GODZILLA: MINUS ONE
La política del miedo
Uno de los estrenos recientes más fáciles de emparejar con la nueva versión del monstruo bandera de Toho, Godzilla: Minus One (Takashi Yamazaki, 2023), es una película que decide afrontar el terror nuclear desde una perspectiva puramente institucional: una amenaza abstracta, imparable e implacable que destruye las vidas e infraestructura de las personas de a pie, mientras las élites tratan de entender su papel en estos eventos. Nos referimos a Pacifiction (2022), la película de Albert Serra que inventa una pantomima similar a la de Peter George y Stanley Kubrik en ¿Telefono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), en la que una manifiesta preocupación política es incapaz de frenar un desastre nuclear. Una representación de unos miedos que, aunque algo anclados en su época, podrían ser perfectamente extrapolables a una actualidad cada vez más y más consciente de la insignificancia del individuo en momentos de vulnerabilidad colectiva.
Godzilla, como figura cinematográfica, acostumbra a ser una representación de un miedo colectivo que, en mayor medida, solo puede ser combativo desde las instituciones: con sus términos, con sus medios, sus armas y sus presupuestos. Las victimas siempre serán los edificios en los que viven los ciudadanos de Tokyo, los trenes en los que viajan los trabajadores y los barcos en los que los pescadores traen comida a sus casas, y no será posible combatirlo hasta que las altas esferas decidan cuál es el plan a seguir. Esto es algo que se ha repetido en numerosas entregas de la franquicia –principalmente cintas como la ya mencionada Shin Godzilla, la original Japón bajo el terror del monstruo (Ishiro Honda, 1954) o Godzilla, Mothra and King Ghidorah: giant monsteras all-out attack (Shusuke Kaneko, 2001)-, y que rara vez cambia la perspectiva de los hechos para adoptar una narrativa que escape a la larga sombra de las instituciones. Algo indudablemente complicado, teniendo en cuenta que la naturaleza incipiente de este personaje es indiscutiblemente política: un monstruo nacido de la carrera nuclear que surge para atemorizar a los más indefensos. Godzilla minus one supone un desafío en toda regla a esta noción.
Retomando la comparación con Pacifiction, la cinta de Serra enfrenta este conflicto desde la perspectiva de un personaje que participa de forma activa en las instituciones que van a llevar a cabo esta debacle, de una forma muy similar pero temáticamente opuesta a la de los protagonistas de Shin Godzilla (Hideaki Anno y Shinji Higuchi, 2016). En la película de Anno y Higuchi, el gobierno (encarnado por cientos de personajes con nombres y apellidos) trabaja con un sentimiento más bien altruista, mientras que uno no puede evitar poner en tela de juicio las verdaderas intenciones detrás del personaje De Roller de Benoît Maginel en la cinta de Serra. Ambas películas cierran con una reflexión complementaria la una de la otra: Pacifiction encuentra que la catástrofe nuclear es algo inevitable que su protagonista –y por extensión las instituciones- jamás pudo haber hecho nada para detenerla, mientras que Shin Godzilla haya un cierto sentimiento de tragedia en el hecho de haber podido frenar a esta amenaza. El personaje de Maginel acaba siendo un pobre peón en una trama demasiado grande para un solo conspirador, del mismo modo que Yaguchi (personaje principal de Shin Godzilla), no puede eludir el terror que le confiere el entender la importancia que su trabajo ha tenido durante los eventos de la película. Estos dos sentimientos son ilustrados perfectamente por dos imágenes que forman parte de los compases finales de cada una de estas cintas respectivamente: la despreocupada sensación de liberación que siente De Roller bajo la lluvia, y la imponente silueta de Godzilla congelado detrás de Yaguchi.
Takashi Yamazaki construye en Godzilla: Minus One una película que únicamente escapa del enfoque de su protagonista en breves viñetas que contextualizan información y eventos que de otro modo sus personajes no podrían adivinar. Estos momentos serían un fugaz vistazo a la explosión en el Atolón de bikini que empieza a mutar al monstruo, y un rápido montaje narrado por el ejército americano que resume el viaje de Godzilla de camino al archipiélago japonés. De nuevo, Yamazaki subraya la tendencia intrusiva que tienen las instituciones de colarse entre las vidas de los ciudadanos, los auténticos héroes y protagonistas de esta historia. Es en ese aspecto en el que la película se desmarca de otras entregas, valiéndose de una trama y un protagonista mucho más “humanos” que la mayoría de sus equivalentes.
Lo que en primera instancia puede parecer una historia de redención para un piloto kamikaze desertor con un gran remordimiento por su cobardía (responsable de los momentos más reprochables de la película), acaba transformándose en un sorprendente rechazo a unos valores nacionalistas y patrióticos potencialmente nocivos que otras cintas de la franquicia no han tenido mayor problema en empuñar.
Esto no quiere decir que un servidor encuentre más aciertos en la película de Yamazaki que en otras semejantes, simplemente que se sorprende gratamente de poder ver una perspectiva tan rabiosamente combativa, y tan a favor de lo que una interpretación moderna de este personaje pudiera llegar a representar. Una que escapa a la normatividad con la que cintas como las ya dicutidas Pacifiction o Shin Godzilla (películas que no dejarán de entusiasmarme) encaran su relación con las instituciones. Esta revisión de la historia culmina en uno de los momentos musicales más inspirados de toda la película, en la que la flota de barcos civiles que acabará con Godzilla entra en acción a ritmo del tema principal compuesto por Akira Ifukube. Reconfigurando, mutando la naturaleza del mismo. Ya no se trata de una marcha funesta, monstruosa, sino un éxtasis musical heroico digno de sus protagonistas, de su misión y de sus valores.
Algo que siempre me ha fascinado de estas películas es lo inseparable que resulta la figura del monstruo de la de la presencia humana en una relación simbiótica que rara vez me había hecho preguntarme por qué es algo que me genera un miedo tan particular. Pero de nuevo, la gran mayoría de películas centran su mirada en la relación entre los monstruos con las instituciones -que hacen las veces de avatares de la humanidad-, algo que para historias tan ancladas en hechos reales como Shin Godzilla o la cinta original (recreaciones en clave ciencia ficción del desastre nuclear de Fukushima y los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki respectivamente) puede funcionar en forma de sátira. Pero es inevitable pensar que la mayoría de estas películas representan un sentimiento algo catastrofista. Un miedo que invade todos los aspectos de la vida civil: la sensación de estar en manos de una fuerza superior en la que no tenemos cabida ni lugar, en la que el único papel que las personas de a pie podemos representar es ser aplastadas bajo las zarpas de monstruos que no pueden o no quieren ser enfrentados. Godzilla minus one pone en escena esos miedos, les da la vuelta, y omite por completo a los responsables. En esta película no hay cabida para las instituciones, solo para la lucha de los trabajadores, de las víctimas y de los supervivientes.
Godzilla: Minus One (Gojira -1.0. Japón, 2023)
Dirección: Takashi Yamazaki / Guion: Takashi Yamazaki / Producción:Gô Abe, Shûji Abe, Toho Inc. / Fotografía:Kôzô Shibasaki / Música: Naoki Satô / Montaje: Ryûji Mayakima / Reparto:Ryunosuke Kamiki, Minami Hamabe, Sakura Ando, Hidetaka Yoshioka, Kuranosuke Sasaki, Munetaka Aoki.