LA CASA GUCCI
Family business
En 2018 se estrenaba la miniserie El asesinato de Gianni Versace perteneciente a la saga American Crime Story que narra la muerte del diseñador italiano a manos de uno de sus admiradores atendiendo a la historia personal del asesino. Ahora Ridley Scott deja en La casa Gucci (2021) una película de parecida temática: moda, diseñador mundialmente famoso, vínculos familiares podridos, y muerte violenta. La miniserie se centraba en el periplo del asesino y su desarrollo emocional, que lo lleva a incubar una obsesión enfermiza por el personaje admirado (Versace) hasta desembocar en el asesinato. En la película de Scott se pone el foco en las intrigas familiares para llegar al mismo resultado. Resulta curioso que tanto Gucci como Versace fueran asesinados en similares circunstancias aunque las motivaciones para sus respectivos crímenes fuesen tan diferentes. Resulta también curioso que en cuestión de tres años estos hechos hayan tenido su traslación en imágenes: uno en forma seriada, el otro como lanzamiento mainstream. Resulta todavía más curioso lo atractivo (como recurso fílmico) de las causas que concluyeron con la muerte violenta de los famosos diseñadores. Sin embargo, a pesar de lo poderoso de los materiales manejados, éstos se debilitan considerablemente en su tratamiento como ficción televisiva o como obra cinematográfica.
Colocando el foco en la película de Ridley Scott, La casa Gucci pone de relieve las intrigas que concluyeron con el asesinato de Maurizio Gucci a cargo de un sicario comprado por su ex esposa. Argumento que podría haber dado lugar a un generoso culebrón pero que, en este caso, se queda en un retrato impersonal y desvaído de unas relaciones familiares establecidas sobre los siempre explosivos intereses económicos. A pesar de que Scott ya ha dado buena muestra de su pulso cinematográfico contando historias de relaciones personales complejas situadas en el ojo del huracán de un universo de violencias (Thelma & Louise, 1991; American Gangster, 2007), en este caso su habilidad narrativa se difumina en un planteamiento monótono y convencional, de escaso interés, incluso para su propio director, que deja discurrir la historia delante de una cámara impersonal y sin imaginación, y permitiendo a sus protagonistas todo tipo de excesos actorales para dar cierto aire de comedia a algunas de sus secuencias, añadiendo, de esta manera, aún más confusión a todo el planteamiento de la película. Salvo Adam Driver, que intenta conducir con serenidad y contención a su personaje, y Jeremy Irons, que se mantiene a duras penas a flote en esta orgia gestual, el resto del reparto parece entregado a un constante exceso interpretativo en el que, es necesario reconocerlo, se pueden atisbar destellos de genialidad.
Ni siquiera el artefacto operístico se deja ver en esta serie de traiciones de una familia rica porque los excesos sólo caricaturizan a los personajes, no a las situaciones dramáticas ni al planteamiento narrativo que discurre monocorde y gris durante sus excesivos ciento cincuenta minutos de metraje, a pesar de contar con Verdi, Puccini o Mozart en la banda sonora. A la película le falta la épica de El padrino (1972) que podría haberle dado un Coppola o el vibrato de Uno de los nuestros (1990) que Scorsese le habría insuflado.
La casa Gucci se deja discurrir por los cauces estancados de un planteamiento formal insípido, y acaba por distanciar al espectador de la más que interesante peripecia vital de una familia que debería haberse puesto ante el objetivo de una cámara mucho más vitalista.
La casa Gucci (House of Gucci. Estados Unidos, 2021)
Dirección: Ridley Scott / Guion: Roberto Bentivegna, Becky Johnson. Basado en el libro de Sara Gay Forden / Producción: Ridley Scott, Giannina Facio, Kevin J. Walsh, Mark Huffam / Fotografía: Dariusz Wolski / Música: Harry Gregson-Williams / Montaje: Claire Simpson / Reparto: Adam Driver, Lady Gaga, Al Pacino, Jared Leto, Jeremy Irons.