JOANNA HOGG
Desgranando la intimidad mediante su reflejo
El cine de Joanna Hogg se basa en la impotencia. Impotencia por permanecer, por no renegar, por aparentar y por la no-acción. La tensión pasiva e inerte que genera cada uno de sus planos junto con la palpable extenuación de los espacios y los personajes, la depresión, el agobio e incluso la irritación son la marca que desprende cada una de las cuatro obras —sin contar Caprice (1986)— de Joanna Hogg, una cineasta clave en el panorama cinematográfico contemporáneo.
Los personajes, las personas, los silencios
La obra de Joanna Hogg se caracteriza por tratar con personajes que rara vez se pueden encontrar como protagonistas en el cine británico y menos como objeto de acercamiento psicológico-social. El tratamiento que hace de los problemas relacionales que acosan a ciertas personas de clase media-alta demuestra la desenvoltura en forma y contenido de sus películas. En ellas existen una serie de motivos comunes que responden a diferentes intrigas personales y generan historias tan fluidas como apesadumbradas. Trazando una línea divisoria que separaría Unrelated (2007) y Archipelago (2010) de Exhibition (2013) y The Souvenir (2019) podremos contemplar cómo Hogg incorpora en cada nueva película elementos de sus obras anteriores en una continua exploración de la forma y de su relación con las capacidades sociales de los personajes.
Los personajes de Unrelated y Archipelago se parecen en cuanto son ejemplos de familias adineradas que pasan sus vacaciones en lugares externos a sus hogares, tienen una relación entre subterráneamente problemática y existencialmente desubicada y retienen sus sentimientos para intentar parecer fuertes cuando no lo son. De entre ellos hay uno, el protagonista, que intenta ser “mejor persona” y, haciendo uso de la palabra y el silencio cuando es preciso, intenta encontrar algún sentido en la realidad de su situación. En el caso de Unrelated, Anna es una mujer cerca de la cincuentena, sin hijos y con la certeza de que ha perdido la oportunidad de tenerlos; su matrimonio hace aguas por la distancia. Cuando va a pasar una temporada a casa de su amiga Verena en la Toscana, encuentra un nuevo tipo de acercamiento al pasado de la mano del hijo de ésta.
No es precipitado afirmar que los comienzos de Joanna Hogg tienen algo de rohmeriano, pero lo cierto es que su influencia pesa más en el terreno de lo formal que en la trama. Hogg filma en plena naturaleza, en bonitas campiñas que envuelven caserones y villas llenas de vivacidad y aires veraniegos, pero en medio de ese estupor estival se esconde una serie de problemas relacionales que, a diferencia de subrayarse en un intento pseudo-intelectual y superficialmente filosófico como sucede en el cine de Rohmer, se exploran desde la distancia y el vacío necesarios para conseguir un trasfondo crítico apabullante. Hay una escena en Unrelated, en la que Anna se lamenta de no haber formado una familia como sí lo ha hecho Verena, de haber hecho de su vida “algo más” ya que ahora se siente sola, perdida y temerosa de lo que podría llegar. Es entonces cuando surge el llanto que se avecinaba entre las sonrisas de anteriores escenas, el fin de la primavera que da paso a un verano lleno de posibilidades no culminadas y que, de nuevo y como siempre, se acaba. Hay en la película una sensación de pesadumbre traducida en una especie de lenguaje amigable que poco a poco se torna ambiente triste y desolado, al igual que en Archipelago.
La estética de la segunda obra de Joanna Hogg es tan triste y fría como el clima de la isla donde la familia de Edward —él, su hermana Cynthia y su madre, Patricia; con la ausencia del padre, del que solo sabremos que existe por un par de conversaciones telefónicas— va a pasar un retiro vacacional en otoño. Tanto en el interior de la casa como en el exterior, no hay sol que alumbre ni que caliente, todo es tenue neblina o luz de interiores y parece que el paisaje afecte (o se vea afectado) por la dinámica familiar que allí se empieza a dar. Edward es un burgués cuyo frágil y también benévolo carácter le impide no sentirse culpable por tener una vida fácil pero también le impide abandonarla. Su proyecto tras la estancia familiar es el de viajar a África en calidad de educador sexual, mientras que durante esas vacaciones en una isla del archipiélago de las Sorlingas se compromete a convertir a Rose —la asistenta doméstica— en “una más”. Su pretensión de esquivar la distancia de clases acaba por enfrentarlo con su hermana, quién, a diferencia de él, ha triunfado en su carrera laboral y se muestra estrictamente crítica con el resto de personas que la rodean. A tal punto llega su soberbia que, en una escena icónica de la película, en la que la familia, la asistenta y un amigo de la madre están comiendo en un restaurante vacío —no hay muchos turistas en la isla en esa época del año, para mayor aislamiento formal y físico— devuelve su plato por estar “poco hecho”, exigiendo ver al cocinero y casi obligando a su madre a que rehúse del suyo propio por la misma razón. “Tienes derecho a cualquier cosa si la pagas” parece ser la máxima que guía a Cynthia en la vida y que lleva al resto de los presentes a bajar la cabeza y callar. En esta escena, como en el resto de la película, la explosión contenida de una situación otorga esa sensación de desasosiego que también se palpa en la atmósfera.
La casa, el hogar, las estructuras
Tanto en Unrelated como en Archipelago, Exhibition y The Souvenir la figura de la casa es de una importancia crucial, sosteniendo la dinámica de las formas y la evolución de los personajes. Las casas del cine de Joanna Hogg se presentan en forma de segundas residencias, como la gran villa en la Toscana de Unrelated; en forma de destinos de retiro vacacional, como sucede en Achipelago o como hogares que ocultan sentimientos y pasiones tras sus muros y que, como se muestra en Exhibition, suponen una jaula y un hábitat al mismo tiempo. Quizá sea en ésta última donde la figura de la casa se muestra indiscutiblemente como un personaje y no como un hogar ni un edificio. Como un organismo de hormigón por cuyas ventanas se ve el mundo cambiante —imposible no pensar en las escenas en las que se ve una obra en la calle de al lado mientras la protagonista observa impasible tras las cortinas— y contiene, a su vez, cambios para con la pareja que habita en él.
D y H, artista plástica y arquitecto, viven “atrapados” entre los muros de su gran casa diseñada por James Melvin, un arquitecto real que, pese a no aparecer en la cinta, tiene un peso importante. El hecho de que Hogg decida filmar en la casa diseñada por este arquitecto denota una cierta inclinación por la compenetración del mundo cinematográfico con el propiamente denominado “real”, así como la elección en este caso de Viv Albertine y Liam Gillick para interpretar los roles protagonistas. Albertine es una guitarrista y compositora que, en 2010, se acercaba a los sesenta años, mientras que Gillick es un artista especializado en estructuras que, también en ese año, rondaba la cincuentena. Ambos interpretan papeles que parecen ecos de sus vidas con el aliciente proporcionado por Joanna Hogg que los “obliga” a convertirse en una pareja ficticia y exhibirse entre los muros de un lugar tan hermético como lleno de secretos, dudas y apariencias.
Exhibition puede observarse como un relato que habla del aislamiento y sus diferentes facetas. D se relaciona con su marido a través del telefonillo instalado en el piso superior del habitáculo mientras, poco a poco, va sintiéndose más separada de él y también de sí misma. Empieza a explorar nuevas vertientes para con su cuerpo, mirada y reflejo dentro de su habitación, a modo de experimento tan recreativo como serio. Sin embargo, podemos observar que fuera de su hogar su comportamiento hacia H es bastante diferente. Parece que existen determinadas variantes de D —al igual que de H, aunque en menor medida— que la llevan a “conectar” con su marido en calidad, a veces de hijo, otras de amante, de amigo o incluso de padre, sucumbiendo a la (in)comunicación propia de los personajes de Unrelated o Archipelago pero desde un punto de vista mucho más punzante y embriagador que depresivo y frío.
Las estructuras habitables en el cine de Joanna Hogg son siempre adecuadas a las estructuras relacionales de los personajes que las pueblan. Actúan como recipientes de todo lo bueno y malo que sienten mientras que revelan aspectos ocultos, muy soterrados y olvidados como para sacarlos a la luz de golpe. Es por esto que la forma temporal y espacial de sus películas (en especial la de Exhibition) es tan hermética, milimétrica e incluso oscura. Hay que dejarse “tragar” por esas habitaciones donde la luz entra pero parece no poder escapar, donde los sonidos de las puertas, los pasos y los golpes son el único medio de comunicación aparente y los reflejos actúan de espejo entre mundos y personalidades. Hay que intentar ver más allá de la trama que se sostiene por medio de un diálogo en ocasiones demasiado evasivo como para conseguir comprenderlo y empezar a fijarse en el cuadro que Hogg crea en la pantalla, sin desespero y con dolorosa calma entre líneas y paredes.
The Souvenir, el espejo definitivo de Joanna Hogg
“Eres frágil. Estás perdida y siempre lo estarás.” Esta frase que dice Anthony a Julie en una escena de The Souvenir define a la perfección a cualquiera de los protagonistas de Joanna Hogg. La fragilidad, la desubicación y la impotencia, como apuntábamos más arriba, son los tres elementos que componen las bases de su cine y en ésta, su última película hasta la fecha —que contará con una continuación este mismo año—, todo cobra un cariz mucho más certero, profundo y personal por el hecho de tener grandes tintes autobiográficos. Aquí, la propia Hogg explora los temas principales de su obra mediante algunas vivencias propias en la década de los ochenta, cuando estudiaba en la Escuela de Cine. La relación de amor-odio —o de capricho-miedo— entre Julie, estudiante de cine que desea hacer su primer film documental sobre un niño y su madre en la Sunderland más pobre, y Anthony, un empleado del Ministerio de Asuntos Exteriores, culto, refinado y acomodado, servirá de premisa para retratar las dudas de la protagonista y de la propia directora en un ejercicio de memoria y retrospectiva tan crudo como estilizado.
La dinámica que Hogg exploró en Exhibition se culmina con The Souvenir mediante una mayor ligación entre la teoría sentimental y la estética. El juego de espejos del que hace gala el film es tan abismalmente complejo como intrigante, pues no solo se puede ver un paralelismo entre los recuerdos de la directora y la ficción, sino que en la propia forma de la obra hay una inclinación a la filmación de los cuerpos “filtrados” por los cristales y los espejos de las casas. Concretamente hay dos escenas en las que Julie se para ante un espejo ligeramente convexo para ver su rostro “desfigurado” por éste. Es esos pequeños momentos, en esos detalles, es cuando la puesta en escena deviene genial. La sutileza de escenas como la mencionada, los planos girados levemente demostrando la inestabilidad de la propia Julie en determinadas situaciones o los fragmentos que muestran a personajes reflejados en espejos quebrados, difuminados o simplemente de espaldas, funcionan como imágenes de lo real vertidas en el interior de una obra de arte. Al igual que el cuadro de Jean-Honoré Fragonard del que hablan Julie y Anthony en el museo y que da nombre a la película. El cuadro que guarda una estrecha relación con la historia, pero se le dedican apenas un par de instantes en todo el entramado cinematográfico, como si fuera un momento perdido en el tiempo al igual que otros planos de brevísima duración que están ahí para no mostrar demasiado, para avecinar, para dejar caer y para obligar a fijar el ojo en cada grano de la imagen.
Detalles
A modo de broche a este artículo sobre una cineasta que al fin ha conseguido llegar a un público mayor gracias a su última película, valdría la pena hablar de los pequeños detalles que conectan toda su obra. Se trata de escenas concretas y motivos que se repiten a lo largo de las cuatro películas de Joanna Hogg y pueden tener cierto interés si se recogen en este texto. Hemos hablado de la equivalencia entre los personajes, los lugares y los temas, pero existen también pequeñas “huellas” que reverberan en varios de los films como, por ejemplo, el broche que Edward le pone a Rose en Archipelago y el que se pone Julie en The Souvenir, como recuerdo de su padre; el uso de lencería erótica que usan tanto Julie, de la misma película, y D en Exhibition. Más curioso el hecho de que Hogg reduzca en varias ocasiones los nombres de sus protagonistas a meras letras: tenemos a D y H en Exhibition; a Cynthia, a la que su hermano llama “C” en varias escenas de Archipelago; y a Julie y a Anthony que se convierte en “J” y “A” cuando ella le escribe una carta para despedirse…
Existen muchos ecos en el cine de Joanna Hogg y no solo entre películas propias sino con otras muchas de grandes autores. Ya hemos citado la influencia de Rohmer en Unrelated pero también se aprecian toques de Josep Losey, en concreto de El mensajero (The Go-Between, 1971) así como una influencia un tanto hanekiana en Exhibition e imágenes que recuerdan a Ozu e incluso a Bergman en Archipelago —ahí está la escena final del helicóptero despegando que recuerda inevitablemente a la de Como en un espejo (1961)—. La influencia de la Nouvelle Vague se nota, sobre todo, en The Souvenir, así como la del cine indie y la música post-punk, el rock alternativo y el synth pop. Mezclas de elementos diferentes que podrían desestabilizarse fácilmente si Hogg no contase con un talento especial para hilar esta pieza, como un Paul Thomas Anderson en El hilo invisible (2017).
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