JURASSIC WORLD
La industria se abre camino
Aprovecho el estreno de Jurassic World: El reino caído, de J. A. Bayona, para recuperar un texto sobre Jurassic World, la película con la que Universal y Colin Trevorrow recuperaron la creación de Michael Crichton y Steven Spielberg y reavivaron la dinomanía a nivel mundial.
Una de las cosas que más admiro del cine de Steven Spielberg es su capacidad para enfrentar la inocencia de lo infantil (en el mejor sentido de la palabra) con lo decepcionante de lo adulto (en el peor sentido de la palabra). En Parque Jurásico (1993), Spielberg nos permitía descubrir con el asombro de un niño aquellas criaturas tan míticas como reales, los dinosaurios, para luego recordarnos que los sueños de la razón crean, en efecto, monstruos. Lo interesante es que el director de E.T. el extraterrestre (1982) no negaba ninguna de las dos visiones, sino que las hacía convivir: vulgarizar a los dinosaurios convirtiéndolos en un objeto de mercadotecnia de un parque temático era, sin duda, una idea terrible (y muy adulta); por el contrario, soñar con poder conocer a esas criaturas fascinantes que nos precedieron es algo digno de respeto, el sueño de un niño, probablemente, pero el tipo de sueño al que deberíamos aspirar los adultos, en vez de rechazarlo con cinismo.
Después de dos secuelas bastante flojas (una de ella de la mano del peor Spielberg, ese que prefiere el cheque a contar historias) y 22 años, en 2015 llegó a las pantallas Jurassic World, el intento por parte de Universal de revitalizar la franquicia y volver a ganar toneladas de dinero. Teniendo en cuenta que después de la primera parte ya estaba todo contado, el objetivo de una secuela de Parque Jurásico solo podía ser darnos dos horas de emoción pura, hacernos disfrutar con las peripecias de los personajes y lo imaginativo de las situaciones. Es un objetivo sencillo en la teoría pero difícil en la práctica. Sobre todo si no lo entiendes.
Jurassic World, al igual que bastantes películas de aventuras y acción recientes, parece no haber entendido que si buscas generar emociones sencillas debes construir una película sencilla. Más bien al contrario, el guion está lleno de personajes y sub-tramas que no aportan un ápice de emoción (esa historia de amor, ese divorcio, ese villano…) y, para colmo, resultan en muchos casos absurdos. Al final, lo que sucede es que te pasas buena parte de la película haciéndote dos preguntas: 1) Viendo la clase de decisiones que toman los personajes, ¿cómo es posible que no les hayan devorado los dinosaurios hace años?; y 2) ¿Cuándo empieza esto?
La primera pregunta puede resultar graciosa, la segunda, por el contrario, es trágica. Lo peor que te puede ocurrir en una película como Jurassic World es aburrirte. Por desgracia, la película está tan llena de elementos innecesarios que, aunque siempre están sucediendo cosas, resulta obvio que ninguna de esas cosas importa, y esa es la receta perfecta para el tedio. Si no me importa lo que estoy viendo, empiezo a preguntarme por qué lo estoy viendo.
No es ese el único problema de Jurassic World, por desgracia. El director, Colin Trevorrow (recomendado por el propio Spielberg tras ver su anterior película, la curiosa Seguridad no garantizada), rueda casi todas las situaciones con bastante poca convicción, por no decir torpeza, más preocupado por llenarlo todo de homenajes a la película original que de construir algo propio o, al menos, eficaz. Resultan especialmente llamativas las secuencias de acción: están casi copiadas de otras películas y, en algunos casos, bastante mal montadas (ese ataque de los pterodáctilos es un festival de la confusión).
Los actores, como suele ocurrir en las películas con mucho presupuesto pero mal guion, hacen lo que pueden con los personajes que les han dado, pero no consiguen mucho más que resultar competentes. No es culpa suya, de todos modos, así que dejémoslo ahí. Por el contrario, los “otros” actores salen bastante peor parados. Donde Parque jurásico nos traía la magia de los dinosaurios mediante una ingeniosa (y revolucionaria) mezcla de elementos reales y efectos digitales que ha envejecido notablemente bien, Jurassic World está llena de dinosaurios digitales. No hay nada intrínsecamente malo en la imagen sintética como herramienta creativa, pero sorprende ver una película de tanto presupuesto con unos efectos de calidad tan discutible. Aunque los animadores han hecho un buen trabajo, resulta tan evidente que lo que estás viendo no está ahí que la inmersión se resiente.
Con todo, el detalle que demuestra hasta que punto los encargados de este proyecto no entendieron de qué iba la cosa es otro. El guion hace un esfuerzo consciente por recordarnos la aberración que supone esa vulgarización de los dinosaurios que antes comentaba. Los adultos toman margaritas baratas y disfrutan de un monstruo marino devorando el cadáver de un tiburón mientras los niños montan a lomos de inofensivos triceratops. Es una intención respetable, pero la primera película ya conseguía mostrarnos eso, y lo hacía sin perderle el respeto a los dinosaurios, ese sueño infantil que tanto importaba a Spielberg. Aquí, con el cinismo que caracteriza a nuestra época, esas criaturas de tiempos remotos han perdido cualquier capacidad de ensoñación para convertirse en un simple juguete. Independientemente de que ya fuera el tema de la primera película, podría ser un discurso interesante. El problema aquí, la paradoja, está en que la propia película vulgariza el sueño de la misma forma que sus personajes y, tristemente, acaba convirtiéndose en aquello que denuncia.
Jurassic World (EEUU, 2015)
Dirección: Colin Trevorrow / Guion: Ryan Jaffa, Amanda Silver, Colin Trevorrow y Derek Connolly / Producción: Patrick Crowley y Frank Marshal para Universal Pictures, Amblin Entertainment y The Kennedy/Marshall Company / Música: Michael Giacchino / Fotografía: John Schwartzman / Montaje: Kevin Stitt / Diseño de producción: Ed Verreaux / Reparto: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Irrfan Khan, Vincent D´Onofrio, Ty Simpkins, Nick Robinson, Omar Sy, Jake Johnson, BD Wong, Judy Greer
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