LA CHICA QUE SALTABA A TRAVÉS DEL TIEMPO (II)
Nubes blancas y paseos en bici
Cuando leemos la premisa sobre la que parte La chica que saltaba a través del tiempo, es inevitable pensar que el relato al que vamos a atender estará supeditado a este concepto –ya algo repetitivo- del “time loop” o los viajes en el tiempo, donde se alcanza una lección de vida esencial tras una serie de acciones de causa-efecto acumulativas. A pesar de que la obra de Mamoru Hosoda no es extraña a estas cuestiones, no centra su historia en torno a este fenómeno, sino que lo relega a un segundo plano y lo convierte en una excusa para narrar un sencillo y tierno slice of life.
Makoto (Riisa Naka), la joven protagonista de esta película, es torpe, olvidadiza y disfruta juntándose únicamente con sus dos amigos Chiaki (Takuya Ishida) y Kosuke (Mitsutaka Itakura) para entrenar al béisbol. Posee ese encanto ingenuo y juvenil (o infantil) con el que, cuando descubre que tiene la capacidad de viajar atrás en el tiempo, se divierte obteniendo pequeñas victorias como comerse antes que su hermana pequeña el último flan de la nevera o cantar una y otra vez su canción favorita en un karaoke. Sin prestar demasiada atención a sus actos, Makoto juega a reescribir su cotidianidad, reparando algunos de sus descuidos mientras se entretiene en con esta nueva posición omnipotente. Hosoda nos muestra a la joven protagonista en esa pequeña rutina dispuesta a partir de unos mismos espacios, siempre reinados por esas grandes nubes blancas que se desplazan y expanden en el cielo (casi como lo hace Makoto saltando a través del tiempo) y que forman ya parte del imaginario de sus películas. Esas mismas nubes que cubren unos cielos azules donde se respira la llegada del verano, sugieren también el cambio que experimenta la protagonista a lo largo de la obra, formándose a medida que pasa (o no) el tiempo.
Como ocurre en Mirai, mi hermana pequeña (2018) los paisajes, tanto los urbanos como aquellos más rurales y el entorno de los personajes prevalecen ante la dimensión tecnológica del reverso temporal, espacio que toma una mayor magnitud en obras como Summer Wars (2009) o, muy probablemente, en la próxima Belle (2021) y que desvirtúa la narración hacia universos más enrevesados y, en definitiva, insustanciales (simple pretexto para impulsar una trama cuyo interés descansa en la humanidad y no en espacios virtuales comúnmente confusos). La chica que saltaba a través del tiempo se interesa por aspectos más mundanos, aquellos que engrandecen a las películas de Hosoda -como en la maravillosa Los niños lobo (2012)- y que definen también el estilo de su animación, sobre todo en el diseño de sus personajes. Otra de las virtudes que humanizan el relato imposible del viaje espacio-temporal que presenta la película es el paralelismo que introduce Hosoda en relación a la reconstrucción del pasado mediante el personaje de la tía de Makoto (restauradora de obras pictóricas). Se establece un vínculo entre la obra de arte y los episodios de una vida, reparados y reorganizados bajo el cuidado y las consecuencias de cada pincelada/acto.
La chica que saltaba a través del tiempo constituye el primer largometraje original de Hosoda, fijando el punto de partida de uno de los directores más reconocidos y populares de la animación japonesa contemporánea. Además, sienta unas bases, tanto narrativas como formales, sobre las que descansarán sus posteriores películas. En este caso, más allá del revestimiento espacio-temporal y amoroso que viste a La chica que saltaba a través del tiempo, serán las sutilezas de sus personajes y su experiencias (concentradas en unos escasos días en los que transcurre el relato) lo que verdaderamente enriquecerá a la película.
La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o Kakeru Shôjo, Japón, 2006)
Dirección: Mamoru Hosoda / Guion: Satoko Okudera / Producción: Madhouse / Fotografía: Yoshihiro Tomita / Música: Kiyoshi Yoshida / Reparto: Riisa Naka, Takuya Ishida, Mitsutaka Itakura, Ayami Kakiuchi