LA CLAUSURA DEL TIEMPO EN EL CINE DE JIA ZHANG-KE
Never Ending (Hi)story
El inminente estreno comercial en nuestras salas de La ceniza es el blanco más puro, nos ofrece la posibilidad de bucear en las imágenes de la última película del cineasta chino para descubrir que, mas allá de su apariencia de un simple “grandes éxitos” de su filmografía, dicha obra es una coherente extensión de sus temas, a los que se añaden interesantísimos nuevos rumbos en sus rutas e itinerarios. No se debería esperar del siguiente texto una crítica analítica de esta cinta, más bien un puñado de reflexiones que su visionado ha provocado.
¿Por qué no resulta fácil reducir a una mera película de síntesis esta historia de ida y vuelta sobre la relación entre la joven Qiao y el mafioso Bin? Con frecuencia se ha atribuido a Jia el calificativo de ser un cronista de las transformaciones de China en las últimas décadas. Tan ambicioso como cierto, sus películas devienen en documentos que levantan acta de cómo el capitalismo ha ido arrasando con el individuo, sepultado bajo estos vertiginosos cambios. La ceniza es el blanco más puro se abre con unos planos del interior de un autobús, que recuerdan de inmediato a los de la escena inicial de Platform (2000). Es un cine del movimiento, del cambio, medios de transporte y personajes que flanean sobre el plano como intentando resistir a la fuerza del paisaje. La escena nos ubica en 2001 y nos presenta a Qiao, una joven que se adentra en un casino donde se desarrollan algunas actividades de dudosa legalidad. Qiao era también una de las protagonistas de Unknown pleasures (2002), en la que Zhang-ke retrataba una juventud sacrificada y engañada por la supuesta promesa de los fastos de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2004.


Que Zhang-ke se preocupe de vestir el mismo personaje de igual forma y con los mismos gestos en dos películas separadas por casi dos décadas, nos confirma que no es el director chino quien se repite, a lo sumo la historia. El cine de Jia es un continuo, un gran río al que se va plegando y adhiriendo la historia de un país, y también de su cinematografía. Bin, el personaje masculino protagonista de su última película está interpretado por Liao Fan, lo que no resulta tampoco azaroso. Dicho actor era también el protagonista de Black Coal (Yinan Diao 2014), otra valiosa aproximación al desconcierto del cambio de paradigma chino. Que su director Diao Yinan tenga también un papel en La ceniza es el blanco más puro es otro elemento que confirma que sus imágenes no están impregnadas solo de un reflejo de la historia china sino también de su cine.
Se inicia el segundo segmento del relato con una explícita auto-cita. Qiao adentrándose en la presa de Las Tres Gargantas, paisaje protagonista del primer film de Jia, por el que recibió su primer gran reconocimiento internacional; Naturaleza muerta (2004) y el León de Oro de Venecia. Qiao conectada con aquella enfermera Shen, dos mujeres en movimiento que buscan a dos hombres a través de un contexto en constante mutación. Con ello parece revelarnos que es posible que todas las historias que ha filmado sean en el fondo una única obra totémica.
¿Cómo afronta pues un cronista el final de una película? Sabiendo que el final no existe, si lo que se narra no es una historia si no la historia, la clausura del film nunca es un punto final, como mucho unos puntos suspensivos. La magnífica opera prima de Zhang-ke Pickpocket (1997) se cerraba sobre un enorme plano final. El ratero protagonista del film permanecía encadenado en un lado de la calle, separado, aislado, expulsado de la sociedad; un individuo sobrante, más víctima que aparente criminal. Resulta admirable comprobar cómo ese plano ha tenido su continuidad en toda la filmografía posterior. Desde el terrorífico plano final de la excelsa The World (2004), en la que dos cuerpos son de nuevo expulsados del paraíso, aunque sea este tan artificial como una imitación, hasta la hermosa rima en femenino de los cierres de Un toque de violencia (2013), Más allá de las montañas (2016) y La ceniza es el blanco más puro (2018). Tres mujeres en soledad: expiando sus culpas, bailando y eligiendo la libertad.

Aunque la escena final, en su contenido, de Un toque de violencia sea la del personaje de Zao Thao reconciliándose con sus conflictos, el último plano en sentido formalmente estricto es el de un grupo de anónimos mirando a cámara. La resistencia individual en el cine de Jia remite siempre a la colectividad anónima, a los olvidados, silenciados y desconocidos habitantes de ese gigantesco país. Por todo ello, resuena con emocionante lirismo el cierre de La ceniza es el blanco más puro. Las decisiones de Qiao con respecto a Bin han empujado al personaje a la soledad. En su casa, enclaustrada y con el fantasma de una cámara que la vigila, la mirada ya no es de dentro a fuera del plano (caso del fotograma incluido) sino desde el exterior hacia el interior. La libertad tiene un precio, pero el cineasta, junto a sus protagonistas, parece establecer una declaración de sus intenciones, a pesar de toda adversidad su compromiso permanecerá insobornable y escrutando los márgenes y ángulos ciegos o silenciados de su sociedad. No es una mirada victimista, sino resistente. Alguien que es capaz de encontrar en las cenizas la pureza de una derrota demuestra estar más vivo que nunca. A pesar de que algunos ven en su última película los síntomas de un discurso agotado, resulta difícil no seguir esperando al siguiente capítulo de su filmografía. Como la historia, el cine de Jia Zhang-ke no tiene fin.