D’A Film Festival 2019

D’A FILM FESTIVAL 2019 (III). Ojos negros, The River, Jesús, Asako I & II…


Una aproximación al truncado mundo infantil

Ojos negros (2019), de      Marta Lallana e Ivet Castelo
Ojos negros (2019), de Marta Lallana e Ivet Castelo

Al ver Ojos negros (Marta Lallana e Ivet Castelo, 2019), me doy cuenta del impacto que el fenómeno Verano 1993 (Carla Simón, 2017) ha tenido para el último cine alternativo protagonizado por niños. En 2017, el éxito del debut de la directora catalana justificaba la apuesta por el retrato del universo infantil, entre el gesto autoral y el realismo amable, y a la vez maldecía todos los dramas de veraneo con niños que han venido después, por lo menos hasta esta última edición del D’A. Siendo así, la película de Lallana y Castelo tenía un doble reto por delante. Por un lado, debía intentar hacer un retrato verosímil de una experiencia decisiva en el crecimiento personal de una niña sin caer en los tentadores tópicos que la narrativa americana dominante (pongan desde un Stranger Things hasta el remake de It, dirigido por Andrés Muschietti) y, por otra parte, tenía que lidiar con la contestación de estos tópicos, que tanto recordábamos gracias a la cinta de Simón. Los juegos imaginativos, la contemplación del mundo de los adultos, las pequeñas subversiones, la crueldad inherente al ser infantil… Todo eso está en Ojos negros, pero con la plena consciencia de quien escribe esquivando balas. Esta suerte de conversación entre las obras de lo que ya parecen dos generaciones de cineastas made in Pompeu lleva a plantearnos una cuestión quizás más interesante: ¿cuáles son las claves que vertebran un universo primario al que solo llegamos a través de los relatos de descubrimiento y desengaño infantil? Y, lo que es más, ¿cómo permea este mundo en narrativas que nada tienen que ver, a priori, con niños? Lo cierto es que en el Festival de Cine de Autor de Barcelona, como es lógico, ha habido distintas visiones de este mundo iniciático, que podríamos desgranar y agrupar en una suerte de respuesta.

The River (2018), de Emir Baigazin
The River (2018), de Emir Baigazin

Podríamos empezar con una película que trata con los conceptos de la infancia y de la fraternidad de forma totalmente opaca y desde una concreción absoluta, entre mítica y científica: se trata de The River, que cierra la llamada trilogía de Aslan, dirigida por el kazajo Emir Baigazin. Cuenta la historia de cinco hermanos que viven bajo los auspicios de un padre despótico en un pueblo situado en lo más profundo del desierto. Aslan, el mayor, intenta construir un paraíso para sus hermanos (simbolizado en el río que da nombre a la cinta), pero la llegada de un primo de la ciudad alterará el apacible orden en sus vidas. Así es que, cuando este intruso malhechor desaparezca entre las aguas del río, Aslan, joven pero el más maduro, tendrá que enfrentar a sus hermanos (incluido el pequeño, máximo exponente de la inocencia pueril) a la difícil decisión de fingir que no saben nada de su muerte. Un camino marcado con claridad, partiendo de la pureza del cauce ribereño hasta lo más oscuro de la maquinación adulta. Entremedio, les espera una inevitable caída hacia la corrupción de sus espíritus, subrayada más si cabe por la literalidad que Baigazin esgrime en su historia.


Jesús (2018), de Hiroshi Okuyama
Jesús (2018), de Hiroshi Okuyama

De la otra punta de Asia venía Jesus de Hiroshi Okuyama, debut de una concisión y mala leche parecidas a las del director kazajo. Aunque, si en esa película el paso a una agria edad adulta transitaba por entregarse a un plano mental (imaginar el asesinato por beneficio propio), en Jesus se parte del amor hacia un mundo colorido e imaginativo que pasará a convertirse en el objeto de odio del joven protagonista a raíz de un amargo acontecimiento. De ahí que el título original de la cinta sea mucho mejor que la blanqueada versión internacional: Boku wa Iesu-sama ga kirai, es decir, “Odio a Jesús”, encaja mucho más con el espíritu dolido de la segunda mitad del metraje. Atrás queda esa vertiente esperanzada de nuestros primeros años de vida, personificada en el diminuto cuerpo de un mesías en miniatura que fabrica la mente creativa del niño. Es una desaparición que, en el fondo, sabemos inevitable. Nadie conserva a sus amigos invisibles por mucho tiempo, y mucho menos en el país de los salarymen.

Por lo cual es curioso comprobar que en esta edición del D’A no ha habido una, sino dos, películas japonesas que juguetean con el desengaño infantil. Con el pequeño detalle de que, en la segunda, Asako I & II (en su título original Netemo Sametemo, es decir, Aunque duerma o me despierte), no aparecen niños. Ryûsuke Hamaguchi firma una historia sobre la epónima Asako, una chica de Osaka que vive un romance apasionado con Baku, un joven algo bohemio que al cabo de unos meses desaparece sin dejar rastro. Para recuperarse de su pérdida, Asako se muda a Tokio, donde conoce a Ryohei, un ejecutivo absolutamente idéntico a su antiguo novio, con el que pronto empezará a salir. Este es un cuento de raíz muy triste, que recoge la imposibilidad de superar los primeros desengaños, que nos condicionan irremediablemente de por vida. Asako, caracterizada de la forma más japonesamente kawaii, renuncia al amor de su vida por su propio bien, en un gesto clásico de las narraciones de maduración. Aunque claro está que, según el amargo espíritu determinista de la película, ese romance dolorosamente primario no hará más que volver.

Asako I & II (2018), de Ryûsuke Hamaguchi
Asako I & II (2018), de Ryûsuke Hamaguchi

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