FESTIVAL MÁRGENES: EL PRESENTE
Batallas individuales
¿Qué momento atraviesa Iberoamérica hoy, si no una confusa, estremecedora pero también esperanzadora y vertiginosa erupción social? ¿Qué imágenes e ideas se desprenden de una bomba a punto de explotar? A comienzos del siglo XX, los pintores futuristas declararon la elegía a la velocidad como estandarte de su convicción artística, quizás motivados por la entrada a un siglo que correría a toda máquina: guerras, fascismo, tecnología, 100 años de rapidez y agitación molecular. Este 2019, de nuevo época de turbulencia, el festival Márgenes programó 5 películas provenientes de Chile, Argentina, Perú, Brasil y Portugal, amparándolas bajo el título de sección “El Presente”, quizás con la ambición de presentar una radiografía de la cinematografía iberoamericana actual. Pero si el título daba para pensar que serían películas que vibrarían con la misma frecuencia que las sociedades donde se crearon, la sorpresa es que estas 5 obras presentan un tempo calmo, íntimo y silencioso. Cada una se ocupa de un asunto personal, a escala pequeña, y lo hace con serenidad, como si el tiempo no corriera tan deprisa. Pareciera haber espacio para pequeños asuntos terrenales, diría Ares, el dios de la guerra.
Para tomar prestadas las herramientas de los ya citados futuristas, hablaremos de las películas como si estuvieran fabricadas a base de pintura y pincel. El nuevo filme del director chileno José Luis Torres Leiva, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, utiliza el encuadre como un brochazo ancho, grumoso, que se mantiene durante el tiempo como para impregnar su soporte de toda la consistencia posible. Esta historia sencilla pero densa emocionalmente trata del amor de María y Ana, quienes pasan los últimos momentos juntas ya que una de ellas sufre una enfermedad terminal. Los rostros son las ventanas del alma y el tiempo, el encuadre fijo y la presencia de la naturaleza determinan una experiencia de espera, disfrute y tristeza enormes que corren al mismo ritmo que espera por la muerte: una lentitud que convierte cada instante en un tesoro.
Dos películas – A febre de la brasileña Maya Da-Rin, y Canción sin nombre de la peruana Melina León – dibujan su estética con trazos más delgados pero quizás abarcando más espacio en el lienzo, con el ánimo de caracterizar un conflicto más amplio, el de una sociedad. En el Brasil de A febre quedan pocas personas viviendo al ritmo y bajo los códigos de su tradición, como es el caso de Justino, quien a pesar de trabajar como guardia de seguridad en el puerto – con largos turnos nocturnos, cargando un arma – procura vivir bajo la cosmovisión de su cultura, llamada Desana. Maya Da-rin debuta con una ópera prima que pinta una realidad en el Brasil contemporáneo – la pérdida de identidad de tradiciones ancestrales se reconoce en obras contemporáneas, como en El canto de la selva (João Salaviza y Renée Nader Messora, 2018) – dando el espacio y la calma para que lo cotidiano se transforme en espiritual y las pinceladas adquieran un brillo propio, un destello mágico en medio de un mundo cada vez menos vivo. Por otro lado, la problemática tratada en la peruana Canción sin nombre – también ópera prima de su directora – se remonta a los 80, época en la que se produjeron múltiples robos de recién nacidos a mujeres que no tenían las herramientas para defenderse. Melina León elige contar su historia como si utilizara una pluma hinchada en tinta negra: todos los trazos son delicados, pero acuchillan el papel por lo doloroso de su contenido. Sin embargo, la pluma es una herramienta de doble filo: por un lado es certera, por otro, un movimiento en falso y sale de su carril, se desboca, interrumpe la línea. La relación entre la forma y el fondo de Canción sin nombre es problemática quizás porque está dibujada con tal belleza, que su contenido – aterrador – se ve demasiado embellecido para cobrar vida propia.
Los dos títulos que restan de la sección El Presente destacan por tener una forma que alimenta y nutre el fondo. En otras palabras, el grosor del pincel, la cantidad de pintura o la naturaleza de las pinceladas actúan como herramientas para expresar el contenido argumental. Technoboss, del portugués Joao Nicolau, es una comedia con momentos musicales en los que su protagonista, Luis Rovisco, canta para sí mismo durante sus largas horas de trabajo, reflejando un hombre ad portas a su jubilación que busca – a través de situaciones que juegan al gag lúdico e irreverente – el amor, la compañía y la diversión. Muy distinta es De nuevo, otra vez, la primera película como directora de la también actriz argentina Romina Paula, en la que a través de un dispositivo extremadamente personal – es Romina quien protagoniza y su hijo y su madre actúan de sí mismos – logra crear un retrato transversal de la mujer que duda de su presente y sin prejuicios, se atreve a repensarse como mujer. Tanto para Romina como para Luis Rovisco de Technoboss, las situaciones más cotidianas se vuelven espacios de combate personal y la cámara se vuelca hacia sí mismos, con un naturalismo y simpleza visual que al funcionar en base a planos fijos (sin subrayar la intervención del cineasta) los libera de cualquier juicio moral.
¿Es la lucha personal una metáfora de la lucha masiva? No necesariamente, ya que ambas existen de forma paralela. Otros títulos iberoamericanos actuales, como 7 años en mayo (Affonso Uchoa, 2018), Araña (Andrés Wood, 2019) o Monos (Alejandro Landes, 2019) abarcan conflictos más masivos de la sociedad contemporánea que nos rodea, pero quizás la elección de estos 5 títulos de El Presente por parte del festival Márgenes apunta directamente a salir un poco del estallido de la calle, y entrar al estallido privado: dentro del grupo, hay individualidades; dentro de la guerra, hay batallas individuales.