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HARKA

Una ardiente mirada

Ya desde los primeros planos paisajísticos con los que se abre Harka (2022), hay una naturaleza casi de parábola en la configuración que propone Lotfy Nathan. La voz en off de Sarra (Ikbal Harbise), la hermana pequeña, comienza a contar un mito sobre cómo de la nada, en un terreno árido, comenzó a brotar agua hasta conformar un lago y, al poco tiempo, esa agua se ennegreció, haciéndola imbebible e impidiendo que se pudiera bañar nadie. El acto de contar anticipa el contexto del relato y, al mismo tiempo, el carácter simbólico del agua y, en consecuencia, del fuego.

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La voz se convierte en un elemento que sostiene esa esencia de parábola durante una narración que, atendiendo al dramático trasfondo donde se ubica la historia, rehúye lo evidente, la “sobreacentuación” de la fatalidad y la mirada dogmática. Existe, en la forma de tratar la intimidad fraternal, un tacto y un detenimiento que recuerdan a Songs My Brothers Taught Me (Chloé Zhao, 2015). Aun así, y pese a compartir algunos temas -la fraternidad, la necesidad de huir o las heridas de una separación-, cuando Harka sale de ese núcleo familiar deriva por un camino mucho más frenético, acelerando involuntariamente hacia la tragedia. De este modo, la intermitencia de la voz de Sarra deviene una distracción y un subrayado innecesario en un relato que, pese a guiar al espectador a través del punto de vista de Ali (Adam Bessa), apunta a la hermana pequeña como la cronista. Su redundancia y la externalización respecto del protagonista de la película, hacen que este elemento se haga difícil de digerir y, en determinados momentos, avance cosas que, posteriormente, las imágenes son capaces de contar mejor. 

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Con todo, Lofty Nathan construye una historia de humanidad, en la que Ali se ve obligado a desistir de su huida para volver en ayuda de sus hermanas después de tres años ausente; se ve movido a regresar a su familia amada, a ese manantial dentro de tanta suciedad y gasolina. Desde el primer momento, el director va caldeando el ambiente y esa agitación argumental escalonada -las constantes deudas, las protestas, las mentiras gubernamentales, las falsas promesas, los abusos policiales, etc.- se traduce a nivel formal en un relevo del estatismo por el temblor de la cámara en mano y el acompañamiento creciente -y desigual- de la percusión musical de Eli Keszler.

A lo largo de esta construcción progresiva de la tensión es clave un montaje capaz de jugar a dos bandas. Se centra en mostrar ese nerviosismo e incertidumbre con una cadencia ágil mientras lentamente Ali avanza hacia un callejón sin salida, pero al mismo tiempo es capaz de refugiarse en esos remansos de paz y calma -escalonadamente menos presentes- y establecer instantes profundamente oníricos. Estos recuperan alguno de los motivos metafóricos, como el agua y el fuego, en superposiciones que elevan un estado de ánimo, intensifican la dimensión crítica del film o avanzan información al espectador, preparándolo para lo que está por venir. De este modo, se da pie a planos donde el mar se funde con el rostro de Ali, poco después de haber tocado fondo y en un momento donde está intentando no ahogarse en ese mar negro y quemarse. 

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En este marco, hay otro elemento crucial que sostiene meritoriamente los noventa minutos de duración: Adam Bessa. Su actuación se convierte en una llama viva que fluctúa por distintos estados, hundiendo al espectador en su frustración y su crispación sin necesidad de caer en el histrionismo facilón. Realiza un trabajo balanceado entre lo explosivo y lo contenido, pero sabiendo transmitir hasta esa misma represión emocional fruto del rencor y la angustia sin caer en el gesto vacuo. A través de una mirada incendiaria o la mueca de una boca torcida que ansía morderse los labios para no gritar, Adam Bassa colma cada hueco del encuadre con su presencia y muestra cómo la esperanza es lo último que se pierde. Y, aun así, también se puede perder. 

Harka plantea un relato de supervivencia que ataca directamente a esos gobernantes que abandonan a su pueblo, ese poder que exprime a su gente, les miente y les deja indefensos. Bajo un tempo in crescendo, acelerado por la angustia protagónica, la película avanza hacia una llamada a la sociedad y a la recuperación del concepto de comunidad por encima del de individuo como sujeto cegado por el poder y ajeno a su entorno. Y en ese culmen final, cuando la llama ha prendido, parece desprenderse una súplica por lograr recuperar la pureza del agua y conseguir nadar en ella sin que antes, nuevamente, todo deba arder.

 


Harka (Alemania-Bélgica-EE.UU.-Francia-Luxemburgo-Túnez, 2022)

Dirección: Lotfy Nathan / Guion: Lotfy Nathan / Producción: Cinenovo, Kodiak Pictures, Spacemaker Productions, Beachside Films, Anonymous Content, Tarantula, Detailfilm, Cinétéléfilms, Red Sea Film Festival Foundation, Wrong Men North, Das kleine Fernsehspiel (ZDF) / Montaje: Sophie Corra, Thomas Niles / Fotografía: Maximilian Pittner / Música: Eli Keszler / Reparto: Adam Bessa, Najib Allagui, Salima Maatoug, Ikbal Harbi, Khaled Brahem, Hsouna Heni

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