JUEGO DE TRONOS: TEMPORADA 7

Eterno invierno

Si algo caracterizó el éxito de Juego de tronos (Game of Thrones, 2011) en sus primeras temporadas -más allá de las fervientes escenas de violencia o sexo- eran unos diálogos exquisitos que compaginaban a la perfección con la intensidad narrativa y la espectacularización. Y es que Juego de tronos (GOT en inglés), y no hace falta más presentación que su nombre, es la heredera natural de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003) –dado que eso que llamaron El hobbit (P.J, 2012-2014) nunca fue tal cosa-.  Un fenómeno televisivo como en su día fueron Falcon Crest (1981-1990) o Bonanza (1959-1973), donde el intrusismo se asemeja más a un culebrón venezolano que al alma cinematográfica de otras series contemporáneas.

Y así lo ha demostrado la penúltima temporada de la serie, donde el suculento guion que amenizaba las desidias de este plantel innumerable ha sido relegado por unas directrices narrativas endebles, a falta de los dos últimos libros de la saga creada por George R. Martin: Vientos de invierno y Sueño de primavera. Los eventos que iban a circuncidar las tramas más cruciales han sido lapidados en siete capítulos, en vez de los diez episodios que la serie acostumbraba por temporada. Decisión que remite en muchas ocasiones cierta imprecisión, dado que algunas escenas han dejado estupefactos a los fans por su inmediatez y falta de rigurosidad. Si durante seis temporadas hemos tenido la paciencia de conocer Poniente, -el continente imaginario donde suceden los hechos- resulta casi insultante que todo termine de manera tan salvaje. Si es cierto que la épica necesitaba un pequeño empujoncito, ya sea por el origen de Jon Nieve -ese que nunca sabe nada y aún sigue sin saberlo- o la omnipresente marcha de los caminantes blancos, unos zombis dominados por nigromantes. La guerra de camas y reinos ya no se presta a luchar entre las sombras. Todo funciona por inercia, parece ser que ya la serie no puede aportar nada más que giros de guion, distando del alma de otras series de HBO como Los Soprano (1999-2007) o The Wire (2002-2008), que realmente encontraban un lenguaje primigenio en la televisión para poder contar con legitimidad algo nuevo en cada capítulo.

Y es que todo apunta a cierto esclavismo encubierto, resulta difícil culminar un fenómeno televisivo con madurez y que llueva a gusto de todos. Por ello lo mainstream hace las delicias del fandom y le da aquello que quiere, cada vez más mascado y sin dejar incógnita alguna. Dudas que eran la piedra angular para mantener en vilo al televidente, dado que las teorías e interrogantes, al igual que la aleatoriedad de los eventos, eran lo más divertido de una serie que simplemente quería volver a recordarnos la fuerza de la fantasía.

El subtexto idílico de reyes feudalistas que salvan al mundo es cada vez más intragable. Juego de tronos es agridulce, pues como todo fenómeno con el tiempo despierta cierto odio. Saturación que culminará en 2019 -fecha en la que se prevé que salga la octava y última temporada- y que no nos dejará de lado. HBO ya planifica ciertas aventuras que expandan este universo. Una gallina de los huevos de oro que nos convierte en meras marujas con estilo. Pues no es lo mismo ver Pasión de gavilanes (2003-2004) que GOT. Esta última da algo más de caché, para qué engañarnos. Y, esto queda a título personal, me encantaría contaros algo que fuera más allá del propio devenir de los acontecimientos, pero si la serie no lo hace yo tampoco puedo hacerlo, que luego nos crucifican por spoilers.

Álvaro Pérez Fernández

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Juego de Tronos (Game of Thrones, Estados Unidos)

Dirección: Creadores: David Benioff y D.B. Weiss y varios directores por episodios / Guion: Warren Ellis / Producción: Home Box Office (HBO), Television 360, Grok! Studio, Generator Entertainment, Bighead Littlehead / Música: Ramin Djawadi / Reparto: Peter Dinklage, Lena Headey, Emilia Clarke, Kit Harington, Sophie Turner y Maisie Williams…