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LA QUIETUD

Salir del útero

La Quietud - Revista Mutaciones

«Clara pasó su infancia y entró en la juventud dentro de las paredes de su casa, en un mundo de historias asombrosas, de silencios tranquilos, donde el espacio no se marcaba con relojes ni calendarios y donde los objetos tenían vida propia; los aparecidos se sentaban en la mesa y hablaban con los humanos, el pasado y el futuro eran parte de una misma cosa y la realidad del presente era un caleidoscopio de espejos desordenados donde todo podía ocurrir». En La casa de los espíritus, novela de Isabel Allende publicada por primera vez en 1982, la casa donde nace y crece Clara se llama Las Tres Marías, un espacio que refleja la identidad familiar latinoamericana, un útero en el cual los múltiples miembros del clan tienen su espacio contenido y protegido de reunión, y es ahí donde comparten sueños, aventuras, tragedias y polémicas ensalzadas de sangre cálida. Es ahí donde los niños corren por los pasadizos, se revuelcan entre las sábanas, se asustan con las sombras de la noche y guardan en sus memorias los recuerdos más valiosos de su corta historia.

La nueva película del argentino Pablo Trapero, La Quietud (2018), comienza con Mía (Martina Gusmán) entrando a la gran casa solariega en las afueras de Buenos Aires donde vive junto a sus padres. La cámara intrusa de Trapero la sigue y la figura de Gusmán – ya musa de la filmografía del director – abre paso a un laberinto, a corredores colmados de páginas de este álbum familiar. Si en el comienzo del metraje la cámara pareciera colarse detrás del personaje principal, como aprovechando el vuelo de la joven para acceder a esta caja de Pandora, a partir de ese momento ya no habrán espacios cerrados ni para Mía ni para el espectador, quien gozará de todas las libertades para presenciar el desentierro de los cadáveres bastardos que manchan el honor de este clan, monumento de la clase acomodada y terrateniente, y no precisamente hablando de herederos no reconocidos.

La caída del padre, líder y tótem familiar, desencadenará los elementos que le dan a La Quietud su aroma a telenovela, acompañado de melodías tiernas y dulces que marcan el ritmo danzante de esta anécdota convertida en pesadilla. El regreso de la hija predilecta, la crueldad de la madre, la figura del padre inocente y ángel de la guarda de la hija menor, menospreciada por la madre al representar el fruto podrido de una relación destruida por las mentiras y el honor; y la relación de las hermanas, unidas por lazos más poderosos que la sangre. Todos estos elementos se unen y entrecruzan para formar un complejo melodrama, en el cual los hombres son meros títeres que bailan a voluntad del trío formado por Esmeralda, la matriarca encarnada por una genial Graciela Borges, y sus hijas, Mía y Eugenia, cuyo casting funciona espeluznantemente bien gracias a la química y similitud física de Gusmán con Bérénice Bejo. Es así como Trapero demuestra su interés adolescente y atrevido por el universo femenino, y rompe con los esquemas de la figura del útero – presentado simbólicamente en la cama, espacio contenedor dentro de la hacienda familiar, que es ella misma un útero protector del mundo exterior – donde al abrirse los portales, esa protección de órgano materno ya no existe.

La Quietud - Revista Mutaciones

Como Las Tres Marías, La Quietud es un paraíso rodeado de altos muros de honor, trincheras construidas para defender este universo idílico lleno de comodidades, ese cigoto tan valioso, productor de sus propios insumos como bien declara con orgullo la matriarca, al destacar los alimentos provenientes de la huerta familiar como si fuesen frutos de su riguroso honor. Esta mujer que se jacta de lo cosechado, de su familia honorable y de sus hermosas hijas, esconde bien profundo la verdura podrida, representando una generación colmada de poder que se aproxima a sus últimas décadas de vida en Latinoamérica, y que escandalosamente podría irse a la tumba con sus secretos bien guardados. Es ahí donde Trapero encuentra su tesoro, y construye La Quietud llena de reflejos, superficies brillantes que transparentan la otra cara de los personajes, pronta a pasar de reflejo a realidad. Con sus vídeos familiares proyectados en el semblante, Mía intentará hacer frente a esta pesadilla, a este caleidoscopio de espejos que reflejan el lado más oscuro de quienes ella creía amar. Y tendrá que deambular entre el drama y la tragedia, recorrer una y mil veces los pasadizos de su viciosa casa, para descubrir que la mejor forma de escapar de la toxicidad es limpiar ella misma el aire contaminado que respira, y salir de un útero que resulta ser más peligroso que el mundo exterior.

El cine de Pablo Trapero nos demuestra una vez más su compromiso con la historia latinoamericana, con su rigor y con su memoria. Dentro de sus filmes más recientes, si Elefante blanco (2012) mostraba los pequeños héroes que encarnan la bondad y la lucha en los barrios populares, con ánimos de rescatarlos para la memoria; El clan (2015) y La Quietud son retratos de familias desahuciadas de maldad que también es fundamental no olvidar, de hijos herederos de montañas imposibles de escalar, de pesados baúles que quedan varados en una época distinta, en elecciones del pasado que pesan aún más en el presente. Si El clan mostraba a individuos sin escrúpulos durante su era dorada de crimen, La Quietud retrata algo más escalofriante: los malhechores impunes, escondidos, pasando sus últimos días en paraísos atrincherados, protegidos por una placenta difícil de romper. Si el honor y tradición familiar de La casa de los espíritus marca el comienzo de la película, el final entrega una bocanada de frescura contemporánea, una ráfaga de nuevos aires para Latinoamérica, donde los herederos del horror podrán renacer de las cenizas del pasado, y no sucumbir ante su fuego destructor, tal como le ocurre a Alejandro, hijo mayor de la familia Puccio en El clan, o a la mismísima Clara de La casa de los espíritus, destrozada por las desgracias de su corta vida. Es así como el abandono del útero protector – pero a la vez cegador – resulta una moraleja positiva, tanto así que permite considerar el útero propio, ese lejano a la herencia del pasado, ese otro cargado de nuevos aires, inocentes y dispuestos a vivir, y darle una oportunidad mirando hacia el futuro.

La Quietud - Revista Mutaciones


La Quietud (Argentina, 2018)

Dirección: Pablo Trapero Guion: Alberto Rojas Apel y Pablo Trapero Producción: Axel Kutzchevasky y Pablo Trapero para Matanza Cine y Telefe / Fotografía: Diego Dussuel / Montaje: Alejandro Brodersohn y Pablo Trapero / Diseño de producción: Luz Tarantini / Reparto: Martina Gusmán, Bérénice Bejo, Graciela Borges, Edgar Ramírez, Joaquín Furriel, Isidoro Tolcachir

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