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GODZILLA VS KONG

Monstruos de estudio

Godzilla vs. Kong. Revista Mutaciones

La Warner Bros ha creado una relación de simbiosis con esta saga de directores independientes y de género norteamericanos cuanto menos desajustada. El “MonsterVerse” ha sido, desde sus inicios, una cuestión de escala. Epopeyas que aprovechan la faceta más mitológica y grandilocuente de estas criaturas y que son dejadas en manos de autores como Gareth Edwards, Michael Dougherty, Jordan Vogt-Roberts o Adam Wingard, cuyos proyectos van del cine de invasiones extraterrestres (Monsters, de Edwards)  o el terror antológico (Truco o trato, de Dougherty), hasta la comedia coming of age (Los reyes del verano, de Vogt-Roberts). Peces de río soltados –visto lo visto– de forma prematura en un enorme océano de CGI y estrellas de Hollywood. Godzilla vs Kong es la tercera parada de Adam Wingard en su particular odisea por el cine palomitero. Su desafortunada secuela de El proyecto de la bruja de Blair y su todavía más desafortunada adaptación de Death Note para Netflix fueron motivos suficientes para darle el control creativo de un multimillonario espectáculo de peleas de monstruos como es la, en teoría, última entrega de este universo cinematográfico.

En los créditos iniciales Wingard lleva a cabo un rápido resumen de las anteriores entregas. Grabaciones de archivo, highlights incluso, que muestran tanto a Godzilla como a King Kong en pleno combate con demás criaturas antagónicas, cada una de ellas tachada y etiquetada como “Derrotada”. Este montaje-prólogo concluye con el simio y el lagarto enfrentados en dos imágenes de perfil, como si el cartel de un combate de boxeo se tratase. Aparece el enorme rótulo: Godzilla vs King Kong. A menudo esta franquicia ha sido comparada con combates de boxeo. Dos rivales, un cuadrilátero (la gran ciudad, un paisaje selvático) y el gran público (los personajes humanos, la misma audiencia) vociferando el nombre de su combatiente preferido. Más que a boxeo, el «MonsterVerse» podría aproximarse a la dinámica de la lucha libre norteamericana, mexicana o japonesa. Este espectáculo que gozó de cierta popularidad en España bajo el sobrenombre de Pressing Catch, y en el que se creaba una narrativa de feudos y alianzas que otorgaban de mayor profundidad a estos combates obviamente ficcionados, combinando lo performático, lo teatral y las artes marciales mixtas.

La plantilla de monstruos de Godzilla es fruto de cerca de cuarenta películas enmarcadas en los períodos Showa (1954-1975), Heisei (1984-1995) y Millennium (1999-2004), entre otras. Muestras de cine-espectáculo en los que Godzilla se enfrentaba a una interminable lista de monstruos que beben de la imaginería folklórica japonesa y occidental. Actores disfrazados de hidras, pterodáctilos y tortugas gigantes que peleaban en maquetas de metrópolis como Tokyo u Osaka. Era aquello más próximo a lo que se conoce actualmente como el cine de catástrofes, esa fantasía que se brindaba al espectador de ver cómo lugares que conocía eran arrasados hasta sus cimientos. La era digital trajo consigo la normalización del uso del CGI para recrear a estos iconos de la cultura kaiju. Se perdía entonces la tangibilidad que ofrecía el disfraz y la maqueta, por cómico que parezca a día de hoy. Es la supremacía de los efectos visuales generados por ordenador la razón por la que estas películas depositan tanta atención (que no interés) en formar grupos de personajes humanos, actores de carne y hueso, con misiones o metas que se mueven en paralelo a lo que ocurre a mayor escala: el combate entre monstruos.

Godzilla vs. Kong. Revista Mutaciones

El viaje al centro de la Tierra y la infiltración del grupo de Millie Bobby Brown en las instalaciones de APEX son ejemplos de cómo hacer tiempo hasta el siguiente asalto en Godzilla vs Kong. Personajes que interactúan de forma rápida y genérica, vomitando exposición científica con la que pretenden crear una lógica racional en una película sobre un gorila de cien metros. Pretexto impuesto, imagino, por la imposibilidad (o falta de valor) de filmar una película de dos horas sin personajes humanos. Sin figuras en las que el espectador pueda proyectarse. Wingard es consciente de este problema (solo hay que, si es que es posible tal cosa, recordar el drama familiar de Godzilla: El rey de los monstruos) y toma la decisión de humanizar como nunca antes a King Kong, otorgándole la inteligencia suficiente como para utilizar el lenguaje de signos y poder comunicarse con el resto de personajes, haciendo de él la figura heroica de la película. Esto hace de Godzilla una figura más vilanesca, cercana al de Dios destructor-purificador que se mostró en el manifiesto antinuclear de Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo (1954) de Ishiro Honda, cuya violencia nace de las acciones del ser humano contra la naturaleza.

Esta diferenciación entre el monstruo-humano y el monstruo-animal queda ejemplificada en las secuencias de confrontación entre ambos. La primera escena, en la que Godzilla ataca el portaviones donde Kong está siendo transportado hace del escenario acuático un juego de pez y lombriz, de cazador y presa. Los navíos se convierten en el terreno seguro para Kong, saltando de uno a otro con la luz del atardecer brillando en su pardo pelaje; mientras que Godzilla solo deja ver en un principio sus escamas en la superficie oceánica, dejando el resto a imaginación del espectador como hacía Steven Spielberg con la aleta del escualo en Tiburón (1975). En tierra, la acción y los movimientos de cámara se vuelven frenéticos, y los planos subjetivos de ambos combatientes se tambalean y caen de bruces ante el intercambio de puños, agarres, arañazos y rayos atómicos. Es en estos momentos de caos donde el Wingard más feral aparece (el que firmó el brillante slasher Tú eres el siguiente), cuando consigue liberarse de sus actores y de las limitaciones narrativas impuestas por un guion que solo se hace soportable cuando deja de tomarse en serio a sí mismo.

El universo cinematográfico de monstruos de la Warner toca a su fin tras cuatro largometrajes dispares e idénticos al mismo tiempo. En esencia, todos invierten tiempo en hacer del combate entre estas criaturas la recompensa lúdica última (el Wrestlemania, el Royal Rumble), el caldero de oro al final del arcoíris, cuya manufactura posee las huellas dactilares de sus artesanos, si bien en menor medida que en obras anteriores. El realismo gris de Edwards, el exploitation aventuresco de Vogt-Roberts, lo mitológico de Dougherty y, como se puede observar en la última media hora del Godzilla vs Kong de Wingard, el desenfreno y la catástrofe contra el neón, el acero y el cristal.


Godzilla vs Kong (EEUU, Australia, Canadá, India, 2021)

Dirección: Adam Wingard / Guion: Eric Pearson y Max Borenstein / Producción: Eric McLeod, Roy Lee, Thomas, Tull Jon Jashni (para Warner Bros. y Legendary Pictures)/ Fotografía: Ben Seresin / Música: Junkie XL / Reparto: Alexander Skarsgård, Rebecca Hall, Demian Bichir, Millie Bobby Brown, Eiza González, Shun Oguri y Kyle Chandler

3 comentarios en «GODZILLA VS KONG»

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