SITGES 2020 (DÍA 5). RELIC, COMRADE DRAKULICH, POSSESSOR
Miedo a lo inevitable: la jornada de Relic
Comrade Drakulich, de Márk Bodzsár
En una película en que hay más comunistas que vampiros, el cineasta húngaro Márk Bodzsár consigue hacer casar un curioso sentido del humor con los más clásicos tropos del género fantástico sobre entes chupasangre. En la Hungría de la década de los años 70, encontramos una pintoresca pareja (tanto sentimental como profesional) de agentes de la policía secreta, que deberán investigar el misterioso caso del Camarada Fabián (Zsolt Nagy), un veterano héroe de la revolución cubana que, después de tantos años, parece no haber envejecido ni un solo día. La misión de Maria, la fría protagonista interpretada por Lili Walters, no será otra que acompañar al turbio y extremadamente atractivo Fabián en su campaña de congraciamiento con Vietnam, país comunista hermanado. El dispositivo desplegado es hilarante por su ingeniosa ocurrencia: la consecución de unas benéficas donaciones de sangre forzará la manifestación de sospechosas actitudes por parte del héroe político, que finalmente será desvelado como vampiro.
A todo este espectáculo burlesco se suma una trama de triángulo amoroso que, vista desde el filtro del despechado Laci (Ervin Nagy), pondrá en peligro el cometido oficial. Con una expresiva puesta en escena, interpretaciones excesivas y una afilada pluma para la sátira política, Comrade Drakulich es un divertimento ciertamente particular. Desde su inicio sorprende por momentos de verdadera brillantez cómica y, aunque es uno de esos filmes que no pretenden ser más de lo que son, cuenta con algunos giros de guión que van a la yugular del funcionamiento del comunismo y la explotación del proletariado. En su reparto, destaca el trabajo de Lili Walters, que presenta un prototipo de mujer del régimen que, a medida que avance la película, irá revelando una complejidad insospechada que culminará con la total emancipación.
Júlia Gaitano
Relic, de Natalie Erika James
La metáfora, al menos cuando es evidente, tiende a ser veneno para el terror. El género, para generar las múltiples variantes de desasosiego que persigue, depende de que el espectador sea capaz de posicionarse en el lugar del protagonista (al que también podríamos llamar “la víctima»). Cuando los personajes y las situaciones tienen un fundamento principalmente alegórico (y, por tanto, habitan solo el mundo de las ideas), el miedo tiende a desvanecerse. Las ideas pueden ser angustiosas, sí, pero es más fácil encontrar protección ante ellas. De lo físico, del dolor, de la muerte y la enfermedad es imposible huir. Por supuesto, las grandes películas de terror son aquellas que pueden conjugar lo alegórico con lo concreto, lo cerebral y lo físico.
Relic, el primer largometraje de Natalie Erika James, tiene el potencial de alcanzar esa élite, pero la alegoría sobre la que se basa toda la película es demasiado evidente demasiado pronto como para conseguirlo. O, al menos, para conseguirlo plenamente. Se podría decir, en cierto modo, que es una película fallida, que esta historia sobre una madre y su hija que tienen que cuidar de su abuela después de que esta desaparezca misteriosamente durante tres días no llega todo lo lejos que hubiera podido. Si es así, es una nueva demostración de que más vale una película fallida que una película vulgar.
James demuestra una notable capacidad para construir atmosfera con muy poco, evitando muchos de los trucos más gastados del género y utilizando otros igual de gastados de una forma que se sienten vivos y estimulantes, jugando durante buena parte del metraje con lo banal y fácilmente explicable sin que por ello deje de resultar inquietante, hasta llegar a un clímax de una enorme intensidad sensorial y emocional. A su lado, tres actrices excelentes lo dan todo para que olvidemos esa dimensión alegórica de los personajes, realzando la carne y la sangre que el guion a veces nos niega: Emily Mortimer, Bella Heathcote y Robyn Nevin. Muchas grandes carreras han empezado con primeros pasos al mismo tiempo discutibles y enormemente estimulantes. Esperemos que Relic sea eso, solo un primer paso, y haya mucho más camino por delante para Natalie Erika James.
Pablo López
Possessor, de Brandon Cronenberg
Hace 8 años desde que Brandon Cronenberg, hijo de David Cronenberg, ganara el premio a mejor director novel de Sitges con Antiviral (2012), una distopía con el body horror que encumbró su padre por bandera. Ahora vuelve a Sitges (virtualmente hablando) a presentar su segundo largometraje, Possessor, un thriller que vuelve a reafirmar los dos elementos clave de su primer trabajo: la ciencia ficción y el gore. Sobre todo el gore, porque, gracias a la versión sin censura que se ha podido disfrutar en la gigante pantalla del Auditori, hemos asistido a las que posiblemente sean las muertes más sangrientas y gráficamente violentas de este año.
Es inevitable comparar los estilos de Cronenberg padre e hijo puesto que, hasta el momento, son bastante parecidos. En Possessor podemos apreciar trazas de Existenz (película de 1999 que contaba también con Jennifer Jason Leigh) y Videodrome (1983), que comparten la inmersión del protagonista en el control de otra persona o avatar a través de la tecnología. Otra versión de «La nueva carne», en este caso con un dispositivo que permite «poseer» a otras personas a distancia para cometer crímenes y resultar impune. Pero quizá tenga más que ver con propuestas nolanianas como Origen, 2010). y su sentido del thriller puro, sin significados ocultos más allá de la tensión y la adrelanina. Y es ahí donde falla Possessor, por culpa de una gestión del ritmo muy irregular, provocando lagunas narrativas en las que no avanza la trama, no se desarrollan los personajes ni se apuesta por escenas de acción o suspense. Solo las muertes, que como hemos dicho son espectacularmente llamativas, sirven para animar un poco el filme y sacarnos cada cierto tiempo de un tedio que termina afectando al propio devenir de la historia, desdibujado tras las carencias anteriores.