FILMADRID 2019
Lo más destacado de Filmadrid
Season of the Devil (Lav Díaz, Filipinas, 2018). Proyección especial.
Filmadrid acogía una vez más una película del filipino Lav Diaz y, de nuevo, hay que hablar de la duración. En el joven festival madrileño hemos visto desde Evolution of a Filipino Family (2005), de más de diez horas, hasta The Day Before The End (2016), un cortometraje de 16 minutos que Fernando Vilchéz, co-director del certamen, definió “casi como un gif” para lo que nos tiene acostumbrados el autor de Norte, The End of History (2013; 250 min).
Con sus cuatro horas de duración Season of the Devil se sitúa en una escala media-baja de lo acostumbrado. Sin embargo, es la película a la que es más difícil acceder. La habitual llamativa estética de Diaz, conformada por un contrastado blanco y negro, luz de contra y grandes angulares que deforman la imagen, contrasta con unos planos largos e inmensos filmados en paisajes naturales, sin música y llenas de sonidos naturales. El conjunto, en otras de sus películas como A Lullaby to the Sorrowful Mystery (2016; 486 min), consigue con el eterno paso de los minutos la inmersión hipnótica del espectador en ese espacio deformado. En otras palabras, la concepción tan laxa del tiempo del cineasta filipino logra reunir realismo y fantasía confrontando unas imágenes casi oníricas a través del discurrir lento y repetitivo del relato. Sus películas exigen el reto de aguantar más de lo que dura un largometraje canónico para conseguir conectar con ellas. El truco está en que, cuando lo consiguen, te espera un viaje (más largo aún) dentro de ese espacio. Un camino que hace que sientas el devenir de los personajes, tengas o no mucha o poca idea del pasado dictatorial de filipinas.
Pero Season of the Devil no es así, y no lo es porque a su habitual puesta en escena Diaz añade un elemento nuevo: todos los personajes recitan sus diálogos cantando. Es decir, estamos ante una ópera rock. Un elemento que recarga, rompe y dificulta enormemente la credibilidad del relato y, por tanto, su capacidad para enganchar al espectador dentro de él. Pero cuando consigue, si es que lo hace, este más difícil todavía que plantea aquí el cineasta filipino, los resultados son manifiestamente únicos. Las matanzas militares que acontecen en la película se añaden al lamento posterior del pueblo en un ritmo litúrgico y colectivo. El resultado es una película en la que imágenes y sonido se unen para ser una sola cosa, la melodía de una tragedia. (Rafael S. Casademont)
Love Me Not (Lluís Miñarro, España y México, 2019). Inauguración.
A través de la visión sobre el mito de Salomé de Oscar Wilde, Lluis Miñarro plantea un acercamiento totalmente surrealista y anacrónico donde intenta acercar la historia a la más rabiosa actualidad. Para ello ubica el relato en la Guerra de Irak, donde un ejército internacional custodia a un hombre misterioso recluido en una prisión de máxima seguridad dentro del desierto. La soldado Salomé es la encargada de vigilar al prisionero, por quien desarrolla una obsesión enfermiza.Lluis Miñarro asegura que en Love Me Not solo le interesaba lo visual y es ahí, en ese aspecto formal, donde la película destaca. Sobre todo mediante los bailes sensuales de Salomé (Ingrid García Jonsson). Ahí se demuestra que Miñarro tiene un estilo y una mirada propia más que interesante, pero puede desmoronarse si no hay un argumento sustancioso. (Javier Valera, extracto de la crítica)
Winter’s Night (Jang Woo-jin, Corea del Sur, 2018). Competición oficial.
El amanecer de un encuentro pasado. La pérdida de un teléfono móvil -herramienta por excelencia que condiciona las relaciones en el siglo XXI- es el punto de partida de la tercera película del director surcoreano Jang Woo-jun. Dividida en tres partes, Winter’s Night (2018) rinde un sentido homenaje a la denominada “trilogía de la incomunicación” de Michelangelo Antonioni. La frialdad y sequedad con que el italiano retrató tanto a sus protagonistas como a toda una sociedad en crisis tiene su reflejo en el matrimonio surcoreano que tras 30 años vuelve al lugar donde tuvieron su primer encuentro. A punto de marcharse, Eun-ju y Heung-ju deciden volver al templo Cheongyeong con la esperanza de encontrar el móvil perdido, excusa con que el coreano desenmascara el desgaste sentimental de la pareja.
Dado que la búsqueda resulta infructuosa, el matrimonio se dispone a reposar, pero el descanso se interrumpe cuando Heung-ju primero, y Eunj-ju después, se desvelan y deambulan por el viejo templo encontrándose con los que bien podrían ser los fantasmas de su pasado. La frígida y vacía escenificación inicial va sutilmente mutándo a través de pequeños destellos afines a lo ilusorio y a la ensoñación. De esta manera, Winter’s Night concentra su mayor atractivo en la noche invernal que amanece con los recuerdos de un encuentro -consumido por el tiempo- que el matrimonio protagonista no volverá a gozar. (Ander Macazaga)
My Dear Friend (Yang Pingdao, China, 2018). Competición oficial.
Un puente, recurrente símbolo de unión, aparece en las primeras imágenes de My Dear Friend, el debut del chino Yang Pingdao en la ficción. Una imagen que se repetirá a lo largo de un film sobre la amistad a través del tiempo. Como el río que pasa por debajo de ese puente o las sinuosas sendas que suben a las montañas, la película relata un viaje convertido en serpenteante camino narrativo que une el pasado y el presente, reconstruyendo una historia de abandono(s) que parece condenada a repetirse. Los majestuosos espacios naturales de la China interior y rural conservan el espíritu de los antepasados pero también se pueblan de elementos de la modernidad, permitiendo, como en el mismo relato (a veces en el mismo plano), la convivencia de tiempos distintos. El viaje, como no podía ser de otra forma, termina frente a la inmensidad del mar, donde el anciano Zhongsheng observa a unos chicos jugando en la playa. Final del trayecto, recuerdo de la juventud pero, al mismo tiempo, esperanza en un ciclo vital que comienza de nuevo en la figura de la joven y futura madre que acompaña a los dos viejos amigos en un viaje en busca de respuestas. (Joaquín Fabregat)
The Brig (Jonas Mekas, EEUU, 1964). Foco ‘New American Cinema Group’.
El pistoletazo de salida del foco comisionado por Olaf Möller, que también impartió un curso sobre el New American Cinema Group, es una película sorprendente. The Brig obtuvo el premio a Mejor Documental del Festival de Venecia de 1964 pero su dispositivo recuerda más a la mezcla de documental y ficción contemporánea que a los documentales de entonces. Mekas filmó con una cámara de mano la representación, en el Living Theatre de Nueva York, de la obra de Kenneth Brown The Brig, en la que se escenificaban las rutinas absurdas y los abusos sistemáticos sufridos por diez soldados del cuerpo de la Marina recluidos en un calabozo militar.
Tanto la obra de teatro como la película comparten con el ‘teatro de la crueldad’ de Antonin Artaud la voluntad de ir más allá de la representación, convirtiéndose en una experiencia física directa. En el caso de Mekas, sumando a las acciones repetitivas y disciplinarias de la obra los nerviosos movimientos de su cámara de mano, el montaje y, muy especialmente, un crispante montaje de sonido de órdenes y gritos. El resultado es una experiencia abrumadora y violenta que trasciende con mucho la condición de “teatro filmado”.
Aunque en varios momentos Mekas muestra su dispositivo, filma la performance en lo que tiene de real y no tanto de representación. Con la ligereza impresionista que le ofrece la cámara manual Mekas registra el gesto autoritario, el rictus de quien está al borde de la quiebra y la violencia automatizada de las rutinas. En ellos ya no hay representación. Lo verdaderamente inquietante de The Brig es su capacidad de mostrar el modo en que una situación estructurada de aquella manera ?con la violencia, las humillaciones y el autoritarismo sistematizados?, aun si es performativa, transforma y afecta a quienes la interpretan (y, en otra capa, a nosotros como espectadores). No importa si los calabazos militares eran así o no, o si lo siguen siendo, lo que The Brig pone en escena con una inmediatez abrumadora es el poder disciplinario de que se vale cualquier ejército e institución autoritaria para deshumanizarnos. (Alberto Hernando)
Bring Me the Head of Carmen M. (Felipe Bragança y Catarina Wallenstein, Brasil y Portugal, 2019). Foco ‘Un sonho intenso’.
Ana, una actriz portuguesa, está en Rio de Janeiro preparándose para encarnar en una película a Carmen Miranda, la baiana que en los años 40 exportó el exotismo tropical al cine de Hollywood. Sin embargo, el contexto que la rodea -Bolsonaro está ganando terreno en las elecciones presidenciales y la violencia se manifiesta cotidianamente- sumado a su propia incomprensión de la icónica diva brasileña del turbante frutal son circunstancias que articulan un film hipnótico dividido en secuencias en blanco y negro para Ana y en color para la utopía tropical que encarnaba Carmen Miranda y que a la protagonista del film le resulta inaccesible. Felipe Bragança y Catarina Wallestein dirigen esta película de 60 minutos -que además esta última protagoniza- introduciendo múltiples elementos icónicos e identitarios que aparecen en lo que se ve y se escucha, despertando curiosidad de saber más para entender mejor la cultura brasileña al enfrentarse a ella con ojos de extranjero.
Se dice que muchas veces las mayores exhibiciones de creatividad nacen en los contextos más difíciles para la cultura. Si bien durante la dictadura militar en los años 60 nació el tropicalismo en Brasil -movimiento musical de intención renovadora liderado por Caetano Veloso- no parece fortuito que una película como Bring Me the Head of Carmen M. tenga un eco en el presente y sea una respuesta a la paupérrima situación política que atraviesa su país en la actualidad. Su potencia visual y simbólica desmonta la figura del ícono popular -y de paso hace una fina radiografía del Brasil contemporáneo- de manera lúdica, experimental y comprometida con una voluntad de creación impermeable a los obstáculos de la actualidad. (Francisca Lila)
Ray & Liz (Richard Billingham, Reino Unido, 2018). Proyección especial.
Siguiendo el camino trazado por el más genuino cine social británico (alejado de Loach y cercano a nombres como Bill Douglas y cierto Terence Davies), la ópera prima de Richard Billingham consigue extraer belleza de una sordidez mostrada de manera frontal, dejando huella de singularidad gracias a una ejemplar fotografía en celuloide y al ritmo moroso con el centra su foco en el presente de un anciano alcoholizado y solitario y el pasado de su hijo menor, trasuntos del padre y el hermano del director, que exorciza sin miramientos su más que problemática herencia.
Una habitación sucia y semivacía, en la que tres botellas de plástico sin etiqueta llenas de un líquido (misterioso durante gran parte del metraje) engullido a chorro se erigen en casi única decoración, constituye el significativo paisaje vital con el que Ray & Liz retrata al hombre decrépito que asegura estar “feliz como un cerdo en su pocilga”, en acerado contraste con la infancia del niño Jason, sumido en la pobreza y el abandono pero capaz de dar forma a secuencias de sencillez emotiva tan límpida como su ensimismada contemplación de un caracol devorando su lechuga, símbolo de la curiosidad por el mundo que lo rodea (en ningún caso atrofiada por la fetidez en la que vive), o su avidez al deglutir una tostada, hecha en una fogata rodeado de amigos con el deleite por el sabor del pan como símbolo de austeridad y pobreza pero también de delectación en lo básico y lo sencillo y, en definitiva, de la grandeza moral de una infancia. (Mario Iglesias)
Au poste! (Quentin Dupieux, Francia, 2018). Clausura.
Quentin Dupieux comienza a gozar de cierto renombre dentro del circuito de cine de autor gracias a películas como Rubber (2010) o Realité (2014), inclasificables muestras de desconcierto y humor absurdo, pero para el gran público no está de más recordar su seudónimo como músico, Mr. Oizo, del que seguro os suena alguna que otra canción. Artista multidisciplinar, Dupieux se encarga en esta ocasión de escribir, dirigir, fotografiar y editar Au Poste!, una obra de clara influencia teatral cargada de humor negro y surrealismo. El interrogatorio a un sospechoso de homicidio sirve de punto de partida para que dos historias paralelas (el presente y los recuerdos del acusado) se entrelacen y confluyan en una carrera de suspense y deformación de la realidad, algo ya habitual en la carrera del cineasta francés.
El peso narrativo recae de manera brillante sobre la pareja protagonista, Benoît Poelvoorde y Grégoire Ludig, cuya química hace posible que el relato no se desmorone ante los constantes “tira y afloja” narrativos. Dupieux tiene estas cosas, que nunca sabes qué ocurrirá a continuación, aunque parece que ni el mismo lo supiera. Al igual que sus trabajos anteriores, Au Poste! termina con un Deus ex machina sin mucho sentido en el clímax que, si bien está en sintonía con su estilo desordenado, parece una manera apresurada de dar por finalizada una historia que no se sabía muy bien a dónde iba a llegar. (Fran Chico)
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