneas de código sosteniendo un dardo de color verde entre los labios, en el club están pinchando música desde un portátil, riendo a carcajadas, sirviendo copas en barras propias de un lujoso casino, fumando y tomando pastillas… pero esa noche al menos tendrán algo nuevo. La secuencia termina en el minuto 12:00. Eduardo Saverin (Sam Garfield) llega a la residencia Kirkland. Mark termina de programar y lanza la web. Perfect timing (muy oportuno).
Facemash, presentaba imágenes de chicas robadas de la red de Harvard por parejas, permitiendo al usuario votar por una de ellas. Un frívolo pasatiempo que satura la conexión y hace saltar las alarmas de la seguridad informática del campus.
Durante toda la secuencia la narración en off, extraída casi literalmente de la novela, sobrevuela un montaje paralelo que, como la sucesión de beats electrónicos del tema in Motion (Trent Reznor y Atticus Ross), alterna la visión de los dos mundos opuestos, o más bien dos estratos que definen la vida universitaria segmentada por la popularidad, la imagen de éxito y la exclusividad. Ese paso por la universidad funciona también como una antesala, una simulación de la vida adulta. Como un diorama, una maqueta a escala que representa un sistema real, más grande y complejo.
«Hay una diferencia entre estar obsesionado y estar motivado»
El personaje de Eisenberg inicia un camino desde las convicciones del hacker libertario: años atrás, había programado un software (Synapse) que sugería listas de reproducción en base a los gustos musicales del usuario, el cual compartió de forma libre y gratuita, rechazando una oferta de compra por parte de Microsoft. Ese mismo curso había creado una web donde se podían consultar las clases a las que se habían matriculado los alumnos (CourseMatch). Luego llevó a cabo la travesura de Facemash. Como anécdota que también recoge la película, Mark crea una web en la que anima a comentar una serie de pinturas: su intención era la de prepararse un examen en base a dichos comentarios y ahorrarse el trabajo de consultar, resumir y estudiar los temas.
El libro que adapta la película, Multimillonarios por accidente, es una novelización de los hechos en base a entrevistas, fuentes diversas y sumarios judiciales. En realidad, no contiene demasiado de lo que predica en su título. No pasa de ser una obra de alrededor de 200 páginas, escritas en un estilo parco y descriptivo, a la que la traducción al español tampoco ayuda demasiado. Hay que reconocer al autor, eso sí, el trabajo de recopilación y acumulación de datos y la tarea de sintetizarlos cronológicamente. No obstante, el gran acierto de Aaron Sorkin con respecto a este material es el de romper su linealidad y utilizar la narración retrospectiva; saltamos de la famosa noche de otoño de 2003 a dos enfrentamientos paralelos, los careos con los demandantes y sus abogados hacia 2005, y de ahí a distintos momentos de esa primera línea temporal que avanza mediante flashbacks. Además, la historia no deja de ser un intercambio de versiones, un juego de múltiples puntos de vista e intereses.
El guionista no duda en ridiculizar en tono de comedia el mundo en miniatura de jóvenes ambiciosos que, sin embargo, consiguen inversiones millonarias. Y en base a ello, se espolvorea la sátira sobre las burbujas tecnológicas y hombres de negocios surgidos de élites como las de Harvard: Eduardo Saverin, cofundador de Facebook, acabará dolido y frustrado como demandante de su mejor amigo. Nunca quedará claro si fue Mark el que filtró la ridícula historia de la gallina, pero no hay duda de que era visualmente muy jugoso situar en el centro del plano (y en primerísimo plano, sobre un agobiado Eduardo fuera de foco), a la gallina (de los huevos de oro) enjaulada.
Ya se han mencionado aquí los exclusivos final clubs, pero además, parece que para abrirse camino en ese mundo hostil y competitivo hace falta ser un poco cabronazo (you´re a asshole), dejar amigos por el camino, o entregarse al coaching visionario de unos mefistofélicos Sean Parker (muy acertado Justin Timberlake), creador de Napster (aplicación pionera del peer to peer), y Peter Thiel, fundador de PayPal.
La representación que construyen Fincher y Sorkin parece actuar como un hechizo que va más allá del morbo por contar la historia de Facebook, haciendo que sus personajes casi lleguen a suplantar a las personas reales a las que interpretan, esos veinteañeros y hombres de negocios que resuelven sus riñas con multas millonarias. El director se vale de suaves movimientos de cámara de ascenso y descenso para contar su historia en scroll, e intercala espectaculares tomas Tilt-Shift (la regata de Henley) que dan a los planos generales el aspecto de una realidad de juguete. Una en la que dos jóvenes se reparten el 70-30 en un callejón sombrío, en la puerta de atrás de una fiesta de temática caribeña.
La red social (The Social Network. EEUU, 2010)
Dirección: David Fincher / Guion: Aaron Sorkin, basada en la novela The Accidental Billionaires de Ben Mezrich / Producción: Dana Brunetti, Ceán Chaffin, Michael De Luca, Scott Ruddin… / Diseño de producción: Donald Graham Burt / Música: Tent Reznor y Arricus Ross / Montaje: Kirk Baxter y Angus Wall / Fotografía: Jeff Cronenweth / Reparto: Jesse Eisenberg, Andrew Garfield, Justin Timberlake, Armie Hammer, Max Minghella, Josh Pence, Joseph Mazzello, Rashida Jones, Brenda Song, Rooney Mara, Malese Jow, Trevor Wright, Dakota Johnson…
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