LA HIJA OSCURA
La madre oscura
Entre planos de cuerpos fragmentados se mueve la cámara de Maggie Gyllenhaal para construir pieza a pieza la memoria de Leda (Olivia Colman) en La hija oscura, adaptación del bestseller de Elena Ferrante. Leda es una profesora de universidad cerca de alcanzar los 50 años que toma unas vacaciones en la costa griega. Allí pasa sus días bañándose, comiendo helado y corrigiendo trabajos, en una especie de retiro idílico junto al mar. Pero la tranquilidad que cree haber encontrado en esa playa remota pronto se ve interrumpida por la llegada de una bulliciosa familia americana entre cuyos miembros resalta Nina (Dakota Johnson), una hermosa joven que inmediatamente captura la atención de Leda. La profesora se dedica a observar desde la distancia cómo juega con su hija Elena y una muñeca de la que ésta no se separa. En ese momento, con la mirada puesta sobre madre e hija, aparecen las primeras imágenes de una Leda joven (Jessie Buckley) con sus dos hijas pequeñas en la playa, pelando una naranja en forma de serpiente.
Esta secuencia es el punto de partida para establecer el principal mecanismo alrededor del cual se construirá el resto de La hija oscura: los flashbacks. Una herramienta que, a través de saltos temporales, permite alternar la trama presente con los recuerdos del pasado -estableciendo paralelos entre uno y otro- y plantear un viaje hacia el interior de Leda. Son escenas que retratan a su yo de más de veinte años atrás: pensamientos intrusivos, cada vez más claros y, por tanto, cada vez más desestabilizantes. Así, recurriendo a la analepsis, Gyllenhaal logra imitar el funcionamiento de la memoria humana, desplegando una reconstrucción progresiva de los recuerdos: aparecen al principio como meros destellos, fragmentos breves de un momento preciso que dejan la sensación de que nos encontramos ante un puzle incompleto. Esto se logra a través de un montaje rápido y el uso de primerísimos primeros planos que imposibilitan tener una imagen de los cuerpos enteros (o de los escenarios en los que estos se encuentran). Pero, poco a poco, estos recuerdos se van haciendo más largos y nítidos por culpa de ese objeto que le arranca sentimientos profundos a Leda: la muñeca con la que Elena juega en la arena. Un objeto aparentemente insignificante que, no obstante, se convertirá en el elemento central de la trama alrededor del cual se articula el conflicto del filme: el de Leda con Nina, pero también -y sobre todo- el de Leda consigo misma.
Nina, Elena y su muñeca abren en Leda una herida que aún no ha terminado de sanar y que empieza a sangrar inesperadamente -tanto en sentido literal como figurativo-. Día tras día, Leda observa a esa joven madre con atención. La mira con nostalgia, como un reflejo de aquellos tiempos en los que ella ocupaba su lugar. Y, por esta misma razón, la mira también con compasión (o incluso, podría decirse, con lástima), consciente de que detrás de esa madre feliz y amorosa se esconde una que sufre en silencio, que siente que ha perdido su libertad y que a veces desearía dejar todo sin mirar atrás. Aquí se encuentra el discurso clave de La hija oscura: un retrato antinormativo de la maternidad, que hasta hace muy poco no tenía cabida en muchos relatos, fueran estos literarios o cinematográficos. El debut de Gyllenhaal es valiente, y esto se refleja tanto en la sensibilidad con la que retrata estos temas como en la potencia que le otorga a los mismos a través de las imágenes, optando por dejarlas hablar en lugar de narrar detalladamente lo que encuentra en la fuente original. Esto da lugar a un filme con muchos más símbolos que el libro y, gracias a eso, más poderoso en su discurso.
La imagen de Leda pelando la naranja en forma de serpiente aparece en pantalla más de una vez, completando el recuerdo lentamente hasta que logramos verlo con claridad. Tampoco es casualidad que cuando Leda llega a su piso de alquiler por las vacaciones hay una cesta de frutas, de la que toma una naranja sólo para descubrir que está podrida. Porque ese recuerdo es -como muchos- bello y doloroso a partes iguales, y alude al conflicto interno al que se vio enfrentada la protagonista al ser madre todos esos años atrás. Una madre que amaba profundamente a sus hijas y que a la vez sentía que la vida con ellas no era suficiente.
“Odio hablar con mis hijas por teléfono”, dice Leda en uno de los flashbacks. Una frase que parece inofensiva pero que supone un juicio por parte de cualquier persona que la escuche, quien no tardaría más de dos segundos en catalogarla como una “mala madre”. Y Leda es, en muchos sentidos, una “mala madre” ante los ojos de la sociedad. Una madre oscura: imperfecta, egoísta, o como ella misma lo dice, “desnaturalizada”. Porque pensar que el amor a sí misma pueda ser más grande que el amor a sus hijas es algo tan insólito que no logramos ver la belleza que hay en reconocer que no por ser madre se deja de ser mujer.
La hija oscura (The Lost Daughter, EEUU, 2021)
Dirección: Maggie Gyllenhaal / Guion: Maggie Gyllenhaal. Novela: Elena Ferrante / Producción: Coproducción Estados Unidos-Reino Unido-Israel; Endeavor Content, Faliro House, Pie Films, Samuel Marshall Productions / Fotografía: Hélène Louvart / Montaje: Affonso Gonçalves / Música: Dickon Hinchliffe / Reparto: Olivia Colman, Jessie Buckley, Ed Harris, Dakota Johnson, Peter Sarsgaard, Paul Mescal, Oliver Jackson-Cohen, Dagmara Dominczyk, Alba Rohrwacher
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