RETROSPECTIVA A JAMES GRAY (1994 – 2019)
El legado del Nuevo Hollywood
Pocos directores del actual cine norteamericano continuan desarrollando la importante tradición que va del clasicismo al Nuevo Hollywood para perderse en el caos de la posmodernidad. Sin embargo, con sólo siete películas, James Gray ha demostrado que es un legado que sigue vivo y con mucho que contarnos. Un cine que cree en las historias, en los personajes y en el poder de cine para ampliar nuestras simpatías y comunicarnos sutiles afecto; y unos relatos familiares sobre el peso de la comunidad y del legado, en linea con las historias de John Ford. Elia Kazan, Martin Scorsese, Martin Cimino y Fracis Ford Coppola. Méritos suficientes para dedicarle esta pequeña retrospectiva.
Cuestión de sangre (Little Odessa, 1994)
Serpico (1973) de Sidney Lumet, La conversación (1974) de Francis Ford Coppola o incluso The French Connection (1971) de William Friedkin son algunas de las influencias y atisbos formales que sobrevuelan la opera prima de James Gray. No tanto en cuanto a puesta en escena como en su representación de las atmósferas y ambientes corruptos y criminales. Opera por primera vez en Nueva York, la que será su ciudad fetiche a lo largo de casi toda su filmografía, en concreto, Brooklyn. En estas calles retratará sus visiones sobre la mafia y la corrupción, comenzando con una pequeña historia de encalladas relaciones familiares y crímenes de la mafia rusa.
Con este gran debut, establece lo que serán las líneas generales de todo su discurso, tanto narrativo como formal. Una historia formalmente sobria y sincera basada en las relaciones personales. En concreto, en Little Odessa dibuja una puesta en escena basada en el contraste paradójico conformado por el enfrentamiento entre el significado de los planos abiertos y los planos cerrados. La libertad de las calles frente a la claustrofobia surgida de la incomodidad del hogar. Así mismo, utiliza una cuidada y casi patentada manera de representar los planos frontales, herramienta clave, para momentos de clímax narrativos, a modo de zooms y de travellings frontales. El zoom para establecer contexto de lo que pueda suceder y el travelling para enfatizar el dramatismo dentro de una escena. Ambos son formas incipientes que irán a más como soluciones estilísticas a lo largo de sus próximas películas, pero que ya se dejaban vislumbrar en su prometedor primer trabajo.
La otra cara del crimen (The Yards, 2000) y La noche es nuestra (We Own the Night, 2007)
The Yards y La noche es nuestra ponen a su protagonista en una delicada situación, atrapado por sus lealtades familiares y sus amistades y un destino cabrón. En The Yards ?escrita por James Gray junto a Matt Reeves (!)? pareciera que hay un único destino para los dos amigos, y que sólo uno podrá disfrutar de él, de manera que su amistad está marcada por la anulación de uno en pos del otro o la rivalidad. Y como en todas las rivalidades fratricidas de la Biblia, la pregunta es cuál de los dos es el elegido y cuál el hermano equivocado. De modo similar, en La noche es nuestra ?escrita por Gray en solitario? hay un destino distinto para cada uno de los dos hermanos, pero las circunstancias obligan a que uno ocupe el lugar del otro desplazándole; como si se hubiera cometido un error y hasta entonces la primogenitura la ocupara el hermano equivocado. Sin embargo, corregir ese error del destino siempre tiene un precio, que incluye a terceros, y exige una elección, un sacrificio, una pérdida. Como le sucede al cuerpo de policía de Nueva York en La noche es nuestra, a veces el precio de seguir en pie es perder aquello que te hacia ser quien eras.
Extracto de “Un díptico de familias rotas y destinos cruzados”, por Alberto Hernando
Two Lovers (2008)
En Two Lovers, James Gray abandonó por primera vez el terreno del thriller para reformular el drama romántico y centrarse en las relaciones sentimentales del triángulo amoroso formado por Leonard (Joaquin Phoenix), Sandra (Vinessa Shaw) y Michelle (Gwyneth Paltrow). Para ello, el cineasta estadounidense cuida con esmero la forma en que filma a los protagonistas, especialmente a Leonard, un ser a la deriva de sus fracasos amorosos, con pocas habilidades sociales, trastorno de bipolaridad y tendencias suicidas. James Gray, consciente del reducido ecosistema de su protagonista, genera un clima tan opresivo como introspectivo mediante la utilización de planos cortos, primerísimos planos y planos detalle. Así, la obra se convierte en un trabajo físico que mira hacia adentro, hacia la densa bruma emocional de unos personajes en busca de la felicidad.
Gray tiene una imperiosa capacidad para crear atmósferas de gran densidad dramática y una mirada original a caballo entre la tradición y la modernidad. Inspirado en Noches Blancas (1848), de Fiódor Dostoyevski, Gray coloca en el centro de su triángulo amoroso a Leonard, que se enamora de su alocada y atractiva vecina Michelle, mientras que sus padres esperan que estreche lazos con Sandra, hija de una familia judía de la que depende el futuro del negocio familiar. En definitiva, un joven que duda entre dos mujeres impuestas por el destino de forma repentina; una historia contada hasta la saciedad, pero a la que James Gray le imprimió su genuino sello personal en perfecta sintonía con la nostálgica y melancólica fotografía de Joaquin Baca-Asay. En su cuarta película, James Gray vuelve a conseguir una obra llena de capas y lecturas posibles para todo aquel que desee adentrarse en este particular corazón de las tinieblas.
El sueño de Ellis (The Immigrant, 2013)
La misma localización que sirviera para ambientar el comienzo de El sueño de Ellis sería utilizada dos años más tarde por JR en su cortometraje Ellis, protagonizado por Robert De Niro. En Ellis, De Niro pasea por el deshabitado complejo que sirvió de aduana para fiscalizar la entrada a EE.UU. por el puerto de Nueva York. La imagen se combina con la voz en off de su protagonista reflexionando sobre las necesidades de los migrantes, el doloroso paso por la isla o las expectativas generadas por el sueño americano. La grave voz de De Niro, junto a la música y un uso de imágenes reproducidas en las paredes similar al que -junto a Agnès Varda- JR emplearía en Caras y Lugares (2017), logran una bella narración con la que reivindicar la memoria de los millones de migrantes que pasaron por la isla.
En el caso de James Gray, la isla sirve como lugar inicial en el que se produce el primer nudo dramático: Magda es retenida en Ellis al detectarle los médicos problemas respiratorios y Ewa debe despedirse de ella. La propia Ewa entra en contacto con Bruno, un hombre de negocios que la ayuda a establecerse en la ciudad pero que pronto la obliga a prostituirse con la promesa de que el dinero generado servirá para rescatar a su hermana. La prostitución de Ewa, su cierta condescendencia hacia Bruno, la desesperación de la recién llegada debida a la necesidad, el deseo de poder sacar a Magda de Ellis y la relación que establece con el primo de Bruno melodramatizan una película que termina evitando discurrir sobre las causas de la migración para reproducir un entuerto rosa a tres bandas.
Donde JR se preocupa de buscar la claridad dentro de aquel vacío mediante sugerentes imágenes poéticas que resaltan la memoria histórica del lugar, Gray divaga por un melodrama histórico más obsesionado con hacer cuadrar una narración retorcida. En ese sentido, es acertado el cambio del título en castellano de su original en inglés “The Inmigrant”.
Z, la ciudad perdida (The Lost City of Z, 2016)
Hay algo misterioso y elusivo en Z, la ciudad perdida, la nueva película de James Gray, que hace difícil clasificarla. Podríamos empezar diciendo que es una película de aventuras de corte clásico, con ecos de John Huston, Robert J. Flaherty y Terrence Malick. Como eso es un poco vago, cabría tratar de concretar algo más añadiendo que es la historia de Percy Fawcett, un oficial del ejército británico que, a principios del siglo XX, se adentró en la Amazonia para cartografiar un río y volvió de su expedición obsesionado con un misterio oculto en la jungla. Es más concreto, sin duda, pero igualmente insuficiente, porque la película está construida como ese mismo misterio, y exige que nos adentremos más y más para desvelar sus secretos.
Se suele decir de James Gray que es el último de los clásicos, y hay algo de cierto en ello. Al igual que muchas películas del cine clásico, Z, la ciudad perdida está estructurada por capas, y su funcionamiento depende de cuanto esté dispuesto el espectador a profundizar. Es posible verla disfrutando solamente de la acción, los continuos viajes de Percy Fawcett a Sudamerica y la intermitente relación con su mujer, Nina. Pero hay algo en el trabajo visual de Gray que nos empuja a seguir indagando, a visitar su película con espíritu de explorador más que de turista. La suya parece una puesta en escena sencilla, pero es una apariencia engañosa. Bajo la suntuosa fotografía de Darius Khondji, que nos sumerge en una selva de verdes y dorados, late una visión que aúna el respetuoso observar de un antropólogo con la voluntad poética y humanista del Kurosawa de Dersu Uzala (1975). El choque entre fantasía y realidad.
Extracto de “En lo más profundo de la selva”, por Pablo López
Ad Astra (2019)
En Ad Astra, James Gray continúa el camino de Z en un tiempo y un espacio diametralmente opuesto aunque igual de remoto. El foco de esta historia se centra más en la búsqueda interior de su protagonista Roy McBride (Brad Pitt), que en la que le es asignada, la de encontrar a su padre perdido en los confines del Sistema Solar. Por eso Z y Ad Astra están más parejas entre sí por la perspectiva intimista latente en sus protagonistas que por la grandilocuencia del contexto que les rodea. Ambas ejercen de comparación y descripción de la condición humana y sirven como propósito de la búsqueda del yo. Son películas que consiguen empatizar con las situaciones de sus personajes y James Gray es capaz de traducirlo en imágenes con una solvente puesta en escena.
Parece que James Gray no se adapta a los géneros, sino que los géneros se adaptan (o él provoca que se adapten) a su puesta en escena. Porque se puede pasar de la visión más modesta e íntima de las historias a una verdadera odisea espacial, pero sus cintas siempre dialogarán entre sí gracias al eje que todo lo gira, las relaciones personales.
Extracto de «La continua búsqueda y la adaptación del género», por Manuel Rodríguez
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