ENCUENTRO CON JULIO MEDEM (EL ÁRBOL DE LA SANGRE, 2018)
«El rodaje sigue siendo mágico»
Julio Medem es uno de los grandes maestros del panorama del cine español y ha vuelto para deleitarnos con El árbol de la sangre. El director y escritor vasco no ha sido capaz de dejar de contar historias desde que cogió una vieja cámara Super-8 de su padre cuando era niño. Autor de obras tan conocidas como Los amantes del Círculo Polar (1998) o Habitación en Roma (2010) también escribió la novela Aspasia, amante de Atenas (2012) para la que estuvo años documentándose y trabajó con Penélope Cruz y Luis Tosar en ma ma (2015) la cual fue estrenada en el Festival Internacional de cine de Toronto en ese mismo año. Nos reunimos con el director para tener una apacible conversación sobre su última película. Comenzamos:
«En algunas de tus películas cuentas con actores con dotes de canto como Najwa Nimri o Asier Etxeandia. ¿Por qué esta necesidad de que algunas de tus obras tengan un contenido tan musical?». Julio Medem empieza a hablar de su película: «El personaje de Najwa fue el primer personaje que escribí. Es el único de esta película que he escrito expresamente para una actriz, por eso desde el primer momento yo creé un personaje que cantaba. Como este árbol tiene muchas raíces, me parecía que podíamos escucharlas todas. Me gusta mucho la escena en la que el padre de Amaia le canta a su hija. Por otro lado, no creo que haya mucha musicalidad en mis películas, aunque en el caso de ma ma sí me parecía muy interesante que se hiciera un canto a la vida porque pretendía y perseguía esta idea de contar el tránsito hacia la muerte, pero de una manera vitalista».
Medem define su película como una historia de amor con forma de árbol en la que hay pasión, celos, locura y tragedia. «Existe la necesidad por parte de una pareja de jóvenes de contar sus 25 años de vida desde que fueron concebidos, mezclando su sangre para crear un gran árbol poderoso y potente que acaba siendo mucho más trágico de lo que imaginaban», nos explica, «La historia está fundamentalmente contada en sí misma porque ellos narran e idealizan su pasado, deciden qué contar y cómo contarlo ya que cada uno tiene un secreto que oculta al otro. De algún modo quieren despejar su pasado de sombras». Lo más difícil, confiesa el director, fue cómo medir esas subtramas desde el guion habiendo 14 personajes (y al menos 7 fundamentales para la legibilidad de la historia). «Lo que el espectador debe entender es que utilizo un lenguaje simbólico y que la película contiene muchas capas», aclara.
El tema clave de El árbol de la sangre es la conciencia y el sentimiento de culpa como forma de autocastigo. «Los personajes tienen la posibilidad de redimirse en vida o en la muerte a través del sacrificio», desarrolla Medem hablando del tono de su película, «Tiene mucho romanticismo, del que me gusta a mi, del trágico. Ese romanticismo que está entre la vida y la muerte, el sexo, las pasiones… Yo apuesto por la belleza y se lo dije a todo el equipo, quiero crear una película que claramente apueste por la belleza. Pero es una belleza amenazada, que da miedo, porque contiene sangre, vísceras y violencia».
Es posible que, para ello, en El árbol de la sangre Julio Medem haya retornado a la estética de sus primeras películas, aunque, como él argumenta, siempre que hace una película trata de alejarse de la anterior. «La ardilla roja (1993) está alejada de Vacas (1992) o por lo menos esa era mi intención. En este caso el reto más grande era que la película fuese tan coral, aunque eso no quiere decir que vaya a continuar por esta vía. Como director tengo mis límites, no puedo hacer más que lo que sé hacer y lo que me sale hacer, esa es mi limitación. Mi universo es el que es y aunque quiera alejarme quizás no lo hago tanto».
Los personajes femeninos abundan en el cine del director y tiempo atrás admitió que estos, respondían a una mirada sublimada mientras los masculinos eran una parte de él (aunque fuese incapaz de hacer lo mismo que ellos), explica que La ardilla roja era «una metáfora de la dominación masculina hacia la mujer en clave de comedia de misterio». Pero hubo un cambio permanente a partir de Los amantes del círculo polar: allí, cuenta el director, «se cuenta el relato por separado y tuve que construir a la mujer desde mi lado femenino y por eso lo he desarrollado mucho. A partir de ahí ya no he dejado de construir personajes femeninos, como en Lucía y el sexo (2001), Habitación en Roma (2010) o Caótica Ana (2007). Al final no estamos tan lejos los unos de los otros, cuando los personajes están escritos, ensayo con los actores y los llevo al centro del personaje, respetando la materia y el alma de cada uno. Me gustaría que nos buscáramos más a nosotros mismos, nuestro inconsciente colectivo es tan potente que podemos encontrar dentro de nosotros cualquier personaje. Con los personajes femeninos hago eso, los busco y los saco de mí». Y hablando de personajes y corporeidad femenina, Medem también nos explica por qué Rebeca (Úrsula Corberó) aparece tan expuesta en el film: «Ella es el personaje más oscuro. Cuando hablé con Úrsula Corberó del desnudo de Rebeca en la escena en la que Marc se está duchando, le dije que ese desnudo tenía que ver con las dos dimensiones en las que se encuentra el personaje y con sus sentimientos».
Para terminar el encuentro, hablamos de su evolución como autor y nos despedimos con unas palabras afables de Julio Medem sobre la ilusión con que vive su trabajo: «Para mi rodar sigue siendo mágico. Puedo tener la historia previsualizada, ensayada, las localizaciones, el equipo… Pero el rodaje es mágico, por eso estoy siempre en estado de búsqueda, como un niño que tiene la ilusión de que todo salga mejor de lo que imagina. Eso cada vez lo consigo más fácilmente. Además, he hecho esta película en siete semanas, antes no hubiera podido hacerlo. Cada vez tenemos menos tiempo, porque cada vez hay menos ayudas para el cine».