GODZILLA CONTRA BIOLLANTE
La tragedia celular en Godzilla contra Biollante
El que escribe estas líneas no puede evitar fascinarse permanentemente por la longeva vida que han tenido algunas propiedades intelectuales que siempre han tenido muy poco que dar de sí. El caso del Kaiju Eiga me deja especialmente desconcertado, y las reflexiones sobre este subgénero son más pertinentes que nunca considerando el éxito comercial que está suponiendo el estreno en salas de Godzilla vs Kong. Si bien el imaginario fílmico del simio de Isla Calavera es más contenido y además escasamente variado en sus escasas iteraciones, el radioactivo dinosaurio (acepción sin duda vergonzante) cuenta a sus espaldas con varias decenas de títulos, repartidos durante varias décadas. Servidor tuvo claro que era este subgénero demente el que debía escudriñar para este dossier sobre el género monstruoso. De entre las tres eras cinematográficas de Godzilla, me detuve en uno de los títulos más aplaudidos de la era Heisei: Godzilla contra Biollante, dirigida por Kazuki Omori. Una desprejuiciada extravagancia que, sin embargo, encuentra en su macedonia tonal una coherencia intachable.
Al encarar un filme de estas características lo que cabría esperar es que no ofrezca más que un espectáculo ligero y carente de ambiciones de fanfarria, tortas y megalomanía monstruosa. Y durante varias secuencias de su metraje, muy logradas en su ejecución, sin duda Godzilla contra Biollante lo da. Pero ante todo lo que nos encontramos es un drama cargado de tragedia. Tragedia familiar compungida acompañada de un delicado lirismo. Y lo es, para asombro mayúsculo, sin resultar ridícula por el camino. Más aún considerando los elementos narrativos sobre los que construye la obra.
Que Godzilla contra Biollante surgiese con la intención de hacer realidad la historia de uno de sus aficionados (que logro dicho reconocimiento gracias a un concurso) marca irreversiblemente la estrafalaria y genuina naturaleza de esta entrega de la longeva franquicia, segunda tras una nueva versión del clásico fundacional estrenada años después de los últimos episodios de la era Showa. Observando ese título, cabría esperar que la nueva criatura, Biollante (de diseño tan disparatado como atractivo), fuese el núcleo del filme. Sin embargo, apenas dispone de unos minutos de metraje para su lucimiento. El foco está en otro elemento, el cuál solo podemos apreciar a través de un microscopio.
Paradójicamente, aquello que tan a menudo se critica como una de las mayores flaquezas de este tipo de películas es el corazón de Godzilla contra Biollante: la verborrea humana entre burócratas, militares y científicos. Gran parte de la historia se centra en las diatribas de lo que no dejan de ser maniquíes con bata, y su extensa y por lo general indiferente conversión científica recoge la mayor carga dramática de la película. La tragedia desgarradora que marca a los protagonistas, no en vano, está relacionada con unas células. Células de Godzilla mezcladas con las de una planta y, motivo principal del conflicto, lágrimas de una hija fallecida.
Esta conexión personal entre el padre doctor y la temible criatura llamada a enfrentarse con Godzilla se encuentra presente de manera tonal en los momentos climáticos del filme, bañando atmosféricamente las secuencias militares en las que los tanques y demás arsenal bélico se dispone a prevenir la aparición de los kaijus. Instantes que, al contrario que en sus homólogos americanos, nos implican por su sensible lirismo, puntuado a través de una elegante banda sonora. Un tono, por lo tanto, solemne para una narración cargada de elementos camp y que, además, no se resigna a agradar al fan con convincentes dosis de batalla. Diversión, disparate, suspense y drama. Y todo ello encajado de manera sorprendentemente orgánica. El entramado tonal y la integración de la banda sonora permite que una etapa derive a la otra sin estridencias, y el rigor con el que se lleva a cabo cada faceta del largometraje logra obtener como resultado una experiencia audiovisual sin duda limitada pero satisfactoria.
La reflexión que podemos sustraer del visionado de Godzilla contra Biollante es sin duda interesante para los estudios americanos: no son los elementos de sus películas de monstruos los que las hacen naufragar, sino la ejecución atmosférica con la que se llevan a cabo. Con la sensibilidad, estilo y detalle adecuados, se pueden obtener con los mismos ingredientes resultados cinematográficos mucho más estimulantes.
Godzilla contra Biollante (Gojira vs. Biorante, Japón, 1989)
Dirección: Kazuki Omori / Guion: Kazuki Omori (Historia: Shinichirô Kobayashi) / Producción: Para Toho / Fotografía: Katsuhiro Kato / Música: Koichi Sugiyama / Montaje: Michiko Ikeda / Diseño de producción: Shigekazu Ikuno / Reparto: Kunihiko Mitamura, Yoshiko Tanaka, Masanobu Takashima, Koji Takahashi, Toru Minegishi, Megumi Odaka
El-Que-Esto-Escribe o, si preferís, Servidor, nuevos alias de Néstor Juez, vuelve al kaiju o kaijin más universal de todos los tiempos tentándonos a los haítos de hiperrealismo con esas quimeras niponas que vomitan fuego por sus descomunales fauces. Cada uno ve en ellas sus propias fobias. A Néstor, poco sospechoso de politizar el séptimo arte, no se le ocurrió que Gojira vs Biorante anticipa en 1989 la llegada de dos bocazas: Trump y Johnson.