“JOHN IS DEAD”, LOS NUEVOS USOS DEL AUDIOVISUAL EN YOUTUBE
Youtube ha democratizado el audiovisual. Prácticamente cualquier habitante del planeta Tierra puede producir contenido, ficcional o no, y compartirlo con millones de espectadores al momento. Ante una herramienta de difusión tan brutal, un nuevo ecosistema de creadores de series, cortometrajes, sketches e incluso largometrajes han encontrado un medio de expresión al que pueden acceder desde su casa, solo con un clic. Youtube ha sido la plataforma que más ha mutado al audiovisual en menos tiempo, cambiando radicalmente nuestra manera de consumir y entender cierto tipo de contenido. Obviamente, que no haya filtro supone que tengamos que bucear entre miles de vídeos anodinos para encontrar algo que merezca realmente la pena, pero, por suerte, el boca a boca y la recomendación también funcionan de forma masiva en este medio. El experimento “John is dead”, una nueva forma de interactuar con el espectador a través del audiovisual, es una prueba de ello.
Difusión
El 7 de Febrero de 2017 el youtuber Jordi Wild (más de 6.500.000 de suscriptores) publicaba en su canal El Rincón de Giorgio, con un título algo engañoso, el vídeo ¿EL CANAL DE UN YOUTUBER MUERTO? El misterio de silentdork, en el que hablaba de un canal amateur que le habían mandado por email. El canal, llamado silentdork, contenía vídeos de hace 2 años, con muy pocas visitas, en los que un grupo de amigos realizaban una ouija y comenzaban a experimentar fenómenos extraños. Los últimos vídeos subidos, de hace un año, se volvían cada vez más crípticos y espeluznantes, y parecían contener un mensaje. Los más de 2.000.000 suscriptores de “El Rincón de Giorgio” que vieron el vídeo-resumen comenzaron a investigar y surgieron más canales aparentemente relacionados (como lostmemory423) y una página web: johnisdead.com.
Contenido audiovisual
Empecemos por “silentdork”. Los primeros vídeos nos muestran un vlog de un chaval cualquiera: vídeos grabados a modo de diario en el que vemos cómo se divierte con sus amigos y hace cosas más o menos cotidianas. El formato permite que tengamos una fuerte sensación de realismo, ya que no hay una puesta en escena artificial y durante la mayor parte del tiempo no ocurre nada de interés. Podríamos decir que es hasta aburrido, ya que son vídeos un poco largos en los que no ocurre absolutamente nada más allá de ver a tres jóvenes haciendo el tonto en su casa. En el segundo y tercer vídeo, donde realizan la ouija, comienzan a aparecer glitches y efectos de posproducción que simulan un archivo de vídeo corrupto: imagen entrecortada, efectos raros y sonidos estridentes. Nuevamente, no son elementos (a priori) extradiegéticos, sino que son sonidos y efectos que se hacen pasar por reales y perfectamente explicables en un vídeo casero. Estos “errores” van multiplicándose durante las siguientes entradas, en las que el protagonista del canal comienza a notar presencias extrañas y a recibir mensajes que le invitan a acercarse a casa de su amigo John, la cual encuentra quemada hasta sus cimientos. A partir de ahí, tanto el protagonista como los vídeos entran en una locura surrealista en las que directamente los inquietantes sonidos digitales, la saturación de color y los cortes de vídeo copan unas entradas llenas de textos de amenazas, advertencias e instrucciones. También aparecen elementos recurrentes que pueden considerarse de gran importancia para la historia: un maletín, sonidos de agua o ruido telefónico. “lostmemory423” continúa más o menos con estos elementos e integra algunos más: un libro, una máscara de gas, documentos de una secta, una piscifactoría y, quizá lo más importante, notas sobre un cartucho maldito, una de las claves para la solución del “misterio”, del que hablaremos luego.
Los vídeos son la descripción perfecta del género “metraje encontrado”: visión subjetiva, movimientos de cámara que dirigen nuestra mirada hacia lo importante mientras que ocultan lo que no se quiere mostrar, poca luz y largos silencios que suben la tensión antes de ruidosos sobresaltos. La diferencia es que el metraje no es encontrado, lo encontramos nosotros. La interacción (y la inmersión) es total, ya que no vamos al cine a ver una película en la que sabemos que hay una maquinaria cinematográfica detrás y que, por lo tanto, lo que vemos es una ficción. De repente nos encontramos con unos vídeos que han pasado casi desapercibidos durante 2 años entre la maraña audiovisual más grande de la historia, y los vemos en nuestra casa, seguramente encerrados en nuestra habitación con los cascos puestos. No hay nada, al menos en los primeros vídeos, que indique que lo que estamos viendo no es real, y eso es algo que no ocurre desde que Internet acabó con fenómenos como Holocausto Caníbal (Ruggero Deodato, 1980) o El proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999). Además, hay mensajes ocultos que nos llevan a otros vídeos y a otras webs, como si fuera un libro de “busca tu aventura”. El espectador ya no es un espectador, es un personaje más que busca desentrañar el misterio, y que siente la amenaza contra él de la misma manera en que la siente el protagonista. La experiencia audiovisual se convierte en una yincana, un puzzle en el que la narrativa no existe de por sí, sino que cada uno va formando la suya mediante pistas y teorías.
Por supuesto, la amenaza y los hechos son falsos. Estamos ante un juego que utiliza el audiovisual (y otros elementos) adaptándolo perfectamente al medio en el que se difunde para construir una nueva forma de consumirlo. Algo que se conoce como ARG.
La solución al misterio. ¿Qué es un ARG?
Según la principal fuente de sabiduría del siglo XXI (Wikipedia), ARG son las siglas de “Alternate Reality Game”, es decir, “juego de realidad alternativa”. Un juego con sus reglas, su terminología y sus procesos, en el que una comunidad comparte información con el objetivo de seguir avanzando en la resolución de un enigma, cuyas pistas suelen aparecer desperdigadas en varios puntos y en varios formatos. Más o menos, como un juego de rol pero más retorcido, más enrevesado y participativo. Más global. Con un “puppetmaster” o maestro, unas “trailheads” o pistas para entrar a jugar (en este caso, el email enviado a Jordi Wild sería una de ellas) y una constante determinación para impedir que el juego sea percibido como un juego, así como la ocultación sistemática de las reglas.
Por tanto, si «silentdork» y johnisdead.com son parte de un ARG, ¿quién está detrás y con qué motivo? El motivo de su creación es que no hay motivo, más allá de la diversión. Es un simple juego, por lo general no busca remuneración económica ni reconocimiento, aparte del que se forma entre los usuarios al descubrir y compartir las pistas. Una rápida búsqueda en Google nos llevaría a los “Lunar Children”, una comunidad que comenzó a desarrollar este tipo de juegos a partir del conocido creepypasta (leyendas urbanas surgidas a través de relatos de internet) Ben drowned, y a una serie de wikias (enciclopedias temáticas hechas por los fans) sobre éste y otros ARG. La historia, resumiendo mucho, cuenta cómo un chico, tras jugar un cartucho maldito del juego The Legend of Zelda: Majora’s Mask, es perseguido por el fantasma de un niño llamado Ben que murió ahogado en extrañas circunstancias. Es decir: máscaras, agua, cartucho maldito… Después de empaparse un poco con la historia de Ben drowned y sus derivados, al volver a ver los vídeos de “silentdork” y “lostmemory423” las referencias a este creepypasta, incluso a los “Lunar Children”, son más que evidentes.
Como tantas otras mutaciones del audiovisual, lo que empieza como algo marginal acaba introduciéndose poco a poco en el mainstream, y los ARG y los creepypasta más conocidos ya han traspasado la barrera de internet: Slender Man, quizá el más famoso, ha protagonizado series, películas, videojuegos e incluso un documental de la prestigiosa cadena HBO. Por su parte Ben drowned, el origen del ARG que nos ocupa, estuvo a punto de convertirse en película en 2015 de la mano de Warner Bros. y Clive Barker (Hellraiser, 1987), pero el proyecto no llegó a concretarse. Tiempo al tiempo.
Fran Chico
Pingback: Editorial #5 de Revista Mutaciones, El club de los suicidas
esorotah as neh hipsohanadse