INSEPARABLES (SERIE DE TV)
No hay representación ética del cuerpo bajo el capitalismo
Una de las primeras escenas de la serie Inseparables (2023), remake de la película de 1988 dirigida por David Cronenberg, muestra a una de las gemelas Mantle sentada en el váter y después mirando con atención el interior de este. El resto de un aborto que, sin inmutarse, la doctora recoge en su mano ensangrentada para despedirse de él. Esta primera escena marca el tono de la serie creada por Alice Birch y protagonizada por Rachel Weisz interpretando a las gemelas Beverly y Elliot, una en la que el cuerpo gestante, el embrión y el feto se construyen desde lo abyecto. La primera hermana es tímida, lleva por bandera la defensa y protección de las personas gestantes; la segunda, extrovertida e investigadora solo busca una solución para que su hermana pueda quedarse embarazada. La serie explora los códigos sobre los límites del cuerpo para presentarse desde lo desagradable e irónico.
En la película de Cronenberg el embarazo era una excusa para despertar en los gemelos cierta tensión y crisis sobre su propia naturaleza como hermanos. Pero en otras películas como Cromosoma 3 (1979), planteaba la idea del cuerpo gestante como algo repulsivo, madres que rozan lo caníbal, e incluso en Crímenes del futuro (2022), su última película, la primera escena nos presenta a una madre que repudia al hijo al que ha dado a luz considerándolo un monstruo. El canadiense desarrolló desde el body horror una estética corporal centrada en el interior, una estética orgánica. Barbara Creed en su seminal trabajo The Monstrous-Feminine identifica el embarazo como una de las fuentes desde donde se construye lo abyecto e inquietante, pues la gestación señala la impureza. Se pone en contraste la creación de vida, el milagro, con el acto de parir como un acto atroz que abre una herida y modifica el cuerpo.
Inseparables recupera el embarazo, primero presentando el interés sobre él como un acto de respeto y cuidado a través del mantra de “las embarazadas no son enfermas” para justificar la necesidad de un centro de gestación en lugar de un hospital. Paulatinamente se duda de la concepción natural de este mismo centro, la alianza con la cabeza de un imperio farmacéutico que resultó en una crisis de opiáceos (que recuerda sin duda al caso Sackler) y la obsesión de Elliot por la creación de vida embrionaria de forma artificial crean esta ambigüedad en la serie. Un espacio de conflicto entre la maternidad y la gestación, en la que los motivos de actuación de las hermanas se van desdibujando y no se reconoce cuál era el objetivo inicial… ¿ayudar?
Este discurso se ve apoyado en su construcción visual: un ambiente, el del centro de gestación de reminiscencia futurista (quizás como aquel que Cronenberg presentaba en su ópera primera también llamada Crímenes del futuro (1970)), donde investigaban cómo crear vida en un mundo en el que ya no había personas que pudiesen gestar. Los cuerpos gestantes son capturados desde la distancia, buscando la simetría en el plano y se prioriza el movimiento sobre él: las manos que palpan la barriga, los utensilios que lo invaden e incluso lo rasgan. El cuerpo embarazado se reduce a una imagen de úteros produciendo vida; son objetos, sobre todo en un primer capítulo en el que el acto de parir, mostrado de forma natural y destructiva, se representa en un montaje encadenado de bebés naciendo. La identidad de la persona que da a luz se confirma como irrelevante.
Pero a lo largo de la serie no se mantiene el bombardeo de imágenes de partos; la comida sirve de sucedáneo para mostrar la violencia sobre los cuerpos; en capítulos como el 2 o el 5, los personajes sentados a la mesa son casi cómo caníbales devorando la carne de las personas embarazadas sobre las que están discutiendo. La sangre, que no hace gran acto de presencia en la serie, invade el plano cuando aparece y sirve de recordatorio del dolor y humanidad del cuerpo. Todo ello enriquece la inquietud sobre la gestación, que pese a esa ética inicial sigue mostrándose como una gran herida, y a la vez ensancha la duda sobre las propias gemelas Mantle, que se presentan cada vez más calculadoras y frías.
La gestación no es la única protagonista. El feto, el embrión y el bebé se exteriorizan en las propias gemelas, que en ocasiones buscan volver a esos estados en los que deben ser cuidadas, en este caso no por la madre sino por la otra hermana. Las gemelas se mimetizan la una con la otra, indistinguibles físicamente: la serie lo facilita con una Beverly siempre con el pelo recogido y Elliot con la melena suelta, pero siempre queda esa duda inquietante sobre un intercambio de identidades que utilizan para compartir las amantes. La simbiosis entre ambas sucede a través de lo corporal, los constantes abrazos, roces y manos entrelazadas. También lo constata la imagen que las compara, los espejos, reflejos y planos divididos en la pantalla a través de cristales. Las miradas entre ellas buscan poner en evidencia su unión inquebrantable. Esta relación de dependencia y amor incondicional que se desarrolla a lo largo de los capítulos recuerda a otras películas como Hermanas (1972) de Brian de Palma, en aquel caso siamesas. La hermana, sin su otra mitad, despierta en un estado de psicosis.
El comportamiento errático, encarnado por una espléndida Rachel Weisz que lleva al límite de las emociones a dos personajes (pasando por la rabia, la fragilidad y el deseo), se hace cada vez más evidente causando que las hermanas se fundan la una con la otra, siendo apenas distinguibles, acorde la historia va avanzando. Pero en esa mimesis también se evidencia lo frágil de su relación al irrumpir una tercera en discordia, Genevieve, que busca continuamente la forma de diferenciarlas y separarlas. Se desestabiliza así el núcleo formado por Beverly y Elliot, se acaba con el útero que las envolvía, aunque no materno pues la madre funciona únicamente como perpetuadora de traumas. En esa introducción de un tercer personaje que comparte con Beverly el deseo de maternidad, se despierta la duda de si existe una necesidad de aceptar el modelo familiar común y “normalizado”, si no sería mejor acabar con aquel lazo psicótico que parece unir a las hermanas.
Tomando como materia prima a Cronenberg y manteniendo algunos de los rasgos más icónicos de la película de 1988, como las batas rojas que señalaban un acercamiento a la medicina cuanto menos peculiar, Inseparables supone un estudio detallista sobre la relación entre lo abyecto y la corporalidad. La maternidad y gestación habitualmente elevadas a divinidad, aquí es empujada al infierno. Aunque a veces la introducción de discusiones en torno al aborto y la gestación subrogada, que resultan relevantes en el debate de dicha corporalidad, quedan reducidas a meros intercambios de diálogo veloz y superficial. Pese a ello, se encuentra en la serie la preocupación por preguntarse cómo es el cuerpo que gesta, la materia que se está gestando, cuál es el límite de la actuación artificial sobre ellos y si es ética. Sin pretender dar respuestas, las señala para poner el foco sobre lo inquietante de un cuerpo representando desde la deshumanización, reducido a herida y explotado para el disfrute narcisista de una economía capitalista.
Inseparables (Dead Ringers, EE.UU., 2023)
Dirección: Alice Birch (Creador), Sean Durkin, Lauren Wolkstein, Karena Evans, Karyn Kusama / Guion: Alice Birch, Ming Peiffer, Rachel De-Lahay, Miriam Battye, Susan Soon He Stanton. Libro: Jack Geasland, Bari Wood / Producción: Amazon Studios, Annapurna Television, Morgan Creek Productions. Distribuidora: Amazon Prime Video / Fotografía: Jody Lee Lipes, Laura Merians / Música: Murray Gold / Interpretación: Rachel Weisz, Tia Barr, Jennifer Ehle, Emily Meade, Britne Oldford, Michael Chernus, Poppy Liu, Christina Brucato, Jeremy Shamos, Tony Crane, Aaron Dean Eisenberg, René Ifrah, Kevin Anton