GRINGO, SE BUSCA VIVO O MUERTO
Una píldora fácil de tragar
Harold Soyinka (David Oyelowo), contable de una empresa farmacéutica, viaja a México junto con sus jefes, Richard Rusk (Joel Edgerton) y Elaine Markinson (Charlize Theron), para supervisar la fabricación del nuevo producto de la compañía, el Cannabax, un compuesto de marihuana con el que pretenden hacerse con el mercado estadounidense tan pronto como se solventen los impedimentos legales. Este es el inicio que desata Gringo, se busca vivo o muerto (Gringo, EEUU, 2018), la segunda película de Nash Edgerton después de The Square (Australia, 2008). La película pretende ser una comedia negra de acción basada en sus delirantes personajes y el modo en que sus historias paralelas, por breves instantes, llegan a tocarse. Y hay que decir que, como tal, funciona por momentos, siempre sostenida por las situaciones paródicas e imprevisiblemente cómicas que se plantean.
Cada personaje es una parodia de sí mismo. Como ese tiburón de los negocios que es Richard Rusk, avaro, rastrero y despreciable ser, de actitud paternalista pero traicionera a su vez, cuyos paralelismos con Donald Trump son evidentes. Elaine Markinson, de cargo similar en la empresa y su amante, muestra de forma exacerbada los mismos rasgos clasistas que su compañero. Cree amarlo, pero a su manera tóxica y posesiva. En el espectro moral opuesto se encuentra Mitch Rusk (Sharlto Copley), hermano de Richard y exmercenario encargado de rescatar a Harold solo a cambio de destinar el pago a ayuda humanitaria. El histrionismo con el que David Oyelowo interpreta al protagonista tan sólo puede rivalizar con el del personaje de Villegas (Carlos Corona), alias Pantera Negra, un capo de la droga fanático de The Beatles. Este grupo es tan importante para él que matará a todo aquel que no reconozca que su mejor álbum es Let It Be (Reino Unido, 1970), lo cual no deja de ser paradójico teniendo en cuenta que la canción homónima habla de tolerancia y hermandad. De los choques de todas estas personalidades tan marcadas y contradictorias es de donde fluyen los mejores momentos del film, que son los más divertidos e hilarantes. Por contra, la inocente Sunny (Amanda Seyfried) se ve arrastrada por su novio Miles (Harry Teadaway), de aspecto rebelde y alternativo pero con pocas ganas de demostrarlo, hacia una subtrama tan convencional como sus respectivas personalidades, lo que en contraposición al tono del resto de la película parece dejarlos fuera de lugar.
No solo de humor gamberro y personajes estrafalarios vive la película. La otra pata que la sostiene son sus breves pero contundentes escenas de violencia efectivamente resueltas, que agilizan una trama que por lo demás se toma su desarrollo con calma. Cada culatazo duele y cada disparo ensordece, lo que denota un cuidado especial casi fetichista en esos apartados sonoros concretos. Todo esto en conjunto, la hilarante parodia y la violencia descarnada, componen una pastilla fácil de tragar, disfrutable en el momento pero fácilmente olvidable.
Si bien no podemos hablar de un estilo formalmente marcado, sí que se aprecia cierta continuidad temática a lo largo de la dilatada carrera de Nash Edgerton dentro de la industria. Ya desde su primer cortometraje Loaded (Australia, 1996), de factura prácticamente amateur, se aprecia su interés por el submundo de la delincuencia, y trabajos posteriores como el binomio que forman Spider (Australia, 2007) y Bear (Australia, 2011) se encuentran marcados por bruscos e inesperados giros cargados de un humor negro muy cercano al de Gringo. De lo que carecían sus obras anteriores, en cambio, era de contener en su interior un sustrato crítico relevante, cosa por la que esta última película ya supone un cambio para la filmografía de Nash Edgerton. Y precisamente ese nuevo interés, llevado por el actual clima político-social estadounidense, es el verdadero punto flaco de Gringo.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto la proliferación de un discurso crítico en contra de sus políticas y actitudes. Respecto al cine, basta con ver títulos de la pasada edición de los Óscar como La forma del agua (The Shape of Water, Guillermo del Toro, EEUU, 2017) o Tres anuncios a las afueras (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, Martin McDonagh, Reino Unido, 2017) para encontrar ese subtexto más o menos soterrado. En el caso de Gringo, Edgerton se vale de la parodia para expresar este mismo discurso de forma tan explícita y tópica que en ocasiones se vuelve contra sí mismo. Cuando el personaje de Charlize Theron pregunta si es que en México no venden condones al ver las fotografías de la abultada familia del jefe de la planta de Cannabax, está criticando a esa parte de la sociedad norteamericana que se sentiría identificada con una reacción así. Pero al mismo tiempo utiliza un cliché sociológico por su valor cómico y de algún modo confirmándolo como veraz, satirizando a la vez lo propio y lo ajeno en un ejercicio de profunda hipocresía.
Si a un extranjero se le preguntara sobre España seguramente respondería: flamenco, toros y jamón. Del mismo modo, si quisiéramos saber cómo es México a través de esta película nos quedaríamos con tres ideas básicas: narcotráfico, lucha libre y el Día de los Muertos. Gringo ofrece la limitada visión de un extranjero, como no podía ser de otro modo, y utiliza los referentes básicos de la cultura popular sobre México no como elemento discursivo, sino de forma completamente arbitraria. Como cuando Harold va huyendo de sus perseguidores y de pronto se ve engullido por un desfile del Día de los Muertos. O que sus secuestradores lleven máscaras de lucha libre mexicana. Lo típico del país. Lo mismo que Tom Cruise y Cameron Díaz corriendo los Sanfermines en Sevilla (Noche y día, Knight & Day, James Mandgold, EEUU, 2010). Por qué no.
Quizás se pueda argumentar que una película como Gringo se construye precisamente en torno a estos clichés, pues no busca representar una imagen real y justa de una sociedad sino utilizar la construcción ficticia que se tiene de esta como valor humorístico. Y si bien el conjunto cumple con su objetivo de entretener, en cuanto al contenido crítico que subyace resulta un tanto pobre y poco inspirado, evidente y poco reflexivo, como una pose. Es como si estuviera allí tan sólo como parte de esa tendencia del cine de Hollywood actual de cuestionar los fundamentos del sistema político, social y económico, y a aquellos personajes públicos que lo representan, sin pararse a pensar que son ellos mismos quienes retroalimentan el problema.
Gringo, se busca vivo o muerto (Gringo, EEUU, 2018)
Dirección: Nash Edgerton / Guion: Anthony Tambakis, Matthew Stone / Producción: A.J. Dix, Nash Edgerton, Trish Hofmann, Beth Kono, Matthew Stone, Anthony Tambakis, Charlize Theron, Rebecca Yeldham / Música: Christophe Beck / Fotografía: Eduard Grau / Montaje: Luke Doolan, David Rennie, Tatiana S. Riegel / Diseño de producción: Patrice Vermette / Reparto: Joel Edgerton, Charlize Theron, David Oyelowo, Thandie Newton, Amanda Seyfried, Harry Treadaway, Yul Vazquez, Carlos Corona.