HEARTSTOPPER
Amar con respeto
En una de las correspondencias que Vincent Van Gogh escribió a su hermano, el pintor afirmaba que “es bueno amar muchas cosas, porque ahí radica la fuerza, y el que ama mucho realiza mucho y puede lograr mucho, y lo que se hace con amor está bien hecho» (Cartas a Theo, 2012). Resulta fácil hoy, sin duda, amar muchas cosas frente a un panorama audiovisual y de plataformas streaming que estrena continuamente cantidades ingentes de contenido inabarcable para todo espectador. Sin embargo, se evidencia en este contexto que lo que más se ama es el beneficio económico de las ficciones y no tanto el valor artístico o social que puedan tener tras de sí. En consecuencia, el mercado se llena de contenido que muchas veces no es más que fuegos artificiales para los sentidos, distracción efímera e intrascendente. Así pues, queda evidenciado que “lo que se hace con amor está bien hecho” es una generalización que no siempre se cumple, aunque para la suerte de los distintos targets a veces sí se formaliza. Heartstopper (2022-, Alice Oseman) es uno de estos casos.
Dentro de la corriente de contenidos que podríamos tildar de “mainstream”, esta ficción de Netflix se desvincula de una fórmula reiterativa, de elementos introducidos con calzador y de otros clichés usados hasta la saciedad. Heartstopper deja los aires grandilocuentes de muchas series mainstream contemporáneas, para adaptar la historia clásica de “chico conoce chico” que Alice Oseman -creadora y también guionista de la serie- lleva dibujando en su colección de novelas gráficas. Basándose en el material original, la ficción le hace honor y respeta sus principales pilares, mientras dramatiza algunos aspectos -distanciándose ligeramente de ese carácter acaramelado primario- e incluye nuevos elementos que reman a su favor. De esta manera, el romance de Charlie (Joe Locke) y Nick (Kit Connor), a lo largo de los ocho capítulos de menos de media hora, revela una brillante adaptación que, si bien cae en una simpleza formal, tiene mucho que decir a nivel temático.
Heartstopper es un algodón de azúcar y no se esconde; es el espectador quien debe elegir si probarlo o no. Esta autoconsciencia no la convierte en mejor serie, aunque sí la hace mucho más transparente para aquellos que le quieran dar una oportunidad. Desde el inicio del primer episodio, es clara en su planteamiento y su identidad como ficción. En esa entrada al instituto de Charlie después de las vacaciones de Navidad y con el tema indie-pop Want Me sonando de fondo –que bien podría reforzar el punto de vista y el carácter del personaje– se sigue todo un montaje rápido, marcado por la división de la pantalla en viñetas y un claro dualismo cromático azul-amarillo que acabará siendo un sello distintivo de la pareja protagonista. Estos elementos iniciales son algunos de los muchos cuyo fin busca reseguir las intenciones latentes e intentar conectar directamente con un público joven.
Las formas en Heartstopper se centran en aquello que recubre la superficie de la serie, dejando a un lado movimientos de cámaras sugerentes y cualquier uso sutil del montaje. Así pues, a esa fórmula que plantea la primera escena se le suman otros recursos como la inclusión de recurrentes arcoíris en los haces de luz que entran en cuadro, el uso de los chats como muestra de inseguridades entre personajes y como nexo de unión entre espacios y tiempos o la saturación de colores para externalizar los sentimientos internos y las percepciones de los personajes principales. En relación a este último punto, al igual que con la separación en viñetas de los planos, la serie vuelve a reafirmar su origen con la presencia de animaciones. Por un lado, estas poseen un simbolismo relacionado con el enamoramiento –como las hojas que pronostican el fin del invierno y el inicio de la primavera– o con el amor –como los agapornis que vuelan juntos e inseparables-. Por otro lado, sirven en esa tarea de dramatizar la historia original e introducir temas serios como el bullying o avanzar otros relacionados con la salud mental, en los que se ahondará en futuras temporadas.
Sin embargo, tras toda esta cobertura dulzona y colorida, se encuentran unos personajes verdaderamente bien desarrollados. Cada uno está creado con una madurez fiel a la edad que poseen y tratados con respeto y coherencia. En su configuración, se rehúye cualquier tipo de infantilismo o mirada adulta de superioridad sobre ellos y cada uno de los conflictos con los que han de lidiar individualmente más allá del puro romance. Ninguno es tratado como relleno e, incluso las nuevas incorporaciones con respecto a los cómics como Imogen (Rhea Norwood) o Isaac (Tobie Donovan), tienen un cometido y su presencia no cae en vano. Además, el reparto de personajes destaca por su diversidad. Esta no se introduce para llenar un cupo de representación –sumamente necesaria– de forma forzada y sin respeto como muchas producciones realizan actualmente, sino que se presenta desde una consideración, una llaneza y el entendimiento de una realidad presente en nuestra sociedad contemporánea –por mucho que algunos quieran negarla–.
Dentro de un mainstream “juvenil” con historias románticas vacuas y banales que solo buscan la morbosidad de las imágenes y la demostración sexual de los personajes, Heartstopper pone en valor una historia desde el respeto y la comunicación. Los personajes hablan, porque solo hablando las personas solucionan sus problemas y sus malentendidos. Asimismo, la (in)comunicación no es un foco temático como en series como Normal People –crucial en sus tramas y entendimiento de personajes–, pero por ello tampoco se utiliza como un elemento sin sentido para enrevesar las tramas y el argumento como muchas veces se hace en series adolescentes tan vistas como Élite –culmen de esa morbosidad y sexualización mencionada recientemente–.
A todo esto, la relación vertebradora de Charlie y Nick no gira en torno a la salida del armario o el amor imposible –ambas perspectivas ampliamente tratadas en ficciones LGTBIQ+–, sino que se decide abordar desde el concepto de identidad y la decisión por deconstruir estereotipos preestablecidos. De este modo se consigue una historia de amor representativo y diverso, donde el foco principal es el amor como concepto universal y sin necesidad de etiquetas. Una serie que alza la voz para aquellos que aún no están preparados y para aquellos que ya lo han hecho. Y lo hace sin pretensiones, sin dobles sentidos, de forma totalmente clara. Así, como las animaciones de hojas multicolores que vuelan y danzan libres sobre Charlie y Nick en la playa mientras su alrededor se convierte en un lienzo dibujado, Heartstopper invita al joven espectador –y, por qué no, también al no tan joven– a ser como esas hojas, libres, y a soñar con encontrar a esa persona a cuyos brazos poder pertenecer algún día.
Heartstopper (Reino Unido, 2022-)
Creadora: Alice Oseman / Dirección: Euros Lyn / Guion: Alice Oseman (basado en sus novelas gráficas) / Producción: See-Saw Films / Fotografía: Diana Olifirova / Música: Adiescar Chase / Montaje: Sofie Alonzi / Intérpretes: Joe Locke, Kit Connor, Yasmin Finney, William Gao, Cormac Hyde-Corrin, Corinna Brown, Kizzy Edgell, Tobie Donovan, Rhea Norwood, Sebastian Croft, Olivia Colman, Jenny Walser, Akinade, Chetna Pandya