ISLA DE PERROS
Ladridos con estilo
Es fácil imaginar a Wes Anderson de niño. Quizás la estampa sería de la un chiquillo que montaba dioramas y organizaba meticulosamente sus juguetes. Todo dispuesto de forma simétrica y medida, pero manteniendo la voluntad de jugar y divertirse. Por ello, no cuesta imaginar a un director que recrea y vive su cine como un niño que enmascara la realidad adulta. Pero, como todo niño, madura. Y es por ello que su última cinta, Isla de perros, aporta nuevas voluntades y preocupaciones a su filmografía. Indicando, posiblemente, el inicio de una nueva etapa tras el colofón estilístico que supuso El gran hotel Budapest (2014).
Anderson llena sus historias de pequeñas miniaturas, maquetas u objetos que cabalgan entre la fantasía y la realidad. El bestiario marino de Life Aquatic (2004), los ratones dálmata de Los Tenenbaums. Una familia de genios (2001) o el funicular de El gran hotel Budapest, son un ejemplo de ello. Pequeñas postales donde se busca generar un bodegón vivo y chispeante. Los colores estallan en la mirada, la cámara nos conduce a través de un centralista tren de la bruja. Estilo que queda evidente en su nueva incursión animada. Isla de perros es en apariencia un tierno carrusel de plastilina que dista de las edulcoradas patologías de Disney. Quizás toda la enjundia de la película resida en el sentido homenaje que Anderson brinda a la cultura japonesa, en especial a su cine.
Cuando los tambores taiko suenan, cualquier cinéfilo ávido podría pensar que nos hemos sumergido en una película de Kurosawa. Las pausas en el camino, los respiros que Anderson pincela en la pantalla podrían ser perfectamente aquellos puntos y a parte que Ozu marcaba en sus historias. Entre toda la amalgama de influencias, Anderson explora un universo atípico. Los estigmas familiares y los niños prodigio siguen presentes en su discurso, pero la retórica deja de lado dramas livianos para alcanzar nuevas cotas. Su distopía canina hace alusión al presente inmediato más catastrófico posible. Con el carisma de un sabueso, Anderson vertebra un mundo donde el racismo es extrapolado, irónicamente, al más fiel de nuestros compañeros. Bien esos perros podrían ser la imagen de los refugiados sirios o simplemente una crítica al capitalismo más encarnizado pero, de cualquier modo, estamos ante una fábula sobre la revolución y las injusticias humanas.
En un Japón retrofuturista, los gatos han conseguido influir durante milenios en los mecanismos de poder para aniquilar a su más antiguo enemigo. ¿Os imagináis cuál es? El alcalde de Megasaki, el señor Kobayashi, acusa a los perros de ser portadores de la ‘fiebre del hocico’ y los destierra a un vertedero fuera de la ciudad denominado ‘Isla de perros’. El problema surge cuando el pupilo del propio alcalde debe ser quien ofrezca a su mascota como primer preso de la isla. Este joven, llamado Atari, decide emprender un periplo para recuperar a su fiel compañero.
La aventura es un mero pretexto para explorar el humor ácido de Anderson y sus pequeños encuadres cargados de nostalgia. Los personajes humanos, o casi todos, no han sido doblados, mientras los perros reciben las voces de un dream team actoral (Bryan Cranston, Bob Calaban, Bill Murray, Jeff Goldblum, Greta Gerwig,etc.) que pretende amenizarnos la escapada. Cabe destacar el uso de la meta animación que perfila el director para narrarnos en todo momento el contexto de su ficción. Su creación de personajes es inmaculada, aportando un estilo único pero que deja evidente que Miyazaki ha sido estudiado a conciencia por el cineasta. Los canes que acompañan a Atari en busca de su perro distraen al espectador con juegos visuales propios de un parque de atracciones. Las escenas de acción son un delirio que enmudece y que nada tiene que envidiar a veteranas producciones de animación como las de Aardman o Laika. Todo es inventiva en un espacio de sobra conocido. Quizás esa sea la virtud como narrador de Anderson. Explorar los espacios comunes de nuestra narrativa a través de un postmodernismo sensato y que realmente construye un nuevo estilo.
Isla de perros es la alternativa para aquéllos ávidos de una animación sin corsés. Repleta de detalles bellos a la vez que destartalados. Un flujo constante de inventiva condensado en gag clásicos. Es posible que la trama quede relegada frente al aluvión visual y sonoro que se nos propone, que sea algo caótica y anárquica, pero aun así, esta ópera reivindicativa, cual perro salvaje, ladra con tenacidad y fuerza.
Isla de perros (Isle of dogs, Estados Unidos, 2018)
Dirección: Wes Anderson / Guión: Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schawartzman, Kunichi Nomura / Producción: Wes Anderson, Steven Rales, Scott Rudin/ Música: Alexandre Desplat/ Fotografía: Tristan Oliver/ Montaje: Edward Bursch, Ralph Foster / Diseño de Producción: Paul Harrod, Adam Stockhausen / Reparto: Bryan Cranston, Bob Calaban, Bill Murray, Jeff Goldblum, Greta Gerwig, Kunichi Nomura, Yoko Ono, Frances McDormand, Akira Ito, Scarlett Johanson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Tilda Swinton, Liev Schreiber
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