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ENCUENTRO CON ROBERT GUÉDIGUIAN (GLORIA MUNDI)


Socialismo contra precariado

En nuestro encuentro con Robert Guédiguian en la Filmoteca de Catalunya para la presentación de Gloria Mundi, que tuvo lugar al día siguiente de las últimas Elecciones Generales en las que la ultraderecha se alzó con 52 diputados en el congreso, el director, guionista y productor marsellés definía el conflicto principal de esta su última película como un enfrentamiento entre la esperanza y las fuerzas que luchan por destruirla. Un punto de partida más o menos abstracto en su base, pero que la tradición de su cine, y las circunstancias políticas del momento, lo sitúan en un instante histórico que solo puede ser el nuestro. Y más aún cuando lo hace a través de unos personajes, que oscilan entre lo proletario y lo precario, recreando una vez más los conflictos que sacuden a la clase trabajadora marsellesa y centrándose, en esta ocasión, también en su descendencia, que es retratada como el paradigma de una generación desnortada.

Un extremo que, traducido en las imágenes y sonidos que componen Gloria Mundi, se traduce en una relación casi dicotómica entre jóvenes y adultos, algunos de ellos al filo de la jubilación, entendida como sinónimo de enfrentamiento entre la cultura caníbal y/o capitalista de los primeros y los valores sociales y comunitarios de los segundos. Siguiendo con este razonamiento, el diagnóstico sociopolítico de Gloria Mundi puede ser acertado, pero su blanquinegra visión de la actualidad la convierte en una película un tanto artificiosa que no siempre casa bien con la naturalidad de los intérpretes habituales del director, la voluntariosa transparencia de su puesta en escena, o la impresión de estar ante una necesaria denuncia algo insatisfactoria y ocasionalmente antipática en sus formas y resultado final.


Las imágenes que abren Gloria Mundi, y que nos presentan la llegada al mundo de Gloria, resultan tan hermosas como necesitada parece la bebé mientras se la baña, llora por primera vez, y busca el acurruco en los brazos de su madre Mathilda (Anaïs Demoustier), que pasa su convalecencia posparto junto a su madre Sylvie (Ariane Ascaride, la pareja y musa del realizador), su padrastro Richard (Jean-Pierre Darrousin) y su pareja, Nicolas (Robinson Stévenin). Pero este luminoso inicio a empieza a oscurecerse con la irrupción de la hermanastra de Mathilda, Aurore (Lola Naymark) y su novio Bruno (Grégoire Leprince-Ringuet), quienes se convierten, sin apenas un trazo que les dote de profundidad, en el paradigma del sujeto neoliberal. Propietarios de una tienda de compra venta con la que se enriquecen a costa de los más necesitados sin pestañear, cocainómanos, narcisistas y en celo permanente, el retrato de Aurore y Bruno se pone al servicio de una historia prisionera de la visión moral que el director pretende transmitir a su público. Vista así, su visión de las cosas puede ser lúcida, pero su plasmación audiovisual peca de un exceso de utilitarismo ideológico en la organización de los elementos que componen la película, restándole la humanidad que abandera desde sus postulados teóricos.

Todo parece obedecer a un retrato social que sin embargo gana aire en instantes que, como ocurre con el mentado inicio del film, son más accesorios desde una perspectiva narrativa, pero también mucho más interesantes, por sugerentes. Es el caso de planos sin aparente función narrativa, como los que muestran a Daniel tumbado en el catre de la pensión en la que vive como un muerto, un fantasma del pasado que regresa al lugar del que vino una vez ha cumplido con su misión, la de dar una oportunidad a Gloria de llevar una vida digna de ser vivida, tal y como queda patente cuando Guédiguian rima, gracias a la banda sonora, la escena del sacrificio final de Daniel con la que abre el film. O como el que nos muestra a Aurore y Bruno bailando abrazados, silenciosos y felices, por una vez, en su tienda. Instantes que transpiran un grado de verdad y buen cine que el voluntarioso realismo de Gloria Mundi es, paradójicamente, incapaz de transmitir en muchas de sus escenas, peligrosamente cerca de la autoindulgencia ideológica.

Quizás porque Guediguian trabaja desde un tema a tratar, y no desde una historia que lo incluya: “Antes de empezar una película tengo un tema general. Por ejemplo, en esta película pensé que estaba furioso por el hecho de que la gente que tiene poco dinero hable como los ricos, que acepten el discurso dominante de hoy en día. Y que no solo lo acepten sino que lo defiendan y no vean una solución colectiva. Solo piensan en reacciones individuales para sobrevivir. Y pensé que debía hacer una película para denunciar este egoísmo, que se ha apoderado de todas la relaciones solidarias, familiares… cualquier tipo de relación, incluida la amorosa.” Lo que, al menos en este caso, se traduce en un desarrollo un tanto maniqueo, especialmente por el retrato que hace no ya de los personajes más jóvenes de Gloria Mundi, sino sobre todo por cómo los compara con sus mayores. Sylvie es parte de un servicio de limpieza de habitaciones, mientras que Richard trabaja como conductor de autobús por las calles de una Marsella que por un lado “se orienta hacia el comercio, el dinero, la mercancía, el turismo… actividades de consumo” mientras, por el otro, da cobijo a los que, como Sylvie y Richard, viven al otro lado de la autopista que divide la ciudad y que “puedo asegurar que no son burgueses, precisamente”. Pero, en cualquier caso, y pese a alguna contradicción que dota de tridimensionalidad a ambos personajes, los dos son amorosos entre ellos y para con sus familiares, intentan llevar sus vidas sin entrometerse en las de los demás e incluso acogen con total naturalidad a Daniel (Gérard Meylan), el exmarido de de Sylvie y padre de Mathilda, quien acaba de salir de prisión tras años de condena por asesinato. Bien interpretado por Meylan, otro de los actores habituales de la filmografía de Guédiguian, el de Daniel es quizás el personaje en el que Gloria Mundi carga más las tintas de cara a ensalzar los valores socialistas de, se diría, toda una generación. Taciturno pero sabio, escritor de haikus y extremadamente civilizado en su bien entendida austeridad, Daniel representa el opuesto natural a Aurore y Bruno, pero lo hace desde una superioridad moral que llega a resultar un tanto antipática en su comparación con la joven pareja, que para más inri hace gala de una ideología transparentemente clasista y hasta racista, próxima a la extrema derecha.

Un extremo que traduce audiovisualmente, y desde una cierta autoindulgencia, la visión que Guédiguian tiene sobre el fracaso que le adjudica a la izquierda política de cara a erigirse, al menos ante las nuevas generaciones, como respuesta ante los desmanes neoliberales cuando afirma que “La hipótesis comunista desapareció. Ya no hay extrema izquierda, ha desaparecido. Así que ¿qué les queda a los más jóvenes de las clases humilde? No van a tener un centavo más o menos por votar a este o aquel partido, así que no votan. Pero la extrema derecha sí tiene propuestas así que ¿por qué no iban a probarlo? Son propuestas idiotas, regresivas que siempre han existido y siempre han movido a los pueblos en momentos difíciles.”, para rematar su lamento con “Es totalmente idiota. De verdad. Pero no puedes impedir a personas alienadas, y muy desorganizadas también, a que lo prueben.

Llevando un poco más allá lo ya apuntado en su anterior La casa junto al mar (2017), Guédiguian parece haberse convertido en el testimonio de una forma de entender el mundo, argumentando que “Es posible que tenga que ver con la edad, y con la cantidad de películas que he hecho. Gloria Mundi es la vigésimo primera película de mi filmografía.” Y puede que, por ese motivo, contemple a los jóvenes desde una distancia que le lleva a pensar que “se ha generado un egoísmo fundamental en su interior (el de los jóvenes). Creen que solo saldrán adelante si cuentan consigo mismos, y con nadie más. Por lo tanto, están dispuestos a pisotear a los demás para alcanzar los objetivos que se han marcado.” Diagnóstico que sea cierto o no, sí resuena como una llamada de atención ante una generación a la que quizás Guédiguian no entiende, pero que aún espera la irrupción de cineastas, como el marsellés o Ken Loach desde el Reino Unido, que den cuenta del precariado desde su propia experiencia, moralidad y en calidad de testigo de una época convulsa que, como la de los últimos izquierdistas tradicionales que protagonizan Gloria Mundi, es también la nuestra.


Gloria Mundi (Francia/Italia, 2019)

Dirección: Robert Guédiguian/ Guion: Robert Guédiguian y Serge Valletti/ Producción: Marc Bordure, Robert Guédiguian y Angelo Barbagallo/ Fotografía: Pierre Millon/ Montaje: Bernard Sasia/ Diseño de Producción: Michel Vandestein/ Música: Michel Petrossain/ Reparto: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Anaïs Demoustier, Robinson Stévenin, Lola Naymark, Grégoire Leprince-Ringuet.

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