HIT MAN. ASESINO POR CASUALIDAD
Baile de máscaras
“Lo que estáis a punto de ver es, de alguna manera, una historia real inspirada en la vida de Gary Johnson”. Esta frase, rotulada sobre negro, abre la última película de Richard Linklater, Hit Man. Asesino por casualidad (2023) que vuelve a recurrir a un artículo de la revista Texas Monthly, al igual que en Bernie (2011), como punto de partida para desatar la ficción. Este dato, que a priori puede tomarse como una mera coincidencia (sumado al hecho de que sendos artículos pertenezcan al mismo periodista, Skip Hollandsworth) sirve para ubicar Hit Man en la filmografía de un director, que si bien tiene una obra heterogénea en estilos y enfoques (desde la rotoscopia hasta los rodajes que abarcan más de una década), organiza sus películas en torno a dípticos o trilogías. Entre ellas su más celebrada trilogía del amanecer o el díptico en torno al fin de la adolescencia conformado por Movida del 76 (1993) y Todos quieren algo (2015). Pensando de esta manera su cine, la pulsión de Linklater por desentrañar las complejidades de la identidad, y las formas que puede disponer el cine para representarla, aparece en toda su obra como nexo común.
Hit Man, camuflada como un simpático biopic de Gary Johnson, veterano de Vietnam reconvertido en profesor de filosofía y policía encubierto en su tiempo libre, utiliza esa dicotomía entre lo anodino y lo extraordinario (la misma que caracterizaba al Doctor Jones en su doble faceta como profesor universitario y ladrón de tumbas en la famosa saga del arqueólogo) para meditar en torno al poder de la interpretación como generador de ficciones. Un juego performativo en el que Linklater destila su puesta en escena en favor de su actor protagonista (también coguionista de la película), un Glenn Powell que lleva al límite su transformación en cada una de las máscaras con las que se arma Gary para con su labor de falso-sicario (dotando a cada una de sus falsas identidades de manierismos, tics y dicciones propias). Esta naturaleza teatral, cimentada más en lo interpretativo que en lo dramatúrgico, se ve reflejada en una puesta en escena que busca pasar desapercibida. Si los compañeros de Gary en la ficción se encargan de microfonar secretamente cada estancia para poder recoger las pruebas que incriminen al variopinto elenco de criminales, Linklater compone una planificación invisible, con el único propósito de registrar la información dada por el guión e interpretada por los actores. Un gesto utilitario que si bien lleva consigo una concepción Hawksiana de la puesta en escena (esta búsqueda de ser invisible), acaba comprometiendo la fuerza de las imágenes que registra. Las secuencias, resueltas en planos medios y sus contraplanos y renunciando a cualquier profundidad de campo, se construyen en torno a favor de su legibilidad (cada localización inaugurada por su plano de situación). La fotografía, de iluminación neutra y bajo contraste, parece obedecer más a criterios de consumo que a valores expresivos y el acompañamiento musical cumple como herramienta para construir subrayados que marquen un tono ausente en las imágenes (sobretodo en lo referido a generar suspense). La sintaxis del cine del Hollywood clásico se mezcla con el lenguaje televisivo y la idea (apuntada desde esos códigos clásicos) de que Hit Man funciona como un combinado de la screwball comedy y el film noir se sostiene gracias al trabajo interpretativo.
En determinado punto de la película, Gary, en el papel del sicario Ron, conoce a Maddison (Adria Arjona), una mujer que ha tomado la decisión de encargar el asesinato de su marido. En su primer contraplano surge el enamoramiento y a partir de aquí Arjona desempeña un doble papel (el de la femme fatal y el de la mujer screwball). La entrada de Maddison en la trama produce un viraje hacia la comedia romántica y el peso de la película recae en el juego actoral de Powell y Arjona. Más que seguir a sus personajes, Linklater se centra en sus intérpretes. Dejamos de asistir a la historia de Gary Johnson para adentrarnos en un baile de máscaras, de igual manera que la historia de David Huxley y Susan Vance dejaba de importar frente al juego actoral de Cary Grant y Katherine Hepburn en La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938). La voluntad de Linklater por generar un aura equivalente a la del star-system se hace patente al mismo tiempo que Hit Man se desvincula de la historia real.
Este viraje hacia la ficción hace resonar el núcleo temático de la película. Gary, en su trabajo como falso sicario, se dedica a generar las ficciones que deseen sus empleadores (cuando revisa la ficha de Maddison antes de su encuentro, se pregunta “¿Quién es tu asesino?”). Una vez Gary encuentra esa identidad que quiere ser (Ron), se aferra a ella. A lo largo de la Hit Man asistimos a varias de las clases de filosofía de Gary. En la primera, lanza a sus jóvenes alumnos una cita de Nietzsche: “El secreto de aprovechar la existencia, de conseguir el máximo disfrute, consiste en vivir peligrosamente”. Esta consigna, quizás evidente y manida, concentra la naturaleza vitalista del cine de Richard Linklater y sirve como clave de lectura textual anexa pero palidece ante unas formas (un lenguaje) más funcionales y medidas que arriesgadas y despreocupadas.
Hit Man. Asesino por casualidad (Hit Man, Estados Unidos, 2023)
Dirección: Richard Linklater / Guion: Richard Linklater, Glen Powell, Skip Hollandsworth (basado en su artículo del Texas Monthly) / Producción: Jason Bateman, Glen Powell, Richard Linklater / Música: Graham Reynolds / Fotografía: Shane F. Kelly / Montaje: Sandra Adair / Dirección artística: Rodney Becker / Reparto: Glen Powell, Adria Arjona, Austin Amelio.