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LA CASA LOBO

Dibujar en las paredes

La casa lobo, de Joaquín Cociña y Cristóbal León

Un plano secuencia que parece infinito nos obliga a adentrarnos en una casa cuyas paredes se resquebrajan, mutilando las formas y dibujando imágenes perturbadoras. La casa lobo, historia que lleva la animación a territorios insospechados, se presenta como un sueño vívido que roza la fantasía clásica de los cuentos pero que emerge como una pesadilla muy retorcida. Aunque en ella aparezcan una serie de iconos infantiles como la casita en el bosque, el lobo feroz, los cerditos, el espejo mágico y unos niños perdidos, el film está lejos de parecerse a cualquier historia con finales felices y perdices en la cena. Habría que buscar más allá de la madriguera del conejo y encontrar que María, la protagonista, a diferencia de Alicia, está viviendo algo tan crítico como real.  La casa lobo, de Joaquín Cociña y Cristóbal León

La casa lobo reconstruye el pasado nazi de Chile, aunque cueste creerlo a simple vista —de hecho, hay muy poca simbología que haga referencia a ello; concretamente una esvástica que aparece brevemente al dibujarse una ventana en la pared y una mano alzada que nace de una rosa—. Mediante una narradora que divaga entre un español con acento alemán y el idioma del Tercer Reich, unas imágenes de archivo muestran el espacio donde Paul Schäfer, un exmilitar nazi, cometió una serie de atrocidades como fundador de la secta Colonia Dignidad. Pero esto solo funciona como introducción a la pesadilla, no hay una relación documental entre el tema de la secta y lo que viene después. Sólo se sabe que al principio María huye de un lugar “utópico” y se esconde de “el Lobo” en la casa donde todo se torna hermetismo e intrincado laberinto. La animación stop-motion, desgarradora y siempre mutante, se encargará de llevarla por sus innumerables habitaciones hasta desvelar una horrible tragedia. Los personajes protagonistas, viles y retorcidos, aberrantes alteraciones de los de Perrault o los hermanos Grimm, se encuentran encerrados entre los muros infranqueables de la memoria, atados literalmente a las paredes de un lugar aterrador, cuna de una historia que parece tan confusa como expresiva. En una serie de escenarios reales concentrados entre los muros de una casa (no se usa la maquetación típica del stop-motion) Cociña y León filman cada nuevo dibujo sin borrar antes el que lo precede, dejando visibles los “ecos” y las huellas que configuran el proceso de creación.  Sería conveniente establecer un paralelismo con otras obras que utilizan la animación de la forma en que La casa lobo lo hace, como la del artista plástico y cineasta Blu o las obras más macabras y surrealistas de Jan Svankmajer —quién adaptó Alicia en el país de las maravillas en 1988—. ¿O quizá sería mejor orientarse hacia terrenos más experimentales y de terror social como los cortometrajes de Allison Schulnik?

La casa lobo, de Joaquín Cociña y Cristóbal León

Tanto la dinámica de la animación como la del dispositivo cinematográfico responden al deseo de mostrar unos hechos en forma de relato infantil a la inversa, optando por una forma resquebrajada, amontonada y exquisitamente manchada que reverbera en su propia esencia marginal. Representar lo irrepresentable es posible gracias a la pintura, los muñecos de trapo y el papel maché. Las torturas, el hambre, el miedo, el dolor, los abusos infantiles y la esclavitud se abren como una herida incurable consiguiendo crear un mundo que es un eco del nuestro, hecho para anular cualquier tipo de escape.


La casa lobo (Chile, Alemania, 2019)

Dirección: Joaquín Cociña y Cristóbal León / Guion: Joaquín Cociña, Cristóbal León, Alejandra Moffat / Producción: Catalina Vergara, Niles Atallah, Diluvio, Globo rojo films / Fotografía: Joaquín Cociña, Cristóbal León / Dirección de arte: Natalia Geisse, Joaquín Cociña, Cristóbal León / Diseño de sonido: Claudio Vargas /  Diseño de producción: Caros Vasquez, Niles Atallah, Cristóbal León / Reparto: Amalia Kassal, Rainer Krause

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