IN FABRIC
Capitalismo asesino
Como si de un catálogo publicitario se tratase, In Fabric (Peter Strickland, 2018) arranca con unos títulos de crédito que vienen acompañados por una serie de imágenes de las escenas más representativas del filme. Así, mostrando sus cartas desde el inicio, arropando al espectador en su sátira consumista, Peter Strickland se embarca en un nuevo artefacto estilístico heredero de los giallos italianos y las cintas de terror setenteras. Como ya hiciera en sus anteriores The Duke of Burgundy (2014) y Berberian Sound Studio (2012), ejercicios que evocaban, directa o indirectamente, las ideas formales de dicha época (Berberian Sound Studio cuenta la historia de un tímido ingeniero inglés que viaja a Italia para encargarse de mezclar el último giallo del gran maestro del género en los años 70) In Fabric utiliza sus marcadas ideas formales -su magnética paleta de colores rojiza, su atrayente música de sintetizador, sus subliminales transiciones de autoconsciente efectismo- para elaborar un discurso personal y acorde, no solo al homenaje que plantea, si no también a la idea que subyace en su metáfora.
Sheila, una mujer divorciada, acude a las rebajas de un gran almacén inglés en busca de un vestido que ponerse para su primera cita a ciegas. En ese gran emblema del consumismo, gestionado por un extraño hombre cuasi vampírico, y unas dependientas de aire victoriano que, entre encantadoras adulaciones, parecen embrujar a sus clientas, Sheila encuentra el vestido perfecto. Un vestido rojo sangre que la hipnotiza y que la subalterna de la tienda le incita a comprar. Anteriormente, la única pista que Strickland nos adelanta sobre el vestido y los grandes almacenes es un anuncio televisivo que la protagonista ve desde el salón de su casa. Un anuncio que nos recuerda visual y sonoramente al de aquella infravalorada Halloween III: Season of the Witch (Tommy Lee Wallace, 1983), cinta de culto muy criticada por apartarse de las aventuras de Michael Myers para adentrarse en la historia de un maníaco propietario de una tienda de juguetes que empieza a fabricar máscaras que convierten a los niños en seres diabólicos. Lo mismo que de algún modo ocurre en In Fabric, donde es el elegante vestido de seda el que transforma el devenir de sus propietarios en una funesta y mortal desgracia.
Así, esa publicidad de corte setentero, de cierto carácter lobotomizador, donde la música de sintetizador y los juegos de luces ofrecen un carácter hipnótico (estos dos elementos de relación casi intrínseca siempre han reflejado de manera perfecta las obsesiones y dependencias de la gente), sirve para introducir a personajes y espectador en un juego de seducción que refleja cínicamente una época de plena expansión capitalista. Todo gira entorno a la imagen y a la fascinación con ella. A la soledad de personajes enclaustrados en la anodina rutina, refugiándose así en el alcohol, el sexo o la compra compulsiva, y cuyo erotismo nace simplemente del reflejo externo. Por ello esa prenda asesina, digna heredera del neumático de Rubber (2010), o aun más de La chaqueta de piel de ciervo (2019), ambas cintas del particular Quentin Dupieux, ejerce un poder absolutamente obsesivo sobre los personajes. Todo ello enfocado desde el prisma de la superficialidad y el gasto, del dinero que sirve para maquillar las inseguridades y problemas personales. De ese modo, una de las protagonistas trabaja en una sede bancaria, clave de la rueda monetaria que determina la vida de las personas.
In Fabric, que se divide en dos partes diferenciadas argumentalmente, aunque idénticas en narrativa y estilo (quizá la segunda más exagerada en su vuelta de tuerca irónica), claramente inspiradas en las divisiones capitulares de series fantásticas como Creepshow (George A. Romero, 1982) o Historias de la cripta (Tales from the Crypt, Steven Dodd, 1989-1996), pone su foco en el dominante paganismo de la consumición y lo hace a través de unas formas fílmicas de marcado fetichismo estético. Es imposible no sentir la presencia de Dario Argento en las imágenes de Strickland, en su esperpéntico giallo y en las pesadillescas escenas oníricas, así como tampoco es difícil sentir su sátira del universo ‘Black Friday’. Quizá por todo ello, por las formas estéticamente hipnóticas que critican el propio poder de la imagen, así como por el marcado aire de serie b, en cuya subyacente y probable seriedad siempre ha sentado mejor el espíritu crítico y cómico, es por lo que In Fabric funciona tan bien en su sugerente rareza. Porque aunque Peter Strickland juegue con el efectismo y virtuosismo retro, marca de la casa, lo hace bajo unas intenciones de turbia subversión, consiguiendo elevar su estrafalario punto de partida en una terrorífica reflexión sobre nuestros tiempos: donde trabajamos para comprar y compramos para seguir generando y trabajando. Siempre de cara a la galería. Siempre mediante elementos externos, como las exageradas y sardónicas formas fílmicas de la propia cinta. Cosiendo, de algún modo, ese vestido rojo que finalmente es nuestra propia tumba.
In Fabric (Reino Unido, Peter Strickland, 2018)
Dirección: Peter Strickland / Producción: Rook Films, BBC Films, BFI Film Fund, Head Gear Films, Metrol Technology (Productor: Ben Wheatley) / Guion: Peter Strickland / Música: Cavern Of Anti-Matter / Fotografía: Ari Wegner / Reparto: Marianne Jean-Baptiste, Sidse Babett Knudsen, Caroline Catz, Julian Barratt, Gwendoline Christie, Hayley Squires, Leo Bill, Richard Bremmer, Steve Oram, Susanna Cappellaro, Sara Dee, Eugenia Caruso, Jaygann Ayeh, Pano Masti, Terry Bird, Simon Manyonda, Derek Barr, Fatma Mohamed, Barry Adamson, Gavin Brocker, Karl Farrer, Antonio Mancino, Kim Benson
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