FESTIVAL MÁRGENES: ANTIRREALISMO
Transgresión y denuncia
En el festival francés de Cannes existe una sección que ofrece filmes menos conocidos o, más bien, de conocimiento incipiente, que se llama Cinéfondation. En los festivales de Venecia y Berlín están las secciones no oficiales como plataforma de descubrimiento y, como opción más comparable con el Festival objeto de estas líneas, está la sección Zabaltegi – Tabakalera del Festival de Cine de San Sebastián. El ciclo Antirrealismo de la IX Edición del Festival Márgenes se estructurada sobre cuatro títulos de origen Iberoamericano de temática única, diferente y de discurso denunciante.
El ciclo Antirrealismo aborda la visibilización, el feminismo, el poder LGTBQ, el anti idealismo, pero, sobre todo un ciclo que se compromete con la opresión en zonas en las que todavía empiezan a visibilizarse hoy en día y a cuenta gotas en ciertas cuestiones de género, política y sociedad. Sobre todo en países dónde el cine diferente, el cine “apartado” no ha podido ser un nombre propio circulando por algún festival. Gracias a Márgenes, cuatro filmes tan disyuntivos como diferentes entre sí han podido ser exhibidos en España. En Lina de Lima (María Paz González, 2019) se narra la historia de una mujer peruana que está, de una manera u otra, atada a “vida” chilena. Ninguneada por un hijo que actúa como sanguijuela económica y que cada vez le hace menos caso, Lina debe sobrevivir en unas condiciones un tanto deplorables, dormir en una habitación compartida con cuatro personas y trabajar de niñera en una familia bastante adinerada. Todo para poder reunir el dinero suficiente para viajar a su Perú natal para reunirse con su hijo. María Paz González desarrolla un filme muy curioso e interesante. Las que tratan las escenas más dramáticas en formato musical, donde se muestra la decadencia personal de la protagonista transmitiendo un enfrentamiento con la realidad. La directora abandona el género documental para dedicarse a su primera ficción, un viaje de búsqueda de uno mismo, de los cambios que van sucediendo alrededor pero que no permiten le cambiar; del empoderamiento feminista y, sobre todo, se habla de la libertad y exploración sexual.
Como en Lina de Lima se centra en la migración laboral y sus problemas acuciantes, en Breve historia del planeta verde (Santiago Loza, 2019), se plantean las denuncias en defensa de los derechos de toda la comunidad LGTBQ, en concreto del Colectivo Trans. Santiago Loza aprovecha la coyuntura ecologista además para hacer un llamamiento a la población de las ciudades (tremendo prólogo cosmopolita, con una puesta en escena casi de videoclip y un gran plano secuencia) para que no olviden las zonas montañosas, rurales y sobre todo, verdes, de toda la Patagonia que rodea a Argentina y Chile. Tania, una chica trans que vive y trabaja en Argentina, recibe un día la llamada de un familiar con la noticia de que su abuela ha muerto. Una última voluntad de la anciana hace que Tania y dos amigos más viajen hasta un pequeño pueblo de la Patagonia donde vivía para ayudar a un amigo en sus últimos días de vida. Resulta que el amigo es un alien, y la empresa es ayudarle a volver a su planeta. Con gran fuerza alegórica sobre lo diferente y la soledad, doble metáfora sobre la transexualidad y la soledad senil, Santiago Loza construye una fábula sobre la diversidad, muy necesaria en sociedades y países iberoamericanos, donde todavía abundan y seguirán abundando mentalidades y gobiernos retrógados. La transgresión de la película funciona desde los primeros compases, marcando y aislando según sus conflictos interiores, mediante una puesta en escena apoyada en cerrados y certeros planos medios. Pero lo que ayuda a esa transgresión es una brutal banda sonora, colocada a modo de estridencia para que contraste con la tranquilidad con la que caminan los personajes.
Con los dos últimos títulos se establece el contraste cinematográfico más significativo en cuanto a términos de imágenes se refiere. Sin embargo son las dos películas de mayor transgresión política y paralelismos sociales. Las dos son denuncias a sus gobiernos, las dos hablan en pretérito de protestas que todavía acucian al presente. En Érase una vez en Brasilia (Adirley Queirós, 2017), ciencia ficción que narra la historia de un viajero en el tiempo y un grupo de insurrectos que tratan de erradicar la fundación de Brasilia en 1959, pero que terminan en el presente de Dilma Rousseff y su gobierno de corrupción. La propuesta formal de la película evade al espectador completamente de los acontecimientos de su trama y le sumerge en un casi documental sobre la condición humana en una sociedad que prima los derechos de la clase alta ignorando por completo la precariedad de la baja. Adirley Queirós somete todas sus imágenes a largos y estáticos planos secuencia (que evocan a la denuncia y visibilización del cine de Wang Bing en más de una ocasión) a expensas de lo que hagan sus personajes, que al parecer están más motivados por la improvisación que por un guion que los sujete. Con Rey (Niles Atalah, 2017) llega la propuesta más arriesgada y trasgresora de todas. Una película de época rodada en 16mm y en donde el director interviene soporte fílmico coloreando y dibujando los negativos, por ejemplo. La película aborda la invasión, exterminio y politización de todo el territorio Mapuche (zona territorial que abarca zonas de Chile y Argentina). Único de los cuatro títulos que enfrenta los procesos de denuncia social mediante el cine más experimental, dando un punto de vista alternativo y diferente. Puesta en escena pendiente de los delirios de grandeza del protagonista y cercanos al Realismo Mágico de García Márquez. Imágenes que con su tratamiento tienen que transmitir más que los diálogos.
En resumen, un ciclo, el de antirrealismo, sujeto a la visibilización de diferentes denuncias, desde la social, pasando por la de género hasta la inmortal (y actual) corrupción política.