ENTREVISTA A JONÁS TRUEBA (TENÉIS QUE VENIR A VERLA)
«Esta película es la que he hecho ahora. Para mañana tendré que inventar otra»
En un caluroso día de verano entrevisto a Jonás Trueba por su nueva película, Tenéis que venir a verla, una pequeña joya que invita al público a que vuelva a las salas de cine tras la debacle pandémica.
P: En Tenéis que venir a verla la música es muy relevante. No importa que la película sea breve: le das a cada pieza el tiempo necesario.
R: Es que lo piden, tío. Es curioso, pero me han llegado a reprochar que dejo las canciones enteras. ¡Lo raro es cortarlas! Es escandaloso. Aquí, hay una parte, al final, donde la música se ensambla con el ritmo de cada plano de una manera asombrosa. Yo mismo me impresioné al montarla. Y es curioso, porque la música estaba ya en mi cabeza y quería que influyera en la película: es casi como si se hubiera adaptado a esa música, más que al revés.
Curiosa también la elección de los músicos. Piano, y mucho jazz.
Sí, es una peli más jazzística que otras de las que he hecho. Hay un músico que interviene en dos de las piezas, Bill Frisell, un guitarrista maravilloso del que soy muy fan y que siempre he pensado que es muy cinematográfico. A mí me inspira mucho esa manera que tiene de tocar, de crear melodías, hacer texturas, sonidos…
Aquí uso una primera pieza que se llama Winter Always Turns to Spring que le da a Madrid ese ambiente de ciudad desolada. La otra pieza, Still, donde toca con otros músicos más jóvenes, es más contemporánea, y para mí tiene esa cualidad vibrante que sigue habiendo en el mundo.
La primera pieza va acompañada, además, por el texto que recita Olvido García Valdés.
Ese texto me gustaba por el efecto distanciador que podía provocar. ¿Quién habla aquí? Pues una persona, con una voz más mayor, que habla como si mirase a los personajes. Los textos también estaban antes de la película: es casi una puesta en escena de ellos.
De hecho, cuando hago una peli, surge esta cosa de cine ouija: poner en la mesa cosas que no sabes muy bien qué pintan entre ellas, pero con la intuición de que van a producir algo.
Es muy interesante cuando el texto de Sloterdijk dice que lo único que nos perturba actualmente son las catástrofes, las pandemias… Y aún así siento que la película habla de lo contrario, pues alude constantemente al espectador, lo zarandea y juega con él. Busca estar muy presente.
Puede ser, tío. Hay algo ahí que hace un efecto espejo raro que ni yo mismo controlo. Pero me gusta lo que dices. Cuando leí eso de que el arte ya no nos habla de la misma forma me impresionó, y empecé a cuestionarlo. Pienso: “no puede ser, pero a la vez sí”. Porque creo que el cine nos ha dejado de hablar de la misma forma, ha dejado de tener la importancia de antes. Es más, no es que el cine, o el arte en general, no nos hable igual ni que haya perdido su fuerza: se la hemos quitado nosotros. El arte nos sigue mirando, nos sigue diciendo cosas; las películas nos apelan pero hay que querer escucharlas, verlas bien y predisponerse ante ellas con una mirada, con tiempo. Y eso es lo que hemos perdido.
De ahí el imperativo del título.
Eso es.
En la última escena el personaje de Itsaso se marcha a “hacer pis”: parece que, cuando se agacha, la naturaleza se la traga y ella se ríe. ¿Nos acabará engullendo la naturaleza y nos pillará riéndonos?
Es una idea muy intuitiva que surgió ahí, en ese momento. Ni ella ni yo mismo sabemos de qué se ríe. Podría ser de eso que dices, que es muy bonito, que se la traga la naturaleza. Podría reírse del ridículo que ha hecho hace un momento. O de lo que sea.
En todo caso la naturaleza de la película es muy tímida: me hacía gracia esa escala ridícula en la que los personajes cruzan un paso de cebra lleno de coches y llegan a esa especie de campito que no es una cosa idílica. No es la naturaleza mayúscula. La secuencia está rodada, además, en tres panorámicas: ves cómo se pasa de la ciudad, de lo urbano con los coches, a un montículo en el que de pronto sientes, tímidamente, esa naturaleza.
Teneis que venir a verla está marcada por la pandemia. Incluso en el poema de Olvido se menciona la imposibilidad del contacto. Aquí, el de los propios personajes: todo el rato se ven sus conflictos entre líneas, desde el aborto espontáneo, la insatisfacción por vivir una vida no deseada… Es algo que ocultan constantemente.
Eso es mérito de los actores, que saben contar así. Sus personajes no muestran claramente nada, pero creo que van dando pistas mediante gestos, sutilezas. Me gustaba, con Vito y con Itsaso, esa disposición de sus cuerpos, como cansados. No quería temerle a mostrar personajes antipáticos, con una empatía rara entre ellos. También está ese extrañamiento hacia la otra pareja. Son tus amigos pero los sientes ajenos. O sientes que te agreden absurdamente por haber hecho una modificación en su vida que parece que contradice a la tuya. Es un poco irónico todo.
En esa época todos los rodajes se paran y decides hacer una película que es como un juego. Parece que era lo único que podíais hacer.
Yo tuve un momento (ahora suena ridículo) en el que pensé: a lo mejor ya no puedo rodar otra película. Esta es la primera que he hecho, hasta ahora, con la conciencia de que no podía dar por hecho que se fuera a estrenar en salas. Además, sentía que no podía eludir lo que estaba pasando. En ese momento creía que había que hacer una película más posibilista que nunca, más pequeña, más esencial. Cuando acabé de rodar le dije a Santi, mi director de foto, que hace 3 o 4 años no nos hubiéramos atrevido a hacer algo así de vaciado. Pero, a la vez, lo pedían los tiempos. No podías permitirte mucho más. Yo, por lo menos, no podía.
¿Crees que esto ha abierto un camino?
Creo que es un camino que hemos venido trabajando. Hemos ido creciendo, peli a peli, en direcciones distintas. Venía de Quién lo impide, yo solo con la cámara. Y quería hacer algo muy breve, que se rodase rápido, se montase rápido y donde pudiera recuperar a mi equipo.
Me encanta la idea de hacer pelis que quien sea que la vea (un joven cineasta, por ejemplo) diga: “esto se puede hacer”. No sé si abre un camino, porque ahora voy a rodar una película muy distinta, con mucho más presupuesto, y es algo que me gusta. Pero cuando acabo estas pelis siempre digo: “qué bien haberla hecho, qué suerte”. Cuando rodé Los exiliados románticos me pasó igual. Ahora ya no podría hacerla: ese nivel de inconsciencia de meternos todos en una furgoneta, de dormir en los suelos o en las cocinas… Me dirían que me fuera a tomar por culo. Así que esta película es la que he hecho ahora. Para mañana tendré que inventar otra.