ENTREVISTA A JUAN CAVESTANY (UN EFECTO ÓPTICO)
«Me interesa el equilibrio entre cosas oscuras o complejas que en el fondo son muy elementales»
Un efecto óptico (2020), la nueva película de Juan Cavestany, viene a estrenarse en un insólito presente, como una fábula extrañada que, sin quererlo, encaja perfectamente con la realidad contradictoria que todos vivimos: la de un día a día cambiante, una vivencia provisional que se extiende, a su vez, como un sueño. Una supervivencia permanente.
En Un efecto óptico (2020), pese a su sencilla premisa -la de un matrimonio de Burgos que decide hacer un viaje a Nueva York- nada es lo que parece. Por un lado, sus intérpretes, dos de las caras más conocidas del audiovisual español, Carmen Machi y Pepón Nieto, son capaces de diluir su presencia hasta tal punto que consiguen pasar mágicamente por dos viajeros anónimos. Sus personajes, Teresa y Alfredo, se convierten en ese tipo de turista tan reconocible: el de un matrimonio español de mediana edad cualquiera.

Por el otro, la mítica gran manzana, uno de los iconos más explotados y reproducidos en el cine, se escamotea de nuestra vista. La ciudad es puesta en fuga, se niega a ser atrapada para su exhibición como un ser mítico huye de los flashes de las cámaras. A menudo en la cinta no acontece lo que esperamos y aquello que aparece, en realidad, ya no está: el gesto iconoclasta de Cavestany se recrea en lugares vacíos, paisajes anodinos y escenarios anónimos, luminosos, al mismo tiempo que es capaz de socavar símbolos tan potentes como las Torres Gemelas o el cuadro de Las Meninas. La historia se despliega en un juego de repeticiones y variaciones, un entrañable pasatiempo de los ocho errores de Laplace que el director explora con simpatía por sus personajes.
Hay un logro que solo atesoran las propuestas arriesgadas, de bajo presupuesto; esas que, dentro de nuestro cine, parecen condenadas a una acogida minoritaria, que es el de convertirse en una pequeña gran película. Como El increíble finde menguante (Jon Mikel Caballero, 2019), que trata con sencillez los bucles temporales frente a la suntuosidad de Palm Springs (Max Barbakow, 2021), o la singular Amigo (Óscar Martín, 2019) con Javier Botet y David Pareja, en la que el aislamiento de los personajes, el deterioro de su día a día y la emisión constante de lo que parecen programas de televisión de otro tiempo, trazan cierta conexión estilística con el cine de Cavestany. También la muy austera Historia de lo Oculto (Cristian Ponce, 2020), que se ha podido ver en los festivales de Sitges o TerrorMolins, juega con lo anacrónico, con la sospecha de que hay otra realidad, así como con el lenguaje y textura televisivos.
En este extraño 2020, también hemos podido ver Estoy pensando en dejarlo en Netflix. En la película de Charlie Kaufman se pueden encontrar al menos dos elementos que conectan con la de Cavestany: los saltos en la continuidad y las ovejas. En la entrevista que sigue, charlamos con el cineasta madrileño de su película, autores como David Lynch o Charlie Kaufman, y de nuestro extraño presente.
En Un efecto óptico abandonas el reparto coral y la estructura episódica de Gente en sitios (2013) o Dispongo de barcos (2010), para centrarte en la pareja protagonista. Nos encontramos a un matrimonio en lo que parece una crisis de madurez, un poco deprimidos, que intentan con un viaje avivar cierta ilusión o tener un tiempo solo para ellos…
Así es, es una película con otro enfoque muy distinto a películas como las que has nombrado. Es un cuento más concreto, casi pequeño, que se podría contar en un par de líneas. Esto responde a muchos avatares. Es un guion que dio muchas vueltas. Al principio era una historia de dos parejas que se conocían durante el viaje. Lo fui depurando y por razones un poco de concepto y también de producción, lo reduje a dos personajes y fui a la esencia, que es un ejercicio que está bien hacer. A veces te lo impone la producción, a veces es el proceso de uno mismo, y muy a menudo las dos cosas. Creo que eso lo coloca en el terreno de una fábula muy elemental.
Carmen Machi y Pepón nieto encarnan a los dos protagonistas, con una naturalidad que te olvidas un poco de que sean caras tan reconocibles y presentes en nuestro audiovisual ¿Cómo se han implicado en el proyecto?
Lo que me interesa es el equilibrio entre cosas oscuras o complejas, pero que en el fondo son muy elementales. Ahí es donde yo creo que están los personajes interesantes. En Un efecto óptico, Carmen Machi y Pepón Nieto encarnan a dos tipos muy identificables. Al tener muy poco diálogo, esto se ve más en cómo son, en cómo visten, en cómo se proyectan, que en las cosas que atraviesan -que se cuentan con una mano-, por otro lado muy reconocibles: salir de viaje porque te quieres distanciar, renovarte o rejuvenecerte. La implicación de ellos fue muy grande desde el principio. En un momento de este largo recorrido de sacar adelante la película, me crucé con los dos y se lo propuse, fue como una especie de atrevimiento. Hubo mucho interés por su parte, son personas muy curiosas e inquietas. Carmen ha hecho más películas de todo tipo y en todo el espectro, desde lo comercial hasta lo más independiente. Pepón, por su parte, está más relacionado con la televisión, pero es también una persona de teatro y sabe de lo que le hablan cuando le van con una propuesta así. Los dos confiaron mucho en mí. El guion es complejo, extraño, está compuesto por una serie de capas que se repiten y que no siempre lo hacen de la misma manera. Ellos, en ocasiones, tenían herramientas para saber lo que debían hacer, y otras veces no, por lo que se lanzaban un poco a la piscina. Lo importante es que parecen una pareja que te puedes encontrar en un avión, en un viaje, en una estación de autobuses o en la Gran Vía caminando. Son un tipo de perfil de personaje que no se retrata mucho. Están en una edad que es como una tierra de nadie, alrededor de los 50 años, en los que empiezas a ser invisible, que te hace muy anónimo. Es gente de las que te cruzas por la calle y no los ves, pero que te cruzas en Nueva York y sí te saltan a la vista.
La ansiedad y la dificultad para dormir parecen asaltar a los protagonistas como preocupaciones muy reales, a pesar de la sensación de ensoñación de Un efecto óptico. A pesar de su extrañeza, Un efecto óptico se alimenta de una realidad cotidiana, tipos y situaciones que nos pueden resultar familiares.
Ellos se van en un viaje para desconectar, pero a la vez tienen un miedo que les impide culminar ese proyecto de evasión. Están condenados a repetirlo por esa cosa pendiente que han dejado no resuelta. En cuanto a lo identificable, ahí está la miga, la esencia de lo absurdo se encuentra precisamente en lo cotidiano, en lo muy evidente, en lo que todo el mundo identifica. La película se sostiene básicamente en mecánicas de lo absurdo, que es la mirada extraña sobre lo cotidiano.
Me recuerda a esa definición de Freud de lo siniestro: lo cotidiano que se vuelve extraño…
Sí, efectivamente. Freud definió lo siniestro como algo aparentemente humano o vivo pero que en realidad no lo es, y hablaba de los muñecos de los ventrílocuos, de las figuras de cera, eso que te provoca una extraña sensación -la del valle inquietante- y que está pasando ahora con los deepfakes. Es algo que está en la tecnología y en nuestros intercambios, pero desde luego también en la vivencia cotidiana.
Ese tipo de mirada hacia lo cotidiano, el juego con distintas texturas de la imagen, hace pensar en autores como David Lynch, que en ese lenguaje es todo un referente…
El cine de David Lynch me ha interesado y me ha impactado siempre. Me fascina, pero creo que cuando algo te afecta o te importa de tal manera, como a mí David Lynch o muchos otros directores, lo que te remueve por dentro pone en marcha tus propias ideas.
Algunas de tus otras películas se desarrollan en localizaciones vaciadas, las que se intuyen como el extrarradio de ciudades, lugares ruinosos o deshabitados, descampados, o de todos los días como el metro, estaciones, párquines o restaurantes ¿Qué te atrae de esos lugares vaciados?
Pues esto es una cosa en la que sigo pensando a diario. Hay una atracción morbosa y fatal, porque son sitios espantosos, pero sí me lo pregunto mucho. Tiene que ver también, en parte, con cómo montas una producción. Estamos acostumbrados a ir por la calle y no ver la calle y, de repente, cuando reparas en ella, te das cuenta de que hay cosas realmente extrañas. Si yo hubiera desarrollado otro tipo de carrera estaría haciendo planos de drone sobre la Gran Vía o sobre El Retiro, pero como salgo con una cámara por la calle y con pocos medios, pues me busco sitios que tengan una entidad potente, que sean insólitos y relativamente accesibles.
La imagen que tenemos de destinos turísticos como es Nueva York, de la que siempre se dice «todo es como en las películas», aquí se vuelve confusa, borrosa y escurridiza. ¿Por qué todas las ciudades se parecen?
Sí, hay ese recuerdo de una ciudad mitad real, mitad inventada, medio soñada, medio fabricada por el cine que hemos visto, que se ve representada perfectamente en Nueva York. Ya incluso desde hace años con la globalización, la distancia es un concepto que se ha deteriorado mucho. Casi no existen las distancias. No solo porque en todas las ciudades haya un Starbucks, un H&M o un Zara, sino porque irse a Nueva York ya no es complicado. Desde hace un año sí, por otro motivos, pero recorrer sus calles en tu ordenador con una webcam o un Google Street View te pone todo demasiado cerca. Llamar, estar constantemente en comunicación con gente que está en la otra punta, rompe ese romanticismo de la distancia. Cómo se refleja Nueva York en la película es algo un poco perverso, es una ciudad que yo adoro y en la que he vivido mucho tiempo, por lo que es una especie de desnudamiento de los tópicos de la ciudad.
En Un efeccto óptico utilizas las pantallas de televisión como ventanas a otra realidad. Una realidad se infiltra en la otra, o una ficción en la otra.
El contenido de televisión y, sobre todo, de las series, está provocando cosas que todavía no alcanzamos a conocer. Hay una representación de la realidad muy influyente y muy estilizada… Netflix está proponiendo una forma de ver la realidad, en cierto sentido, muy parecida a Instagram, que nos puede afectar en cómo vestimos, cómo nos comportamos o cómo creemos que son las cosas. Insisto, esto no es nuevo , pero ahora es muy exagerado, especialmente en los géneros cinematográficos, por ese retrato de la realidad como un misterio, como un thriller, como una cosa cargada de peligro… La idea de una televisión en la que suceden cosas estaba escrita en el guion y era muy apetecible de investigar, aunque se terminó de hacer en el montaje, cuando hicimos todo el trabajo de documentación de imágenes de archivo y cómo se mezclan esas realidades. Luego está el plano de la cámara de fotos que lleva el personaje de Carmen Machi todo el rato, que es un objeto incluso antiguo, casi en desuso, pero también era una ventana a otras posibles versiones de la película.
Este año hemos podido ver Estoy pensando en dejarlo, de Charlie Kaufman, en la que también se juega con un extrañamiento de lo real, cierta repetición y el ambiente depresivo (casi pesimista), en un relato que parece tan libre como indefinido. ¿Te identificas con la obra de Kaufman?
Sí, es un autor que también me ha interesado siempre, como director y guionista. También lo que ha contado sobre cómo es su proceso, el lugar desde el que él trabaja se refleja mucho en sus películas, incluso como un personaje más. Está en un mundo mental, intelectual y estético muy peculiar. Su última película la vi nada más terminar el rodaje, cuando estábamos ya montando. Me sorprende que en Estoy pensando en dejarlo haya también ovejas, que es una cosa muy recurrente en mi película.
¿Compartes la idea de la creación como el proceso de encriptación, de construcción de un puzzle para enmascarar el significado, que trata de desafiar al espectador?
Yo creo que no, y no sé hasta qué punto Kaufman hace eso conscientemente. No sería mi caso y, además, siempre lo subrayo: es verdad que Un efecto óptico tiene una estructura de juego, de presentación de truco, pero pretende ser muy clara al mismo tiempo. No tengo cartas ocultas, no me hago un plan de una historia y luego hago otra historia para taparla. A mí lo que me parece es que Kaufman maneja unos ingredientes que tienen que ver con él mismo, con el cine que le gusta, con su personalidad como guionista, y entre esos elementos está la introspección, una fuerte sensación de daño o de duda. Desnudarse completamente en la fragilidad, en la contradicción, revestirlo de cine, de epopeya, de oscuridad, e intentar salvarse con el humor… Son cosas con las que yo también me identifico en lo que hago, cada uno en su medida. Digamos que la receta se mezcla de forma distinta para cada uno. Al final lo que me interesa de ese cine es una cuestión muy emocional, muy de impresiones, más que de haber descubierto la clave.
No sé si Un efecto óptico se podría etiquetar como ciencia ficción o cine fantástico, pero sí hay una sensación parecida a la de algunas obras de Philip K. Dick (como Ubik, o Una mirada a la oscuridad) en las que los personajes desconfían de la realidad, habitan un presente alternativo o atemporal, donde todo es igual todo el tiempo…
Es un autor que he leído, pero no me considero un experto en el género. Creo que solo podría defender la película como fábula, como cuento. Un relato casi elemental, con su Caperucita con anorak rojo en el bosque, seguida por un lobo. Eso es a lo más que llegaría. Porque igual directores como Nacho Vigalondo saben muy bien lo que están haciendo dentro del género, pero yo me siento más novato, un poco más intruso.
Hay una escena en la que los protagonistas olvidan la guía turística con la que recorren la ciudad, algo que hace que cambien su maneras de comportarse. Parece que lo que constituye la realidad para ellos se disuelve en la misma medida en que se construye el relato…
La guía forma parte de la representación. Porque también cuento la película como una representación de dos actores buscando hacer bien el papel de turistas, y para ese papel de turistas necesitan el guión, que es la guía de viajes. Si te olvidas el guion, igual sale algo o igual se estropea todo, pero para nada la historia trata de que hay que abandonar el guión e improvisar. Hay algo muy patético cuando dicen «venga, pues improvisemos». Es igual de tópico, por así decirlo.
Un efecto óptico se puede ver ya en salas de la mano de Filmin y más adelante estará disponible en la plataforma. ¿Cómo ves el cambio de paradigma que ha traído el VOD y que ha acelerado la crisis actual de la COVID-19, paralizando proyectos y estrenos?
Lo que está pasando ahora es curioso. El hecho de que no haya grandes estrenos deja sitio para películas pequeñas en salas, y en las listas de la semana hay películas que normalmente no ves. Es una situación muy paradójica, pero también una acentuación de lo que ya estaba pasando en cuanto a la tendencia de consumir cine en casa. Lo inteligente es convivir con todo y estar al tanto de que hay muchos sitios donde hay programación, muchas salas que merece la pena localizar y apoyar. No vale con lastimarse, hay que ir al cine. Y también apoyar un proyecto como Filmin, que me parece un refugio de cinéfilos y de cinefilia, un proyecto que suma.