HIGH LIFE
La vida en un contenedor
El deseo contra la máquina
Los estrechos y tensos pasillos de una nave espacial a medio abandonar pueden ser solitarios, pero nunca están vacíos. Entre sus paredes y cámaras laterales se encuentran rastros de una tripulación que ya no existe, y los recuerdos de aquella otra, la de la nave Nostromo, destruida por una insistente criatura. ¿Qué puede llevar a la destrucción una tecnología capaz de surcar las estrellas y desafiar el infinito?
En una afortunada lectura en clave lacaniana de Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), el filósofo y critico cultural Slavoj Žižek identificaba a esta criatura con la libido. La criatura diseñada por H.R. Giger no sería una forma de vida, sino la vida como tal, corporizada. Indestructible, inmortal, movido únicamente por la pulsión de sobrevivir y reproducirse: eso es el alien, y la libido. Para el psicoanálisis la libido es ese exceso de vida que insiste, indiferente a los límites del organismo, hasta la “pulsión de muerte”; el deseo más allá de los límites biológicos. Como una célula que se reproduce ciegamente sin contar con el resto. En High Life no hay ningún alien, pero encontramos el mismo exceso de vida insistiendo contra el soporte vital que garantiza la supervivencia en el espacio de una tripulación.
Sin embargo la primera incursión de Claire Denis en la ciencia ficción ?una coproducción internacional rodada en inglés? surge de una imagen en las antípodas de la “pulsión de muerte”. Un hombre cuidando de un bebé, solos en el espacio. Así comienza High Life, mostrando el efecto de la paternidad en un Robinson entre las estrellas con los rasgos de Robert Pattinson. Es el único superviviente de una tripulación cuyos cuerpos sin vida arrojará al vacío mientras el título del film se imprime en la pantalla: Vida (“High Life”) y muerte. El otro punto de origen (o de destino) de la película es el cortometraje Contact (2014), una colaboración de Claire Denis con el artista Ólafur Eliasson, conocido por sus esculturas-instalaciones de luz. Ambos trataban de dar forma mediante la abstracción a conceptos tan irrepresentables como los de “agujero negro”, “singularidad” e “infinito” con la sencillez de una línea de luz sobre el vacío. Esa fue también la primera colaboración de Denis con el director de fotografía Yorick Le Saux, quien en High Life sustituirá a la habitual Agnès Godard.
Monte ?así se llama este nuevo Robinson? está solo. Pero tiene un bebé a su cargo, un vínculo humano genuino, y eso condiciona sus posibilidades de actuación. Debe seguir adelante. Hasta el infinito. En una nave cargada de recuerdos. Tal vez por ello, o tal vez por la cercanía de un agujero negro, se desestructura la historia. El caso es que imágenes del pasado comienzan a asaltar el relato. Recuerdos de la Tierra filmados con la atemporalidad del 16 mm se mezclan con el pasado de la expedición, que acabará adueñándose de la narración en su segmento central. La textura del fotoquímico se siente cálida y natural frente a estas imágenes de la nave grabadas en digital, más diáfanas y envueltas en una atmósfera abstracta bajo las luces de neón de la nave, que tiñen los cuerpos de la tripulación, y la banda sonora de Stuart A. Staples. ¿Cómo han llegado a convertirse en cuerpos flotando en el espacio?
Claire Denis muestra el colapso de esta sociedad desnaturalizada en miniatura que es una tripulación espacial sin recurrir a ninguna criatura externa, tan solo atenta a la rutina y a los cuerpos, a las miradas de deseo ?atentos a la química, tan física, entre Monte (Robert Pattinson) y Boyse (Mia Goth)? y a las manifestaciones de ese exceso de vida que no puede ser contenido y reciclado por el soporte vital de ninguna nave y que podemos sentir en el ritmo denso de High Life y en su tiempo estático y atmosférico, de una calma tensa sacudida por estallidos de violencia. La libido no ex-siste, in–siste, decía Lacan, y Claire Denis parece confirmarlo al mostrarla no corporizada en un alien exterior, sino inoculada en una puesta en escena del deseo y de la máquina. Como si Alien, el octavo pasajero la filmara Tarkovski.
La disciplina del reciclado
La vida en la nave de High Life, que ha sido diseñada como un contenedor de mercancías por Ólafur Eliasson, se mantiene por un complejo sistema de reciclaje de naturaleza hidráulica. Un sistema cerrado y compartimentado en aguas sucias, aguas grises y aguas limpias con la pretensión de regular y contener la vida en la nave indefinidamente, perpetuándola. Todos los fluidos corporales deben estar bajo control; el pelo tras el afeitado, almacenado en placas de Petri; las heces y los orines, reciclados y reaprovechados… Los tabúes no importan porque se ha roto del todo con el orden natural. Hasta los criminales son reciclados en héroes. La tripulación ha sido reclutada entre condenados a muerte o a perpetuidad para una misión sin retorno hacia un agujero negro, a años luz de la Tierra, en busca de una fuente inagotable de energía. El control de la nave es absoluto y su sistema queda cerrado cuando, al final de cada día, el comandante en funciones ha de enviar el informe de bitácora para restablecer el soporte vital durante 24 horas más. El soporte vital de la nave es la otra cara, el cuerpo, de una prisión. Y en su centro se encuentra Juliette Binoche.
La doctora Dibs (Juliette Binoche), una antigua Medea reciclada en médico investigador de la nave y especialista en reproducción, desempeña una siniestra misión. Reparte sedantes con la alimentación y narcóticos a cambio de esperma; realiza experimentos de reproducción en el espacio ?si tuvieran éxito, la expedición podría prolongarse, sobrevivir y reproducirse hasta el infinito?; y guarda los turnos de una máquina cronenbergiana de dildos, correas, orgasmos y metales llamada The Fuck-Box. Una misión aparentemente destinada a canalizar aquel exceso de vida (la libido) que escapa a las regulaciones del soporte vital. La llaman “la bruja del esperma”, y como tal es interpretada por Binoche y filmada por Denis: el cabello azabache, largo y ondulado, tupido, se pega a sus brazos o a su espalda mientras manipula el aparataje científico, cabalga la Fuck-Box u observa a Monte con deseo. Solo él se mantiene al margen de esta disciplina del reciclado negándose a participar de los intercambios de la doctora con la castidad de un monje.
Sexo, afecto y la singularidad del amor
¿Dónde queda el deseo en este cuerpo tecnológico? ¿Dónde va a parar el afecto? La trama de High Life plantea estas cuestiones, que en su propia puesta en escena explora, mientras cada personaje se procura una vía de escape a la vida alienante e inhabitable del contenedor. Monte, a través del celibato; la Dr. Dibs, de sus experimentos; otro, cultivando un pequeño huerto, simulacro de la tierra… Hasta que sucede lo inevitable y el sistema estalla. Primero como tragedia, después como farsa; en dos formas muy diferentes de violación. Así, sin el consentimiento de sus padres, nace Willow, último eslabón en la cadena que destruirá a la tripulación… hasta que en la última y milagrosa escena de este segmento central Monte reconozca al bebé como hija suya estableciendo un vínculo que parecía imposible en ese entorno y que le permitirá, al fin, habitarlo. Y elipsis.
Una Willow adolescente, criada en este orden sin tabúes ni naturaleza, es expulsada por su padre de la cama el día de su primera regla. Sobrevuela, implícito, ese otro gran tabú fundacional: el incesto. Al enmarcar la destrucción de la tripulación de High Life entre estos dos bloques paternofiliales, Denis ha desplazado el tono apocalíptico de un thriller espacial de supervivencia en una película de renacimiento y esperanza. Y así concluye, con un enigmático “Shall we? / Yes” entre padre e hija en el núcleo de un agujero negro: la singularidad. Una invitación en la que, por vía de la abstracción de Contact, el infinito y la singularidad de la astrofísica quedan unidos a un mensaje de esperanza y desafío, de la vida vivida sin tabúes: el reconocimiento de un amor infinito.
High Life (Francia, Alemania, Reino Unido, Polonia y EEUU, 2018)
Dirección: Claire Denis / Guion: Claire Denis, Jean-Pol Fargeau y Geoff Cox / Producción: Laurence Clerc, Oliver Dungey, Christoph Friedel, D.J. Gugenheim, Andrew Lauren, Klaudia Smieja, Claudia Steffen, Olivier Thery Lapiney (para Alcatraz Films, Andrew Lauren Productions (ALP), BFI Film Fund, Madants, Pandora Filmproduktion y The Apocalypse Films Company) / Música: Stuart A. Staples / Fotografía: Yorick Le Saux / Montaje: Guy Lecorne / Diseño de producción: Ólafur Eliasson y François-Renaud Labarthe / Reparto: Robert Pattinson, Juliette Binoche, Mia Goth, André Benjamin, Lars Eidinger, Agata Buzek, Claire Tran, Ewan Mitchell, Gloria Obianyo, Victor Banerjee
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