EstrenosMayo del 68: 50 aniversario

LA FÁBRICA DE NADA

La fábrica de una nueva fábrica

¿Cómo hacer un cine obrero? ¿Cómo conservar la coherencia entre fondo, forma y producción en una película? Viejas preguntas formuladas radicalmente en Mayo del 68 y que vuelven a resonar, 50 años después, en La fábrica de nada para afrontar la crisis económica actual desde Portugal. Firmada por el colectivo Terratreme, con la duración de una epopeya, rasgos propios del documental, el ensayo, las entrevistas, el neorrealismo y el musical, La fábrica de nada (de la que ya hablamos brevemente en la cobertura de Márgenes 2017) responde en una búsqueda constante de formas que da cabida a todo, explora los vacíos y recoge voces distintas. Esta crítica trata de matizar ese “todo”.

Una imagen enmarca la película: el desmantelamiento irrevocable de una nave industrial. A la primera aparición le sigue el funcionamiento tan físico y palpable de una fábrica en activo cuando es filmada en fotoquímico (16 mm), pero las imágenes tienen ya el estatuto de lo que se ha perdido. Los propietarios la están desmantelando en secreto para deslocalizar la producción. Lo que queda son las ruinas de una fábrica que ha sido detenida. El vacío, el silencio, la nada… y unos trabajadores que se enfrentan a esa nada y, poco a poco, comienzan a rehabitarla con música y juegos. Deciden resistir, se declaran en huelga y okupan la fábrica. La fábrica de nada trata de comprender esta situación y muestra los problemas de confianza, organización y autogestión que deben enfrentar los trabajadores, pero también filma la esperanza. Cuando cerca del final se retoman las imágenes del desmantelamiento de la nave, que sigue su curso, una canción se superpone a los ruidos de la maquinaria de demolición. A la fábrica recién okupada le ha surgido un pedido. Lo que sigue es la primera asamblea para autogestionarse y satisfacer el pedido y la posibilidad de que la fábrica de nada devenga en fábrica de otra fábrica posible.

La fábrica de nada

En la escena más expositiva de la película, un politólogo que ha mostrado su interés por la lucha de los trabajadores cena con sus amigos y discuten sobre capitalismo, okupación y autogestión. El politólogo le sirve al colectivo a modo de alter ego desde el que interrogar su propia intervención y sus intereses al “poner en escena” a los trabajadores de la fábrica como lección y alternativa a la deprimida izquierda europea. La autogestión no es lo suficiente radical -defiende uno en la cena-, sigue respondiendo a las dinámicas del mercado y al fetichismo de la mercancía. Hablan de la asombrosa capacidad del capitalismo para adaptarse a los cambios, de ecologismo, de la igualdad de género y de cómo lo único que no puede resolver el capitalismo es la propia lucha de clases. Si casos como el de esta fábrica se extienden, los trabajadores se convierten en sus propios jefes y redistribuyen sus beneficios -opina otro-, los trabajadores enfrentarían las propias contradicciones del sistema y podrían abrirse horizontes nuevos e interesantes. El politólogo interviene en ocasiones, pero sobre todo escucha y la cámara le filma en un primer plano que muestra cómo reflexiona y duda. Porque en La fábrica de la nada hay una reflexión constante y una apuesta certera por la autogestión, pero ningún dogma. El realizador Pedro Pinho (que no autor, recuerden que la película la firma el colectivo) no dramatiza la discusión como un debate, sino que filma los diferentes rostros en posición de escucha atenta o presentando sus creencias y, en el punto más hermoso de la escena, capta una sonrisa cálida y espontánea.

En Terratreme conocen el valor testimonial de un primer plano o la impronta del rostro auténtico de un actor no profesional, y aquí varios fueron seleccionados por su pasado obrero, rostros filmados con absoluta dignidad durante las asambleas improvisadas y las conversaciones distendidas. Lo político es filmado aquí con la cercanía y el cuidado de lo íntimo, y lo íntimo con la certeza de que también es político. Al comienzo de la película la lucha política irrumpe a través de una llamada telefónica en casa de Vargas, el protagonista, mientras está haciendo el amor con su mujer. Es una hermosa escena donde Pinho demuestra su sensibilidad para transmitir sensaciones y texturas, sea trabajando con los cuerpos o con las máquinas; le basta tener algo real frente a la cámara. Vargas vive con su novia inmigrante, sus pecas y su hijo; y aunque se irán distanciando no es posible establecer una relación directa con los problemas en el trabajo.

La fábrica de nada

Los cuerpos, las fábricas, los espacios y las texturas son mucho más elocuentes que cualquier dispositivo discursivo o dramático. Cuando el padre de Vargas enseña al niño cómo preparar y desollar un conejo, en lo que se centra es en sus manos; cuando Vargas lo recoge del colegio y le lleva a pescar, lo importante es el ritmo reposado, la charla intrascendente, la actividad que padre e hijo comparten ante la decadente costa industrializada de Lisboa. En otros momentos de tránsito se leen en off fragmentos de textos del colectivo Comité Invisible. En uno de ellos se caracteriza esta crisis como una crisis permanente y unilateral, un estado de excepción perpetúo que legitima la suspensión indefinida de los derechos del trabajador. La voz suena mientras el politólogo se dirige hacia la fábrica, pero la cámara se recrea en la periferia de la ciudad de Lisboa, las naves abandonadas, las fábricas ruinosas, las vías vacías, las casas desvencijadas. Un mundo desmantelado.

Aunque La fábrica de nada es una indagación política, lo importante en la puesta en escena es aquella realidad que se puede ver, sentir y tocar, y que está sufriendo las consecuencias de la crisis y la desindustrialización de las ciudades europeas. Tal vez por eso lo único que no tiene cabida en la película son las nuevas tecnologías. La única vez que aparece algún indicio del mundo digital en que vivimos es cuando uno de los empresarios saca el móvil para grabar a los trabajadores que les han impedido acceder a “su” fábrica y Vargas, enfurecido, le arrebata el teléfono y lo rompe contra el suelo. Tal vez estemos frente a un retrato de lo que está siendo desmantelado, aquella realidad que sólo podía ser filmada en fotoquímico, de las consecuencias humanas de esa pérdida que no queremos ver, y de cómo puede resistir, antes  que frente a una reflexión completa del presente. Con todo, es una reflexión necesaria y preñada de futuro.

La fábrica de nada


La fábrica de nada (A fábrica de nada; Portugal, 2017)

Una película de: Colectivo Terratreme / Realización: Pedro PinhoGuión: Tiago Hespanha, Luisa Homem, Leonor Noivo, Pedro Pinho (Idea: Jorge Silva Melo) Producción: Tiago Hespanha, Luisa Homem, João Matos, Susana Nobre, Leonor Noivo y Pedro Pinho para Terratreme FilmesFotografía: Vasco Viana / Edición: José Edgar Feldman, Luisa Homem y Cláudia Rita Oliveira / Reparto: Carla Galvão, Dinis Gomes, Américo Silva, José Smith Vargas

 

 

3 comentarios en «LA FÁBRICA DE NADA»

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