FUE LA MANO DE DIOS
La sombra del maestro es alargada
No deja de sorprender que una película se abra con una cita de Maradona, como quien cita a Dostoyevski o a San Juan de la Cruz, por poner dos ejemplos. Y la cita no es precisamente una reflexión sobre el mundo del fútbol o del deporte. No. La cita es la frase por la que justificó el famoso gol que marcó a Inglaterra en el mundial de 1986 y que da título a la última película de Paolo Sorrentino. Fue la mano de Dios (2021) cuenta la vida de una familia napolitana durante la época en que Diego Armando Maradona fue fichado por el Nápoles en 1984. Ese hecho se convierte en el vórtice de una serie de estampas familiares que tienen como protagonista al hijo menor, Fabio, y que, según avanza la película, se intuye un sosias fílmico del propio director. Sin embargo, pese a que el relato del adolescente Fabio se centra en sus aspiraciones personales y profesionales, en su proyección como individuo en el futuro de la Italia turbulenta de los años ochenta, el film tiene un tono crepuscular en sus aspectos formales más evidentes: fotografía, música, planificación… impregnándolo de un pátina de tristeza permanente que roza la autoindulgencia, teniendo en cuenta que antes de llegar a la mitad del metraje ya se sospecha que el protagonista no es más que el retrato juvenil del propio director.
Y, llegados a este punto, la referencia (y, por ende, la comparación) aflora de manera automática: Fellini y su Amarcord (1973). La película de Sorrentino se va desbrozando en una serie de estampas costumbristas que, en su mayor parte, se centran en lo que puede considerarse un retrato de los miembros de su familia: tipos construidos, no desde el recuerdo, sino desde el retrato que Sorrentino quiere hacer de ellos en el presente para que la imagen de su pasado resulte entrañable y emocionante, es decir, para que su película funcione. Como si quisiera darnos su propio “yo me acuerdo”. Mientras que la obra de Fellini hacía el camino inverso: sus recuerdos están anclados en un pasado grotesco, casi farsesco. Porque los recuerdos están deformados por el caprichoso caleidoscopio de la memoria y no son imágenes nítidas pobladas por personajes pintorescos, como Sorrentino nos quiere hacer ver, sino fotografías con el color desviado que tienen más que ver con el esperpento de Valle, que con el trazo sutil y romántico de los pintores prerrafaelitas.
Por mucho que Sorrentino quiera apelar a la ensoñación de sus recuerdos de adolescencia (hábilmente manipulados por la inclusión de una tragedia familiar) quizás alguien debería haberle aconsejado al director el escaso interés que éstos suscitan. Y, sobre todo, el débil material que constituyen como tema para una película falsamente emocional que, eso sí, sabe pulsar muy bien sus teclas para que el artefacto funcione y se vista del disfraz de obra delicadamente conectada con los recuerdos del director italiano. Y el único destello que contiene la cinta, en donde se aprecia la maestría de la cámara de Sorrentino, es precisamente el segmento que narra la tragedia que marcará a su protagonista, Fabio. Segmento colocado en medio de un brillante surtido de cara bisutería.
Es evidente que, en el encontronazo que Fue la mano de Dios tiene con Amarcord, se ven los andamiajes de la construcción de Sorrentino, se piensa en la historia que está tratando de contar, sus personajes quieren aparecer en la película, reclaman su momento estelar como si fuesen malos actores buscando lucimiento. Fellini dejó que su película se llenase de vida. Tanta, que a veces parece que chorrea por la pantalla.
Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio. Italia, 2021)
Dirección: Paolo Sorrentino / Guion: Paolo Sorrentino / Producción: Paolo Sorrentino / Fotografía: Daria D’Antonio / Montaje: Cristiano Travaglioli / Música: Lele Marchitelli / Reparto: Filippo Scotti, Toni Servillo, Luisa Ranieri, Teresa Saponangelo, Marlon Joubert, Lino Musella.
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