HUÉRFANOS DE BROOKLYN
Olvídalo, Lionel. Es Brooklyn
David Fincher, Wes Anderson y Milos Forman. Tres grandes directores con los que ha trabajado Edward Norton a lo largo de su no poco exitosa carrera. Resulta decepcionante ver que no ha aprendido prácticamente nada de ellos a la hora de pasar a estar detrás de las cámaras. Huérfanos de Brooklyn, La primera película firmada por Norton desde la comedia romántica Más que amigos (2000), resulta ser un proyecto tan ambicioso como fallido. Un ortopédico e impostado homenaje a la obra maestra del cine negro Chinatown (Roman Polanski, 1974) que prácticamente muere en la cuna.
Basada en la novela homónima de Jonathan Lethem, la historia de Huérfanos de Brooklyn narra las idas y venidas por la Nueva York de los años 50 de Lionel Essrog, un detective privado con Síndrome de Tourette. Desde la primera escena Norton deja claras sus intenciones. Los diálogos van a ser la piedra angular de las (excesivas) dos horas y veinticuatro minutos de metraje. El consagrado actor norteamericano pone tantísimo empeño en hacer hablar a sus personajes que descuida todo lo demás. La ambientación parece propia de un telefilm, de apariencia barata y sin conseguir transportar a la película al Brooklyn de la década de 1950 en ningún momento. Argumento injusto para los telefilms, eso sí, pues obras dirigidas a la televisión que recreaban la América de entre los años 20 y 50, como Boardwalk Empire o Mob City, lograron en su día una presentación mucho más conseguida que la de la película de Norton. Además de contar con una banda sonora de trompeteo de jazz tan perezosa como anecdótica –sin mencionar la canción de Thom York, que parece más un capricho del director-. Acompañada finalmente por un montaje tristemente amateur y convencional, lleno de flashbacks de recordatorio, voz en off y efectos de cámara lenta, elementos que solo dan ganas de estar viendo Chinatown.
Sin embargo, el mayor problema de esta neo-noir no es otro que la actuación de Edward Norton. Dejando a un lado el hecho de que su representación del Síndrome de Tourette está obviamente exagerada y dramatizada, todo lo que envuelve a Lionel Essrog se antoja ridículo, rozando lo autoparódico. Esos tics. Esos gritos. Su personaje parece sacado de una comedia absurda de Leslie Nielsen (Aterriza como puedas, Agárralo como puedas…). Resulta complicado tomarse en serio una película cuyo protagonista es el alivio cómico, uno constante y repetitivo. La necesidad de querer hacer reír exagerando el Síndrome de Tourette parece algo muy propio de películas de hace veinte años. Todo el elemento cómico se antoja caduco y fuera de lugar. El aspecto social de la película va a trompicones y resulta tan transparente como previsible en su desarrollo y desenlace. Sin fuerza ni sutileza alguna en su discurso contra el racismo de la época y ese buldócer llamado capitalismo. El colmo acaba llegando de la mano del “trumpniano” villano al que da vida Alec Baldwin, una versión muy superficial y poco trabajada del brillante e insidioso Noah Cross de John Huston en, de nuevo, Chinatown.
Aquí no encontramos ni la picardía y ni el carisma del Jake Gittes de Jack Nicholson, ni ese finísimo guion de Robert Town, ni muchísimo menos la embriagadora atmósfera de Los Ángeles de los años 30. Todo en Huérfanos de Brooklyn resulta ser poco más que una sombra de lo que hizo de la película de Roman Polanski un clásico del cine norteamericano. Una sombra demasiado alargada para los inexpertos hombros del director Edward Norton.
Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, EEUU, 2019)
Dirección: Edward Norton / Guion: Edward Norton / Producción: Edward Norton, Michael Bederman, Bill Migliore, Gigi Pritzker y Rachel Shane (para Warner Bros, Class 5 Films y MWM Writing Pictures / Fotografía: Dick Pope / Montaje: Joe Klotz / Diseño de producción: Beth Mickle/ Reparto: Edward Norton, Gugu Mbatha-Raw, Bruce Willis, Willem Dafoe, Alec Baldwin