HOWARD SHORE. COMPOSITOR DE DAVID CRONENBERG
Música para tus entrañas
Al final del día, los grandes cineastas son bien poca cosa sin el apoyo y el trabajo de sus colaboradores de cabecera. Profesionales, artesanos y artistas que, cada cual desde su disciplina concreta, enriquecen el cine de nombres propios de primerísima fila, construyendo junto a ellos las personales visiones que diferencian a unos de otros. No son pocas las alianzas de este cariz que se han dado a lo largo de la historia de la industria cinematográfica. Cuando esa chispa surge al unirse dos o más mentes en sintonía, lo podemos apreciar en el resultado, tanto los espectadores como, sin duda, los propios implicados, cuando escogen volver a trabajar juntos una y otra vez. Seguro que vienen a la cabeza más de uno, dos y tres casos. Scorsese y su montadora Thelma Schoonmaker, Buñuel y su amistad literaria con el guionista Jean-Claude Carrière, Wong Kar-Wai y su director de fotografía Christopher Doyle, o el vínculo de Bergman y Sven Nykvist. Podríamos llegar a un cierto consenso de que hablar de dichos directores y no comentar la aportación de esos otros grandes nombres sería perder la oportunidad de comprender qué es lo que hace que su cine tome la forma que conocemos. Pues bien, si tratamos de acercarnos al cine de David Cronenberg, es inconcebible no hacerle una visita a otro nombre propio, el de un músico que es probable que a priori reconozcamos por otros motivos. Nos referimos, claro está, al enorme compositor -y, como el cineasta, también canadiense- Howard Shore. A parte de ser el autor de bandas sonoras tan renombradas como las de los filmes de El Señor de Los Anillos (Peter Jackson, 2001-2003), o El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), entre otras, Shore es el más fiel de los colaboradores de Cronenberg.
El caso de los compositores habituales es algo distinto a aquello a lo que nos referíamos antes, quizás por el hecho de que, mientras que montadores, guionistas o directores de fotografía terminan encontrando su trabajo integrado en el filme en sí, el músico arma una obra paralela a la película. Es por ese motivo que encontrar un artista en perfecta sintonía con la visión del cineasta resulta esencial. Así, se podrían citar uniones como las de Tim Burton y Danny Elfman, Kenneth Branagh y Patrick Doyle, Steven Spielberg y John Williams, Wes Anderson y Alexandre Desplat, entre otros muchos. Y, por supuesto, David Cronenberg y Howard Shore. Estos últimos coincidieron por primera vez en Cromosoma 3 (1979), la tercera película del cineasta, y desde entonces el compositor ha participado hasta en quince de los dieciséis siguientes largometrajes de Cronenberg, con la excepción de La zona muerta (1983). El resto, hasta la más reciente Maps to the Stars (2014), cuentan con música del puño y letra de Howard Shore. Su música es distintiva por su sensibilidad y su calidad atmosférica y envolvente, pero sobre todo por haberse sabido adecuar de forma tan fructífera a cada una de las propuestas del director. El cine de David Cronenberg es un tipo de cine eminentemente personal, la mirada que este ofrece al mundo es totalmente original, y su forma de adaptarse a una contemporaneidad cambiante ha sido ir alterando, renovando su propio acercamiento a esta. Al poner el foco en la filmografía de un director tan característico por esa evolución, en realidad se está reforzando un statement que tiene mucho que ver con el estado del cine hoy en día. Con la complejidad que todo ello entraña, es razonable suponer que no se trata de un cine fácil de musicar. El secreto, descifrado por Shore, está en el aportar sin abordar, y eso es lo que hace exactamente su música, tomando sinuosas formas que se acomodan a los recovecos de la afilada mirada del cineasta.
Uno de los aspectos más destacables de las propuestas de Howard Shore para el cine de Cronenberg es que no hay banda sonora que se parezca a otra. Igual que sucede con los propios filmes, donde encontramos cumbres de esa “Nueva carne” como La mosca (1986), otras más estilizadas como Crash (1997) o los más herméticos Una historia de violencia (2005) o Promesas del Este (2007), las partituras de Shore para ellas son totalmente distintas. Partiendo de una base aparentemente más clásica, con el tipo de orquestación que solemos relacionar con una idea canon de la banda sonora, el compositor va vaciando su propuesta de sonoridades familiares. Así, aunque los instrumentos y las formas puedan parecer que nos trasladan a lugares de confort, la sensación última es de una desazón en perfecta sintonía con las propuestas de Cronenberg. Eso es exactamente lo que sucede, por ejemplo, en La mosca. En el caso de Crash, Shore se deshace incluso de ese anclaje más académico para introducirse en un terreno disonante, tensionado, de guitarras eléctricas y arritmias. Más adelante, Una historia de violencia y Promesas del Este recuperan el aspecto sinfónico, rebajando esas desarmonías, como hace a su vez Cronenberg con el guión y la propuesta visual de dichos títulos. Y así, con cada uno de los proyectos en común.
Como apunte curioso, aunque en la mayoría de los casos Howard Shore se embarca en dichos retos solo, podemos encontrar colaboraciones muy dispares en dos de las bandas sonoras. Primeramente, en El almuerzo desnudo (1991), encontramos al gran Ornette Coleman, saxofonista revolucionario del free jazz. La sensibilidad que comentábamos de Shore se mezcla en este caso con la sonoridad vanguardista del músico solista, aportando al filme un tono aún más onírico/surrealista, si cabe. Y, finalmente, comentar el crédito compartido entre Shore y Metric, el grupo canadiense, en la banda sonora de Cosmopolis (2012). En este caso, resulta en un ecléctico híbrido entre el toque atmosférico del compositor y el ritmo mucho más contemporáneo del grupo de indie rock.
Sería acertado suponer que gran parte del peso de la imagen que tenemos del cine de Cronenberg recae en el trabajo sutil, si bien prolijo, de Howard Shore. Y es curioso que la música sea un tema a menudo obviado, quizás por el hecho de que se suele comentar sobre todo la parte visualmente impactante o los guiones retorcidos. Sin embargo, todo está meticulosamente construido para ir de la mano con el filme, como si de un trabajo de orfebrería se tratara. Invito a revisitar la filmografía del canadiense, esta vez escuchando atentamente. Cuándo hay sonido, cuándo hay silencio.
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