JESÚS (2018)
Nuestro señor muñequito
Llevamos algunos años viendo aparecer varios filmes sorprendentes sobre el catolicismo en Japón. Silencio (Martin Scorsese, 2016), seguramente la más popular, narra la amarga persecución de los “primeros cristianos” japoneses y el desmantelamiento de las misiones jesuitas portuguesas, iniciadas por San Francisco Javier, en el S. XVI. Estos “primeros cristianos”, los kirishitan, obligados a vivir en clandestinidad por las autoridades japonesas –que, clarividentes, trataban de evitar influencias coloniales en la isla- practicaban un cristianismo inaudito que cuesta entender como tal, siempre que no creas que la base del cristianismo sea la universalidad del amor divino, tal como parece pensar Scorsese. Más llamativo es todavía el catolicismo contemporáneo de la inclasificable Love Exposure (Sion Sono, 2008), un filme romántico de 4 horas de duración protagonizado por un chico que pierde a su madre a una edad muy temprana. La muerte de la madre lleva al padre a hacerse sacerdote de una parroquia con lo que el niño, bajo la influencia edípica, podríamos decir, del padre devoto, se obsesiona con el pecado y se adentra en la industria pornográfica japonesa. La película es una curiosa mezcolanza entre la culpa cristiana, el amor romántico y el erotismo japonés que no deja indiferente. Pues bien, con Jesús, la ópera prima de Hiroshi Okuyama, tenemos otra peculiar muestra del imaginario de un colectivo que no llega al 0,5 % de la población japonesa.
La película narra cómo un niño de 8 años, Yura, descubre a Jesús. Tras la muerte de su abuelo, el niño se muda junto a sus padres para hacer compañía a la abuela recién enviudada. Allí, Yura empezará a ir a un nuevo colegio católico y oirá hablar por primera vez de Jesucristo. Pero lo curioso es que Jesús empieza a aparecerse a Yura en la forma de una persona diminuta capaz de conceder los deseos del niño.
Este Jesús en miniatura con aires de genio de la lámpara se corresponde con la manera en que el director nos presenta los espacios narrativos. En la película se muestran dos casas. En cada una de ellas, justo antes de iniciarse las secuencias en su interior, vemos una concatenación de primeros planos fijos de las imágenes y objetos que alberga: una figurita tradicional de madera, unos búhos de porcelana espantosos, una fotografía de un bonsái florecido, un papá Noel, etc. Pareciera que la cámara saluda y presenta sus respetos a los espíritus del hogar, los duendes que la habitan y protegen, atrapados o materializados en esos fetiches que enmarcan la cotidianidad. El Jesús-genio-de-la-lámpara se mezcla con las figuritas como si fuera una más y se antoja en cierto modo ridículo o, por lo menos, manifiesta un comportamiento cómico con el que pocas veces estamos habituados a ver al Salvador. Se trata de un Jesucristo-juguete, que funciona como una suerte de amuleto prodigioso al albur de los caprichos de un niño solitario.
De hecho, uno de los atractivos de Jesús es cómo refleja la introducción de un niño en un colegio nuevo y en una nueva fe. Los colores fríos que usa el director se acompasan con la extrañeza de un ambiente desconocido. Cuando Yura hace un amigo, Okuyama –también encargado de la fotografía y el montaje- emplea la cámara en mano para mostrarte cómo juegan rodeados de un paisaje nevado, para trasladarte al correteo sin ton ni son propio del goce infantil. Cuando el Cristo-genio-de-la-lámpara se mezcla entre los juguetes de Yura, las imágenes nos divierten, pero puede que la osadía estilística del director de mostrar un milagro, de flirtear con visibilizar lo oculto –es decir, lo sacro- en un mundo laico, inmanente y materialista, sea en realidad un reflejo bastante fiel de cómo un niño puede entender a Jesús; y un mensaje para un público mucho menos laico que el que presumimos en nuestra sociedad.
A través de mecanismos mentales y vitales que parecemos haber olvidado, los juguetes para un niño no son meros cuerpos inertes, sino que poseen una voz autónoma, un desdoblamiento del niño si se quiere, pero que conforma una otredad distinta e independiente. Una agencia secreta que, según el director, se mantiene en la edad adulta: de ahí la importancia que el montaje concede a las figuritas domésticas o al altar del abuelo fallecido, muy revelador. Así como la adaptación del budismo, procedente del exterior, al viejo sintoísmo local y sus espíritus permitió su enraizamiento en Japón, el animismo de los objetos, incluidos los símbolos religiosos, su fetichización en el mejor sentido de la palabra, volvería a ser la vía de entrada del catolicismo en la sociedad nipona. Los nuevos creyentes retoman, sin verdugos, la visión abierta de la fe que permitió sobrevivir a los kirishitan. A través de la ingenuidad maravillosa o mágica de un niño, la película reivindica sin altisonancias un mundo pluricultural.
Jesús (Boku wa Iesu-sama ga kirai, Japón, 2018)
Dirección: Hiroshi Okuyama / Guion: Hiroshi Okuyama / Producción: :Tadashi Yoshino (para Closing Remarcs) / Música: Kôshi Kishita / Fotografía: Hiroshi Okuyama / Montaje: Hiroshi Okuyama / Reparto: Yura Satô, Riki Okuma, Hinako Saeki
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