EN CONTRA: LA GUERRA DEL PLANETA DE LOS SIMIOS
Más humanos
Una de las cosas más interesantes en estas tres películas del origen del planeta de los simios ha sido observar cómo las criaturas creadas por motion capture han ido reemplazando a los humanos, así como la progresiva sofisticación de un modelo de blockbuster que aspira a eliminar el error humano. Porque, a todos los niveles, la trilogía da lo que promete: un relato épico de cómo el mundo de los hombres comenzó a convertirse en el planeta de los simios que visitara el Coronel George Taylor, interpretado por Charlton Heston, en el clásico de 1968. Pero los tiempos han cambiado desde lo que era una distopía y ahora los simios son los verdaderos protagonistas y es más fácil identificarse con ellos que con un nuevo coronel (Woody Harrelson) como recién salido de la Asociación Nacional del Rifle. En cierto modo, los híbridos creados por captura de movimiento -mitad monos y digitales, mitad humanos- parecen la evolución de la humanidad. Desde luego, aquí son más “humanos” que los humanos, y que Charlton Heston.
La tecnología digital en La guerra del planeta de los simios deja de ser el centro del espectáculo para convertirse en su fundamento dramático: el medio, no un fin en sí mismo. Es probable que nunca hayan visto un blockbuster de estas características con tantos primeros planos y psicología en los personajes no humanos. Ni con tanto drama (no se asusten, el tono está meticulosamente controlado y sortea tanto el sentimentalismo como la pomposidad). De hecho, con las convenientes adaptaciones a la sensibilidad contemporánea, la película está planificada como un producto del Hollywood clásico, cuando aún reinaba el “guión de hierro”. La imagen prima sobre los diálogos -la mayoría de los simios se comunican por gestos, como si procedieran del cine mudo-; la narración se desplaza de los códigos del bélico a los del western y, de allí, a los del filme de evasiones y el cine épico del éxodo bíblico; y abundan las referencias explícitas a los títulos más emblemáticos de cada género. De manera que, a través de la asimilación de la tecnología y la sustitución de actores humanos por los simios híbridos del motion capture, la película se apropia del pasado de Hollywood para erigirse en su evolución natural. Y funciona.
Lo que está en juego entonces en La guerra del planeta de los simios, y hay tantas guerras como niveles de lectura -el interés individual vs el sacrificio por la comunidad, la venganza vs el perdón, dos modelos de convivencia con “el otro”, las interpretaciones humanas vs por captura de movimiento, etc.-, por lo que se lucha, digo, es nada menos que el futuro de la humanidad. Esta vez la fórmula es algo más que un cliché argumental, y nadie dice que la humanidad camine a dos piernas. (Hay un arco argumental secundario, a modo de juicio, muy bien diseñado y que ilustra la idea a la perfección: el Coronel y villano de la función tiene por escoltas a un humano cobarde del que sabemos, por sus gestos y la planificación, que le horroriza la locura de su líder, y a un simio traidor que sólo piensa en sí mismo y su supervivencia. Uno de los dos, es evidente, acabará salvando a César y redimiéndose. ¿Cuál de los dos sentirá antes la llamada de la compasión y “la humanidad”?).
¿El campo de batalla? El rostro de César, el líder de los simios creado por Andy Serkis y los animadores. En un momento el Coronel admira en él unos “ojos casi humanos”. ¿Pero hasta qué punto es humana una criatura como César, mitad mono-digital, mitad humano? ¿Puede ese casi ser superado por la tecnología? Ahora deberíamos ponernos espléndidos y reflexionar sobre qué demonios es eso de “humanidad”, pero las certezas de la psicología de laboratorio y la autoayuda mandan en los nuevos blockbusters y podemos reducirlo todo a una cuestión emocional: se es humano por sentir las seis emociones universales: alegría, tristeza, ira, miedo, asco y sorpresa. Y el rostro de César parece un remake de Inside Out (Pixar, 2015). Por él desfilan, como en un catálogo, una a una las emociones. Los abundantes primeros planos y la trama de culpa, sacrificio, orgullo y redención son la pasarela perfecta para el desfile.
Sin embargo, como en el viejo Hollywood, la acción es dueña y soberana de todo. Cada elemento de una película tan perfecta y calculada como La guerra del planeta de los simios apuntala la trama y cada peripecia de ésta y cada referencia (a la construcción de las pirámides, al Holocausto, al muro de Donald Trump…) apuntalan el discurso de las certezas y lo políticamente correcto y sin ambigüedades que ha recomendado un estudio de mercado. Así, la función estética de, por ejemplo, el muro que los militares mandan construir a los simios es meramente icónica: activa una serie de referencias afectivas y sin rendimiento intelectual que dividen el mundo en blanco y negro, sin indagar en sus sombras; curioso en un film que se pretende una reivindicación del “otro”.
La verdadera evolución se produce cuando la tecnología permite un control más minucioso de todos estos aspectos y eliminar el error humano. De manera que en las emociones de César no hay nada propio, ningún afecto o gesto que se desvíe de la función narrativa que alguien decidió en la mesa de producción. No hay sensor lo suficientemente sofisticado para capturar la constelación de pequeños e incontrolables movimientos del rostro y del cuerpo. Aquella que traiciona al actor, al guión y a los productores y evidencia que dos actores se enamoraron durante el rodaje, que uno padece una enfermedad o que algo verdadero le está sucediendo mientras finge ser otro frente a las cámaras. Aquellos movimientos que se desarrollan lentamente en el tiempo y a lo largo del cuerpo y que son los verdaderos afectos. Aquello más allá de las emociones y la “humanidad” que nos convierte en humanos de carne y hueso. Cada uno, diferente.
Lo más inquietante tras ver quién está ganando La guerra del planeta de los simios es pensar que gracias a la tecnología pueda remplazarse a los humanos, con sus afectos y errores, por réplicas que cumplan todos los rasgos y consuman todas las nobles e inequívocas emociones que alguien decidió, en su laboratorio o en su mesa de producción, que definen a la humanidad. O, peor, que podamos echar de menos a Charlton Heston.
Alberto Hernando
La guerra del planeta de los simios (War for the Planet of the Apes, EEUU)
Dirección: Matt Reeves / Guión: Mark Bomback, Matt Reeves / Producción: Peter Chernin, Dylan Clark, Rick Jaffa, Amanda Silver / Música: Michael Giacchino / Fotografía: Michael Seresin / Montaje: William Hoy, Stan Salfas / Diseño de producción: James Chinlund / Reparto: Andy Serkis, Woody Harrelson, Steve Zahn, Karin Konoval, Amiah Miller, Michael Adamthwaite Judy Greer, Gabriel Chavarria, Max Lloyd-Jones, Terry Notary, Sara Canning, Ty Olsson, Devyn Dalton