LA PALETA CROMÁTICA Y PSICOLÓGICA DE PTA
Realidad y fantasía convergen a través del color
La evolución de la filmografía de Paul Thomas Anderson es bien visible, sobre todo en lo referente a lo temático. Tras la metacinematográfica Embriagado de amor (2002), sus tres siguientes cintas nos han trasladado a la locura psicológica de unos personajes que encarnan los males de los cimientos de la sociedad estadounidense del siglo XX. No obstante, mientras que sus películas giran en arcos temáticos tan ambiciosos como acertados, cabe destacar que el manejo audiovisual de las herramientas cinematográficas del cineasta norteamericano nos ha dejado de fascinarnos desde sus inicios. Porque pocos directores tienen un conjunto tan compacto de obras maestras, donde ni una sola de sus películas no nos conmueva con el poder evocador de unas imágenes casi imposibles.
En su trabajo más reciente, El hilo invisible, ha logrado de nuevo el milagro al encargarse él mismo de la dirección de fotografía. Sus escenas en exteriores, sobre todo en los primeros compases del filme, donde se viven los primeros retazos de un romance perverso, componen un fresco visual abstracto y colorido. Un color que nos recuerda al imposible logrado por Néstor Almendros en Días del cielo (Terrence Malick, 1978), y que impregna atmosféricamente el delirio emocional que se nos viene encima. La joven protagonista siente con incertidumbre el destino que le depara, y lo mostrado en pantalla envuelve estos sentimientos en lo intangible, en una realidad que se muestra de forma abstracta ante nuestros ojos, pero que sin embargo desaparece de nuestro alcance físico, y casi también mental.
De nuevo es el color, el cual se origina en la pantalla en tanto que a composición pictórica, un indicador muy claro tanto del carácter de los protagonistas como del espacio en el que se mueven dentro del relato. Un elemento de confusión que ya ha sido utilizado en otras ocasiones por el cineasta. Un recurso esencial y repleto de coherencia que podemos disfrutar en la ya mencionada Embriagado de amor. Y es que este, su cuarto largometraje, supuso la revolución interna del propio director en cuanto a su cine, creando una comedia romántica que bebe de las bases del propio género para enfrentarle ante él mismo y rebatirlo con fiereza. Los acordes disonantes y la iluminación artificial de interiores (grises feos, que metaforizan el rol de familia convencional y el empleo) son liberados a través de la paleta cromática. En esta ocasión el contraste es al revés, el monocorde grisáceo se vive en el espacio, mientras que en las huidas hacia adelante y en las propias carnes de los personajes alcanzamos esta distorsión visual. La ropa de ambos protagonistas, el más que ridículo traje azul de Barry, y el vestido rojo de esa mujer que revoluciona su vida, se iluminan y flotan en la oscuridad como si de un cuadro de Mark Rothko se tratase. Irónicamente, Reynolds y Alma, en el El hilo invisible, pese a vestir las prendas más lujosas, no consiguen abstraerse de un entorno opresor y enfermizo.
Paul Thomas Anderson brinda su paleta cromática en la imagen en pos del estado psicológico de sus personajes. Se antoja esta característica lejos del capricho estético, integrando con sigilo cada color dentro del desarrollo vital de sus personajes. Como si de un tratado como De lo espiritual en el arte de Vassily Kandinsy se tratara. En su penúltimo filme, Puro vicio (2015), el constante ritmo de vida de Doc Sportello nos introduce en una orgía pop de lo más desenfrenada. Y mientras que en Embriagado de amor el flujo abstracto del color contagia las escenas provocado por las acciones que los personajes llevan a cabo, en Puro vicio este movimiento continuo es perpetuo gracias al estado alucinógeno sobre el que se sustenta el personaje de la novela de Thomas Pynchon. En la primera es la distorsión colorista la que introduce la irrealidad, en la segunda la alucinación y la realidad fluyen en el mismo hilo, en muchas ocasiones resultando indistinguibles. Tanto Barry como Doc se pierden en lo fantasioso, en la segunda capa que reviste la filmografía de Paul Thomas Anderson desde 2002. Del mismo modo viven en el límite de la realidad Daniel Plainview en la segunda mitad de Pozos de ambición (2007), Freddie Quell en The Master (2012) -donde aquí la abstracción visual se respira desde el azul del mar y el tono árido del desierto- y Reynolds en su enfermedad en El hilo invisible.
Diferentes maneras de abordar la distorsión de la personalidad, los límites de la locura, el comportamiento individual tanto con los demás como con la sociedad en general. Paul Thomas Anderson demuestra mano firme al servirse de la paleta cromática con tal de crear formas abstractas que se correspondan con la psicología de los personajes que confecciona.
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